Por un feminismo liberal
THE OBJECTIVE ofrece en exclusiva un adelanto del libro ‘Contra el feminismo. Todo lo que encuentras odioso de la ideología de género y no te atreves a decir’, de Teresa Giménez Barbat, publicado por la editorial Pinolia
Naturalmente, si el feminismo fuera un movimiento que, como dice la RAE, postula el «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre» ni yo ni casi nadie en esta parte del mundo tendríamos nada que objetar. Todos feministas. Entonces, ¿por qué un título tan desafiante para este libro? Podría haber matizado lo del feminismo, y no sería la primera vez.
«Soy una feminista liberal», proclamé un día. Con esto ya afirmé que no apoyaba los excesos, que no iba en contra de los hombres y que les consideraba compañeros de viaje.
Sí, podría haber escrito un libro con este título: Feminismo liberal. No hubiera servido de mucho y me hubieran mirado igualmente por encima del hombro. «Liberal» en Europa, ya saben, suena a ser de derechas. Un tipo de feminismo que no desprecia a las mujeres que en libertad eligen roles tradicionales en lo doméstico, por ejemplo. Tendría el desdén de los más
sectarios, pero no me pondría totalmente en contra al feminismo «clásico». Ya encabecé porque me lo pidieron un manifiesto de este estilo llamado No nacemos víctimas cuando fui eurodiputada en el grupo Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (ALDE). Pero ser liberal no es ser de «centro», un espacio que al final ni es la derecha ni la izquierda, ni sí ni no. Mi liberalismo es la búsqueda de la libertad, el humanismo y la razón. Y muchas veces estas cosas no están en el «centro». Pueden estar a izquierda, derecha, arriba o abajo. ¿El sensato punto central está entre las razones de los nazis y las de los judíos? ¿Entre la voluntad del violador y la negativa de la víctima? ¿El centro es dejarlo en ni para ti ni para mí, la puntita solo? Si el centro es la moderación o lo justo, muchas veces debería estar en otra dimensión. Ser liberal para mí es precisamente descartar el eje izquierda-derecha como única línea. Ser valiente y no temer que te adjudiquen etiquetas (siempre lo hacen) por coincidir con los unos a veces y otras con los otros.
Desafiemos etiquetas. No sé si también le pasa a usted. Ese andar como pisando huevos. Esas miradas de reproche. Esa presión que nos obliga a ir siempre con la excusa por delante. «Por supuesto que quiero que la mujer tenga los mismos derechos que el hombre», me he oído decir. ¡¿Tengo que decirlo?! No, me dan ganas de responder, yo adoro la opresión machista, que me paguen menos que a un hombre por hacer lo mismo o que no me dejen estudiar lo que me apetezca. Venga, por Dios. Declararse feminista es como declararse demócrata. Solo gente muy marginal en nuestras sociedades se manifiesta en contra de estos principios. ¿Por qué exigen una declaración de fe, que vayas a una manifestación o que lleves una pancarta? Mi impresión es que algunos oportunistas están llevando el agua a su molino aprovechándose de la inocencia de muchas mujeres y hombres. Hablan de «feminismo» y sabes que lo que tú entiendes por tal y lo que entienden ellos es muy diferente. Porque el feminismo ha ido
mutando y seguramente ahora ya no tiene nada que ver con lo que solía ser. Y hay que huir de él como de la peste porque es una ideología (la ideología de género) pseudorreligiosa, y ha degenerado tanto que le hace más daño que otra cosa a la sociedad.
«No voy a acogerme a ninguna versión del feminismo para contentar a los dueños del bien y del mal»
Si usted, lector, también está harto. Si como a mí no le gusta andar entre dos aguas sin dar la batalla por lo que piensa, ni seguir la corriente sintiéndose un cobarde, haremos juntos un viaje interesante. Yo le prometo ir por un camino sin barandillas políticamente correctas. No voy a acogerme a ninguna versión del feminismo para contentar a los dueños del bien y del mal. A quienes se arrogan la superioridad moral de una doctrina que, como intentaré explicarle, ya no tiene ninguna razón de ser. No la tiene en términos legales y políticos, pues todas las legislaciones de nuestra parte del mundo reconocen la igualdad de derechos de todas las personas cualquiera que sea su raza, su religión o su sexo. No la tiene desde la ciencia, la objetividad y el sentido común: distorsiona la realidad o la niega directamente. Y porque, en el mejor de los casos, el del feminismo digamos «clásico», es injusto: se inventa enemigos. Así grita a todas horas que nuestra sociedad (solo la nuestra, no la parte no occidental) está estructurada para dañar a las mujeres. Y que quienes tienen el poder en ella y lo usan para fastidiarnos son los hombres. Pero son nuestros padres, parejas, hijos o amigos. Ya está bien.
