Ágatha y Lomana: dímelo a la cara, no en un tuit
«Ruiz de la Prada se ha despachado a gusto, porque una tiene mucha tela que cortar cuando una amiga se convierte en némesis»
Desde que Elon Musk se gastó algo más de 40.000 millones de euros en comprarse un juguete con el que ha cambiado, al apostar por otro modelo de algoritmo, nuestra forma de jugar a comunicarnos con el mundo con un puñado urgente pero limitado de caracteres, me llegan mensajes de gente que ni conozco ni tengo el menor interés en conocer. Leo sus historias porque lo leo todo, así me va, que voy desquiciado, pero reconozco que hay una corriente de tuits que comienza a sacarme de quicio: esa de echar mierda en público a la gente a la que uno no ha tenido el valor de decirle en privado lo que piensa. Me altera la cobardía. Y el exhibicionismo de esa cobardía camuflada de no sé qué pretendida fórmula de denuncia.
Un ejemplo (mensaje real de @condemonium): «Al chico que la otra noche, para comprobar si mis coloretes eran naturales o pintados, se mojó el dedo en su saliva y me lo restregó en la cara, todo bien?» Pues si yo fuera ese chico, lo primero que me vendría a la cabeza es preguntarle: «Al chico que no dijo ni mú cuando le restregué el dedo mojado con mi saliva para comprobar si sus coloretes eran naturales o pintados y se ha esperado al día siguiente a publicarlo en su cuenta para que me entere junto con sus amigos y los miles de lectores a los que, aleatoriamente, Twitter les ha mostrado la publicación, todo bien?». Porque, vamos, si tenías algo que decirle al chaval, lo tenías delante la otra noche, no hacía falta semejante parafernalia publicitaria. Habérselo dicho a la cara, hombre, ¿qué te costaba? Cada vez veo, leo, más casos parecidos. Es una pandemia. Otra.
Y mientras esto ocurre, aparece una excepción que sorprende por lo estentóreo: el caso Ágatha Ruiz de la Prada en el Deluxe contra Carmen Lomana. Porque si hay una forma de decir algo a alguien a la cara es por televisión: «¿Cuál es mi cámara?» es el equivalente, hiperventilando, eso sí, del clásico «mírame a los ojos». La diseñadora ha ido al plató del programa de Jorge Javier para hablar mal de la que fuera su amiga, o tan solo conocida, que ahora todo es muy confuso, con una estrategia para desmontar al personaje que ha dejado a la celebrity con las vergüenzas al aire.
Ágatha se ha despachado a gusto, porque una tiene mucha tela que cortar cuando una amiga se convierte en némesis: «Se colaba en mis fiestas. ¿En qué trabaja? ¿Para qué sirve? Va muy bien vestida pero es muy mala. Me parece una petarda». Y si no bastaba con la retahíla de metralla, atención a los audios y whatsapps con los que desenmascara a Carmen, quien habla pestes de Luis Mi, el ex de la diseñadora («Es un gañán») hasta que descubre que puede conseguirle gratis una plaza en una mesa de la exclusiva Gala contra el Cáncer («Es un un tipo muy auténtico»). El audio con el ya icónico «Yo no voy a pagar 500 euros (por el cubierto)» todavía retumba en los salones madrileños. La cofradía del puño saluda a una de sus cofrades más destacadas.
Podría parecer banal, tal vez lo sea, pero tiene una carga simbólica importante. ¿Qué necesidad tiene Ágatha Ruiz de la Prada de meterse en semejante fregado? Ninguna. ¿Entonces? Tal vez responda a un ejercicio caprichoso de libertad, entendiendo por ésta lo que decía George Orwell en 1984: «Si la libertad significa algo, es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír». Y está claro que no hay nada aquí que Carmen Lomana quisiera oír jamás.
Pero, eso sí, ese derecho es de doble dirección: una vez lo has ejercido, quien te ha escuchado puede reaccionar libremente a lo que se le ha dicho. Y no siempre lo hace en forma de réplica, a veces es algo más mezquino. Los que hemos sido críticos sabemos las consecuencias de ejercer esa libertad: te despachas a gusto, por muy pocos euros, no se vayan ustedes a creer, escribiendo lo que alguno no quiere leer -pero tú crees que merece ser escrito-, todo para, lo más probable, acabar como un pringado en una lista negra. Y ni te imaginas que te han metido en esa lista -este es un país libre y tú vas a seguir siendo libre porque eres así de ingenuo y de gilipollas– mientras las listas crecen y crecen a tus espaldas. Hasta que ya no tienes donde poder ejercer la libertad de decir lo que nadie quiere oír. Bueno, sí, te queda Twitter. Aunque sigo diciendo que más vale decirlo a la cara. Va a ser gratis siempre, pero cuesta más.