¿Y si la malaria volviera a llamar a las puertas de Europa?
En España ya hay pistas suficientes que apuntan a que podría volver a convertirse en una zona endémica
No paramos de escuchar que cada dos minutos muere un menor de cinco años debido a la malaria. Pero son cifras que, pese a la gravedad que implican, apenas remueven conciencias en nuestro entorno ni movilizan los recursos para reducirlas. Y esto muy probablemente se debe a que (de momento) no se trata de un problema global.
En 2021 se registraron 247 millones casos de paludismo, frente a los 232 millones de 2019. Y la mayor incidencia, tanto de infecciones como de muertes, recayó en los niños menores de cinco años del África subsahariana.
Las características del clima tropical –intensificadas por el cambio climático– la pobreza, la altísima tasa de natalidad y las deficiencias en el sistema sanitario contribuyen a la propagación del mosquito vector, casi siempre hembras del género Anopheles.
Mediante su picadura, este insecto transmite a los humanos el protozoo parásito del género Plasmodium que causa la enfermedad. Actualmente se conocen cinco especies patógenas de Plasmodium: P. vivax (predominante fuera del África subsahariana), P. malariae, P. ovale, P. knowlesi y, sobre todo, P. falciparum, la más mortífera y de mayor prevalencia en el continente africano.
Una lucha con avances y retrocesos
La malaria se combate principalmente mediante tratamientos farmacológicos y quimioprofilaxis. Difieren en función del tipo de infección, de las posibles resistencias conocidas de las especies y de las características del paciente.
Desde 2021, la OMS también recomienda usar la primera vacuna antipalúdica, la RTS,S/AS01, en niños de zonas donde la malaria es causada por P. falciparum. Su administración ha reducido significativamente la incidencia, gravedad y mortalidad en este grupo de personas. En el estudio piloto realizado en Kenia, donde al menos 400.000 niños han recibido la primera dosis durante los últimos tres años, se ha constatado una disminución significativa de hospitalizaciones y muertes en menores de cinco años.
El control del mosquito vector es otra pata fundamental en la estrategia para intentar eliminar la enfermedad. Sin embargo, este esfuerzo se ve dificultado por las resistencias que ha desarrollado el Anopheles a los insecticidas y su adaptación a alimentarse antes de caer la noche. Así elude exponerse a los productos químicos.
La era de las infecciones globales
¿Estamos mirando hacia otro lado? Cabe aquí recordar cómo otra enfermedad característica del continente africano, el ébola, tampoco recibió ni la atención ni recursos que merecía hasta que aparecieron casos en otros países durante el brote epidémico del año 2014. Algo que no difiere mucho de los primeros meses de la pandemia de covid-19, cuando el SARS-CoV-2 no era más que «otro virus chino».
Se debería concienciar a la sociedad sobre la ‘tropicalidad’ cada vez menor de ciertas enfermedades y del incremento apabullante en la aparición de amenazas sanitarias causadas por agentes infecciosos, tanto emergentes como ya conocidos.
Así, en las dos últimas décadas se han registrado casi tantos brotes epidémicos como prácticamente en el resto de la historia documentada. Basta con recordar las crisis del síndrome respiratorio agudo grave (SARS), el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), la gripe A, el zika o el SARS-CoV-2. Y también deberían preocuparnos el surgimiento de casos de dengue, chikungunya, fiebre hemorrágica del Congo, virus del Nilo Occidental o la reciente viruela del mono en España, por ejemplo.
Casos importados y mosquitos de vuelta
En lo que se refiere al paludismo, los movimientos de personas están incrementando los casos en países fuera del continente africano. Concretamente, en 2020 se registraron un total de 2.377 casos de malaria en Europa. La lista la encabeza Francia, con algo más de 1.000 diagnósticos confirmados, seguida de Alemania con alrededor de 370 afectados. En España, donde la enfermedad fue oficialmente erradicada en 1964, se informó de 115 casos, ocupando la sexta posición.
También hay que remarcar que el cambio climático ejerce un efecto directo sobre la distribución y los ciclos de vida de los vectores. Así, estos no solo se expanden a nuevos territorios, sino que pueden regresar a sus «viejos hogares». La pregunta que deberíamos hacernos ahora es: ¿qué va a pasar si todas esas hembras de Anopheles que viajan entre continentes encuentran hábitats idóneos para reproducirse en Europa y empiezan a infectar?
La realidad es que ya se está detectando la presencia del mosquito vector en nuevos territorios. Hay casos de malaria en zonas de mayor altitud de países como Etiopía y Kenia, donde las bajas temperaturas antes ofrecían cierta protección frente a los mosquitos. A esto se añade la presencia en África de la especie Anopheles stephensi, característica de Asia y con una increíble adaptación al medio urbano. Por su parte, las autoridades sanitarias de Estados Unidos confirmaron este pasado junio cinco casos de contagios por transmisión local por primera vez en veinte años, en Florida y Texas.
Futuro incierto
En España ya hay pistas suficientes que apuntan a que podría volver a convertirse en una zona endémica. El número de casos importados aumenta año tras año, las temperaturas son idóneas para la proliferación del parásito en el vector y la presencia del mismo hace posible su interacción con una persona infectada. Actualmente, el Hospital Universitario Poniente, en Almería, lidera una investigación que incluye la captura de mosquitos Anopheles en la provincia almeriense para determinar si tienen la capacidad de completar el ciclo del Plasmodium.
Desde un punto de vista epidemiológico, debemos estar preparados para la reaparición de este y otros nuevos patógenos perfeccionando y mejorando constantemente el sistema coordinado de acción. Además, el agotamiento generado por la covid-19 entre la población puede incrementar la indiferencia ante el hecho de que tanto el cambio climático como la globalización están modificando el panorama de distribución y aparición de enfermedades infecciosas.
La concienciación y educación sobre una salud única (humana, animal y medioambiental) es vital para no perder terreno en esta «lucha entre especies», que idealmente debería ser una convivencia equilibrada y adaptada.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.