Puño en alto, cabeza baja
El gesto de Rodrygo para celebrar su último gol en el Bernabéu, en solidaridad con Vinicius, evoca la lucha del Black Power, el Poder Negro
Ciudad de Méjico, Juegos Olímpicos de 1968. El atleta norteamericano Tommie Smith gana la carrera de 200 metros batiendo el récord del mundo. Smith es negro. Desde la explosión de los atletas afroamericanos en los Juegos de Berlín de 1936, donde participaron 18 deportistas negros y cinco de ellos ganaron medallas de oro (y uno en concreto, Jessie Owens, ganó cuatro), el atletismo norteamericano se ha encomendado a las «gentes de color», mucho antes de que se les reconociese su dignidad e igualdad.
Precisamente en los años 60 se está dando la gran batalla por esa causa. El Movimiento por los Derechos Civiles de la minoría negra agita los Estados Unidos de punta a punta, removiendo la conciencia de una nación que se tiene por defensora de la libertad y cuna de la democracia. Su líder indiscutible, su icono carismático, es el reverendo Martin Luther King, que inspirándose en las ideas de Gandhi consigue darle al movimiento un carácter pacifista, de resistencia pasiva frente a los ataques de los racistas, a los que opone una movilización cada vez más masiva, no solo de negros, sino también de blancos. Su marcha sobre Washington, donde King pronuncia su célebre discurso «Yo tengo un sueño», reúne a 300.000 manifestantes, algo que no se había visto hasta esa época.
Pero el Movimiento por los Derechos Civiles no está solo en la lucha, existen otras organizaciones, ideologías y protagonistas de algo que no solamente es una revolución política, sino también una revolución cultural. El peinado afro, el Blaxploitation (películas con protagonistas negros), el fenómeno Angela Davis, el uso de las armas por el Partido de los Panteras Negras, el nacionalismo y separatismo negro, las conversiones al Islam… Todo eso deriva y convive con el pacífico –«domesticado», según los radicales- Movimiento por los Derechos Civiles.
Dos poderosas expresiones suenan por todas partes, una es amable, Black is beautiful (los negro es hermoso), la otra es combativa, Black Power (Poder Negro), y encierra las ideologías del radicalismo negro. El atleta Tommie Smith está atento a todo eso, como cualquier afroamericano, y tiene pensado hacer algo simbólico en Méjico si tiene oportunidad.
La ocasión llega en la entrega de medallas de la prueba de 200 metros, donde además Smith va a ser acompañado de un compañero del equipo norteamericano que ha ganado el bronce, John Carlos, hijo de cubanos, pero nacido en Harlem, el más famoso gueto negro de América. La plata la ha ganado Peter Norman, un puro blanco australiano, pero con el que maquinan lo que van a hacer y se convierte en su cómplice.
Una imagen que recorre el mundo
Cuando suben al pódium llevan toda una parafernalia simbólica. Guantes negros que representan la pobreza de su gente en el país más rico, un pañuelo negro al cuello de Smith en prueba del orgullo de su raza, un collar de abalorios al cuello de Carlos, en recuerdo de los muchos negros linchados por los racistas blancos. Además todos, incluido el australiano Norman, llevan en el chándal, por encima del emblema de su país, una pegatina del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos, una organización recientemente creada por el sociólogo Harry Edwards para denunciar el racismo en el deporte, que ha intentado boicotear la participación de afroamericanos en los Juegos de Méjico. En el último momento surge un contratiempo. Carlos se ha olvidado los guantes negros en su habitación, pero el australiano Norman les da la solución: poneros un guante cada uno.
La entrega de medallas se desarrolla con normalidad, pero en el momento en que izan las banderas y suena el himno nacional de Estados Unidos, como manda el protocolo por ser norteamericano el ganador del oro, Smith y Carlos le ponen la guinda a su acción: inclinan la cabeza en muestra de la amargura que siente su pueblo y levantan el puño cerrado, Smith el derecho, Carlos el izquierdo, puesto que han tenido que repartirse el par de guantes. Es el saludo del Black Power, el Poder Negro.
El gesto resulta explosivo, la imagen recorrerá el mundo. De entrada los tres atletas se retiran entre silbidos. A Rodrygo en el Bernabéu le dedicaron una ovación el miércoles y todos los comentaristas que retransmitían el partido elogiaron su acción, pero en 1968 las cosas son muy distintas. Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional, que anteriormente había sido presidente del Comité Olímpico de EEUU, está indignado y decide tomar represalias. Los dos atletas son inmediatamente suspendidos como deportistas olímpicos y expulsados del equipo americano.
Brundage quiere más sangre, exige que echen físicamente a los dos rebeldes de la Villa Olímpica, donde están recibiendo muestras de apoyo de deportistas de todo el mundo, pero el Comité Olímpico Mejicano, que es quien gestiona la Villa, se niega. Los mejicanos en Estados Unidos reciben tantas vejaciones racistas como los negros, de modo que el Comité Mejicano se pone de parte de Smith y Carlos y aprovecha la ocasión para joder al gringo, algo que encanta a todos los mejicanos.
En todo caso la carrera atlética de Smith y Carlos está acabada. La revista Time, todo un emblema de la prensa norteamericana, pública una ilustración donde el lema olímpico Faster, Higher, Stronger (más rápido, más alto, más fuerte) es substituido por Angrier, Nastier, Uglier (más furioso, más sucio, más feo), y las familias de los deportistas reciben amenazas de muerte. «Si gano, soy americano, no afroamericano. Pero si hago algo malo, entonces soy un negro», comenta amargamente Smith. Los dos intentan dedicarse al fútbol americano, pero con poco éxito.
Aún peor le van las cosas al australiano Peter Norman, reprendido y mandado al ostracismo por las autoridades deportivas de su país. Para los siguientes Juegos Olímpicos, los de Munich de 1972, Norman consigue un tercer puesto en las pruebas clasificatorias, pero el Comité Olímpico Australiano no lo incluye en el equipo nacional. Norman termina cayendo en el alcoholismo. Ni siquiera le perdonan en el año 2000, cuando se celebran los Juegos de Sidney, pues no le invitan a las ceremonias, pese a que sigue vigente el récord nacional de los 200 metros, que estableció precisamente en aquel lejano 1968. Cuando fallece en 2006, Smith y Carlos acuden a llevar su féretro a hombros, homenaje de los compañeros por los que se sacrificó, pero hasta 2019 no se ha producido su reivindicación pública en Australia.