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Lord Byron y la calamitosa dieta del vinagre

En su juventud, el escritor inglés siguió rigurosas dietas para evitar el problema de sobrepeso que sufría su madre

Lord Byron y la calamitosa dieta del vinagre

Lord Byron en su lecho de muerte.

Hoy en día se considera a Lord Byron (1788-1824) una de las figuras clave de la literatura inglesa. En sus textos se aprecia un estilo romántico y melancólico, con una rica y emotiva expresión del paisaje y de las emociones humanas.

En el aspecto personal, sufrió múltiples problemas de salud a lo largo de su vida, desde vértigos, cojera, gonorrea y malaria hasta bulimia y anorexia. De los dudosos métodos terapéuticos que se empleaban en su tiempo dejó constancia en su conocido poema épico burlesco Don Juan. Aquí citaba, por ejemplo, el consumo de sales de Epsom, cuyo ingrediente activo principal es el sulfato de magnesio. Se utilizaban como laxante, relajante muscular –en soluciones para remojo– y, combinadas con otros eméticos y catárticos fuertes, para purgar y ocasionar vómitos.

Dietas demasiado rigurosas

En su juventud, Byron siguió rigurosas dietas para evitar el problema de sobrepeso que sufría su madre. Experimentó con regímenes que implicaban consumir un cuarto de libra de carne al día, acompañado de pequeñas cantidades de vino.

En sus últimos años, recurrió al vinagre, creyendo que este líquido agrio podría reducir su apetito. La pérdida de peso fue drástica, pero el precio que pagó fue alto: los problemas dentales, los vómitos y la diarrea se convirtieron en una parte constante de su vida. Lo tomaba solo con agua y arroz, ya que creía que así potenciaba el efecto purgante, provocándose vómitos y diarrea.

Como resultado de esta y otras dietas drásticas, el escritor logró reducir su índice de masa corporal (IMC) de 29,7 a 22,1 kg/m² al menos dos veces en su vida, en 1806 y en 1822. Antes de la segunda pérdida significativa de peso, mientras estaba en Venecia, su aspecto inquietó a su abogado, quien indicó que Byron lucía pálido, hinchado y cetrino.

Lord Byron, en su lecho de muerte. Cuadro de Joseph Dionysius Odevaere (1775-1830). Wikimedia Commons

Víctimas del vinagre

La dieta del vinagre no era un fenómeno nuevo en la época de Byron, como demuestran varios eventos trágicos. Uno de los primeros casos publicados tuvo como protagonista a una mujer francesa llamada Mademoiselle Lapaneterie en 1733. Preocupada por su robusta constitución y el color rojizo de su piel, siguió el consejo de una vecina, que le sugirió beber un pequeño vaso de vinagre al día para perder peso y lucir una tez más blanca.

Como publicó el médico Pierre Desault, Lapaneterie siguió este tratamiento durante más de un mes, observando que perdía peso y que su tez vívida, indeseable para las damas de la época, se desvanecía en palidez. Sin embargo, pronto comenzó a sufrir tos, sudores nocturnos, náuseas, hinchazón de pies y piernas y diarrea, hasta que, finalmente, falleció.

Un segundo caso se produjo en 1826, dos años después de la muerte de Lord Byron. Louise, una joven de Dijon (Francia), recurrió al vinagre porque «los jóvenes de la región donde vivía se burlaban de ella». El régimen también la llevó a la tumba.

Pese a estos sucesos, el uso del popular ingrediente de cocina como base de dietas de adelgazamiento tuvo predicamento en Europa –especialmente en Francia– durante el siglo XVIII y siguió siendo popular hasta mediados del XIX.

Su consumo excesivo perjudica seriamente la salud

En 1998, un grupo de investigadores del Departamento de Medicina Interna del Hospital Universitario de Innsbruck (Austria) observó que el alto consumo de vinagre puede causar tres efectos nocivos:

  • Hipocalcemia: Niveles bajos de calcio en el suero sanguíneo que pueden causar espasmos musculares.
  • Hiperreninemia: Respuesta homeostática a la reducción de la presión de perfusión renal o flujo plasmático debido a niveles elevados de renina (una hormona producida por los riñones) en la sangre. Esto provoca hipertensión arterial e insuficiencia renal.
  • Osteoporosis: Condición que debilita los huesos, haciéndolos frágiles y más propensos a fracturarse.

Dientes «avinagrados»

Unos años después, se publicó el caso clínico de una chica de 15 años que mostraba erosión dental debido a la ingestión diaria de un vaso de vinagre de sidra. Curiosamente, Byron estaba preocupado por sus dientes, pequeños y regulares. Másticaba y fumaba tabaco pensando que así preservaría su dentición y, en años posteriores, para evitar el hambre. Al final de su vida, conservaba unos dientes blancos, pero se habían vuelto algo flojos.

Al menos un estudio ha demostrado que el vinagre blanco, el vinagre de manzana y el peróxido de hidrógeno tienen, efectivamente, efectos blanqueadores y debilitantes en los dientes. Además, en 2016 se observó que el vinagre blanco puede causar mayores niveles de daño a la dureza y calidad del esmalte.

Según un estudio realizado por el grupo de investigación de Phillipp Kanzow, la presencia y gravedad de esos defectos erosivos dependen de varios parámetros como la nutrición, la composición de la saliva, las enfermedades y el estrés mecánico por abrasión.

Efecto saciante

En cuanto al efecto adelgazante que Byron achacó al vinagre, probablemente provenía de su efecto de saciedad. En 1998 se demostró que el ácido acético –principal responsable del sabor y el olor del condimento– reduce significativamente las respuestas de glucosa e insulina después de comer, tal vez debido a una tasa de vaciamiento gástrico retrasado.

Esto sugiere que el aumento de azúcar en sangre después de una comida se reduce con la ingesta de vinagre, ya que la digestión de los alimentos lleva más tiempo y el cuerpo, por lo tanto, tarda más en descomponer los carbohidratos contenidos en la comida.

Nuestro estudio sugiere que, si bien la dieta del vinagre ayudó a Byron a perder peso y aumentó su palidez, su consumo a largo plazo podría haber contribuido significativamente a la anorexia nerviosa, complicada por episodios de bulimia, que padecía.

Jose Miguel Soriano del Castillo, Catedrático de Nutrición y Bromatología del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universitat de València y Mª Inmaculada Zarzo Llobell, Estudiante de Doctorado en Medicina, Universitat de València

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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