El Ejército estadounidense montó la trampa para peces más peligrosa del mundo
Sobre el lecho del Chicago Sanitary and Ship Canal, a unos siete metros de profundidad, hay una parrilla electrificada, dividida en varias fases
Existe un lugar, en el territorio continental de los Estados Unidos, en los que si te caes al agua te las tendrás que apañar solo. Ni policía, ni bomberos, ni guardacostas, ni entidad pública o privada alguna acudirá a tu rescate; los que te vean se quedarán en la orilla viendo cómo te las compones. Está terminantemente prohibido que nadie te eche un cable, así que no podrán hacer nada por ti bajo estricta prohibición. Es un trozo de río artificial llamado Chicago Sanitary and Ship Canal, a unos 40 kilómetros al sur de la ciudad que le da nombre, y que fue construido por el Cuerpo de Ingenieros del US Army.
Este brazo del ejército más poderoso del mundo existe desde 1775, y fue creado en tiempos de la guerra de secesión. Entre sus atribuciones están el apoyo a su ejército en caso de conflicto, la construcción de sus edificaciones, y ciertas obras civiles. Entre ellas, y no son muchas, está la construcción de presas, diques, el desvío del cauce de ríos y sus construcciones asociadas… básicamente escenarios con agua.
El problema
En el siglo pasado muchas plantas de depuración importaron carpas de Asia porque eran muy eficientes a la hora de limpiar aguas residuales. Devoraban las colonias de algas y plantas invasoras que florecían en este tipo de instalaciones, y ayudaban a mantener el sensible equilibrio de este medio en entornos controlados. El problema llegó cuando, tras sucesivas inundaciones, estas carpas salieron de manera accidental de su cautiverio. El incidente provocó un desastre medioambiental en los ríos Mississippi e Illinois: las carpas acabaron con la fauna local.
Se calcula que en ciertos tramos de estos ríos estos peces suponen hasta el 95% de la biomasa. Sin depredadores naturales camparon a sus anchas, son muy huidizas, de difícil captura, y tienen la costumbre de saltar fuera del agua cuando aprecian un peligro cercano. Muchos excursionistas náuticos pasean con sus lanchas en la zona de dominio de estos peces de hasta 30 kilos de peso, y verlos saltar es un espectáculo. Y también un peligro. Es frecuente que los navegantes sean ‘atropellados’ por las carpas para acabar en un centro médico a cuenta de los golpes.
De no ser por un invento del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, la comunicación del Illinois con los Grandes Lagos que sirven como frontera con Canadá, provocaría otro monstruoso desastre ecológico. Ello es debido a que las carpas podrían pasar a través del Chicago Sanitary and Ship Canal, con el que se comunican las dos masas de agua. Sin duda esto afectaría a una industria piscícola que factura unos 7.000 millones de dólares al año, y la de embarcaciones de recreo, que mueve unos 16.000 millones.
Por este canal artificial no solo salen aguas residuales, sino que entran decenas de gabarras cada día cargadas con bienes de consumo y materiales. Los gestores del canal afirman que la influencia en la economía local es de un peso considerable, y en que en caso de no existir, este mismo transporte afectaría al tráfico y lo medioambiental, traducido en miles de camiones al año transportando los mismos. El problema es, o era, que por donde viajan estas embarcaciones, también pueden hacerlo las carpas.
La solución
Tras diversos experimentos, los ingenieros militares llegaron a una conclusión: no podían ser barreras, ni muros, ni nada que entorpeciera el flujo de movimientos náutico. Tras muchos estudios optaron por una gigantesca trampa eléctrica. Sobre el lecho del canal, a unos siete metros de profundidad, hay una parrilla electrificada, dividida en varias fases, que emiten un pulso cada 2,5 milisegundos. La potencia es lo suficientemente alta como para mantener a las carpas y peces de cierto tamaño alejadas del entorno; cuanto más grande es el cuerpo, más fuerte es la descarga.
El canal dispone de unas instalaciones eléctricas de alta tensión y supercapacitadores que evitan las posibles caídas de fuerza, con la que distribuyen en algo más de un centenar de metros su energía. Pero si las carpas no se acercan, so pena de trallazo, a las personas ocurre algo parecido o puede que peor. Buzos de la Armada hicieron pruebas y llegaron a la conclusión de que allí no podría acercarse nadie ante el más que posible peligro de sufrir un indeseado efecto: la electricidad puede apoderarse del organismo de todo aquel que entre en contacto.
La musculación puede responder de forma involuntaria ante los potentes estímulos con contracciones, se dejaría de nadar, y cualquier orden cerebral para hacerte flotar no llegaría a tus extremidades. Los militares añadieron un dato más: es muy posible que en el 50% de los casos, se llegase a la fibrilación ventricular, y con ello un muy posible paro cardiaco. Por todo ello, los guardacostas, entidad que tiene asignada la seguridad en el tramo del canal, han dispuesto carteles muy explícitos en los alrededores vallados y vigilados: «No existe ningún método seguro identificado para recuperar a una víctima del agua mientras se encuentra en la zona electrificada. Si una persona u objeto cae fuera de su embarcación, la Guardia Costera de EEUU no intentará un rescate hasta que la persona esté a 450 pies (150 metros) río abajo, debido al peligro eléctrico para los rescatadores».
Una auténtica ‘zona prohibida’
No resulta fácil hacerse al agua con tantas precauciones, pero siempre hay a quien le resulta irresistible asomar las narices por un lugar así. En ese caso, ha de saber que nadie le echará una mano en caso de que haya problemas, que los habría. Está terminantemente prohibido el uso de kayaks, motos de agua, y canoas de todo tipo, y como es obvio, tampoco se puede nadar, bucear o acercarse a la orilla a pescar. Estas advertencias van aparejadas, con menos amabilidad, a la amenaza de fuertes multas y hasta penas de cárcel para los infractores. Los tripulantes de las barcazas que por allí pasen están obligados a abandonar toda actividad en cubierta, y meterse en el interior de las embarcaciones para evitar posibles caídas y accidentes relacionados. Si algo así ocurriera, los rescatadores se limitarían a mirar, y esperar que un cuerpo flotante estuviera a al menos esos ciento cincuenta metros de la trampa para peces.
En el otro extremo del país, al sur, los ingenieros militares ayudaron a crear la Hoover Dam, la presa que da agua al estado de Nevada. Cerca de Las Vegas es una construcción faraónica, que se ha convertido en una atracción, y es fácil toparse con autobuses repletos de turistas haciéndose selfies. Si alguien cae allí al agua, no tendrá el problema que si tendría en Chicago. Es importante no confundirse.