Yo quiero despanzurrar sus argumentos. Y voy a ponerme del lado de la razón y de la ciencia, no de sus delirios. Les explicaré algunos instrumentos de la ciencia que pueden sernos útiles. Denunciaré con ellos la deriva irracional del feminismo y del movimiento LGTBI (a día de hoy LGTBIQ+) con el que tiene tantos puntos en común. Le explicaré qué fuerzas poderosas provocan el deseo de apuntarse a causas que muchas veces han perdido todo anclaje en la realidad. Hablaré de la naturaleza humana. También, por supuesto, de qué es el sexo, de todo lo que hemos olvidado sobre su razón de ser, y de lo que nos caracteriza y distingue a hombres y mujeres. De los mecanismos de la atracción y de los intereses reproductivos que nos diferencian. De lo que antes llamaban, muy cursimente, «el tercer sexo», y que ahora han convertido en centenares (deben ir ya por varios miles). De la trampa de la idea de género y de cómo intenta acabar con la comprensión racional del sexo.
Hablaré de dos productos explosivos del feminismo irracional. Por un lado, lo queer (ligado a lo trans), discutiendo si esto tiene sentido biológica o genéticamente. Y, por otro, de algo no menos explosivo y con graves y tristes consecuencias: la demonización del hombre. Y haré una defensa de cuestiones de las que han hecho lamentable bandera los movimientos de izquierda y el feminismo irracional: la erosión del papel del padre, del matrimonio o la glorificación de la revolución sexual.
«Seguirles la corriente es acabar viéndolos en ministerios dictando las leyes más destructivas y disparatadas»
No soy una investigadora, soy una escritora, reseñista de libros en la frontera de la ciencia y lo social y expolítica que lee ciencia, sobre todo antropología evolutiva, mi formación. Haré una pequeña introducción que nos hable de la naturaleza humana y del conocimiento indispensable que han aportado la biología y las ciencias evolutivas a su comprensión; hablaré sobre qué significa el naturalismo científico y de por qué es mejor que las elucubraciones metafísicas tradicionales. De por qué creo que es posible discutir el feminismo con el bagaje de la experiencia cultural y social humana, pero también con el que llevamos inscrito por millones de años en nuestro linaje ancestral. Explicaré por qué esos conocimientos sobre la naturaleza humana pueden permitirnos una nueva valoración de las más antiguas preocupaciones del hombre y sus instituciones. Y, si puedo permitirme un poco de humor, lo haré. Un libro puede ser serio y no ser un muermo. Este no lo será.
También lo escribo por una razón más íntima y personal: simplemente por el hecho de saber que se me va a caer el pelo ya me vale la pena hacerlo. Me compensa si apoyo a los disidentes de lo políticamente correcto que están siendo cancelados. A ninguna persona se le puede negar el derecho a discutir, a analizar, a debatir. Llevo años defendiendo la razón, la ciencia y el humanismo secular y tengo derecho a hablar y a no traicionar lo que pienso que soy: una librepensadora.
Tranquilos. Pueden estar a favor de la libertad de derechos y oportunidades de la mujer (¿y quién no?) y no ir a fichar a sus manifestaciones ni pagarles de su bolsillo sus cien mil chiringuitos. Además, ¿para qué queremos ser parte de un club que en realidad no acepta a gente como nosotros? Seguirles la corriente es acabar viéndolos en ministerios dictando las leyes más destructivas y disparatadas.
Teresa Giménez Barbat es antropóloga y escritora. Fue eurodiputada en el Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (ALDE).