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El Sahara no siempre fue un desierto

Hace unos 6.000 años comenzó una desertización progresiva, que desembocó en las condiciones climáticas actuales

El Sahara no siempre fue un desierto

Desierto del Sahara.

A mediados del siglo XIX, oficiales del ejército francés descubrieron en Argelia pinturas rupestres que representaban animales muy distintos a los actualmente presentes en el Sahara. Posteriormente, exploradores alemanes, franceses e italianos constataron más ejemplos de pinturas faunísticas a lo largo de este desierto, catalogadas en 1956 por el francés Henri Lhote. Desde entonces, la presencia de grabados y dibujos prehistóricos con megafauna salvaje (jirafas, antílopes, elefantes y rinocerontes) se ha documentado en enclaves de Mali, Libia, Níger, Argelia, Egipto, República Saharaui y Mauritania. Sus dataciones abarcan un periodo cronológico entre 10 000 y 6000 años atrás.

Pero, un momento. ¿El Sahara no es un desierto? ¿Cómo podía albergar elefantes y jirafas?

Estas pinturas se han interpretado como realizadas en un contexto paleoclimático muy distinto del actual. Entonces existía en la región un clima húmedo y templado con vegetación arbolada, cursos de agua permanentes y lagos.

Hace unos 6.000 años comenzó una desertización progresiva, que desembocó en las condiciones climáticas actuales. Hoy el Sahara es el mayor desierto cálido del planeta y ocupa una extensión cercana a 9,5 millones de kilómetros cuadrados (lo que representa un 25% del continente africano) a lo largo de once países.

Su clima se caracteriza por una temperatura diurna media cercana a 30 ºC, unas precipitaciones anuales inferiores a 150 mm y una intensa radiación solar ligada a su posición geográfica, al norte y al sur del trópico de Cáncer. Tales condiciones climáticas extremas dan a lugar a un escenario ecológico pobre en biomasa y biodiversidad, donde destaca una megafauna salvaje limitada a pequeñas poblaciones de zorros, gacelas, antílopes, damanes, roedores, serpientes, aves, varánidos y, en enclaves específicos, guepardos, perros salvajes y cocodrilos.

Grabado de una jirafa en el enclave de Amagjar (Mauritania) Imagen original de J.M. García Aguilar

¿Por qué cambió el Sahara?

Las causas cabe buscarlas en procesos naturales recurrentes de carácter global, marcados a su vez por ciclos astronómicos –ligados a variaciones en la inclinación del eje de rotación terrestre y en la geometría del sistema Sol-Tierra-Luna–.

Estos ciclos los estableció en la década de 1920 el astrónomo y geofísico serbio Milutin Milankovitch a partir de tres movimientos terrestres fundamentales:

  1. Excentricidad orbital. Con ciclos de 413.000 y 100.000 años, hacen aumentar o disminuir de modo significativo la diferencia de distancias entre la Tierra y el Sol en sus puntos más cercano (perihelio) y lejano (afelio).
  2. Oblicuidad axial. Con un ciclo de 41.000 años, produce oscilaciones en la inclinación del eje de rotación terrestre entre 22,1 º y 24,5 º (actualmente se encuentra inclinado 23,5 º).
  3. Precesión axial. Con un periodo de 23.000 años, hace cambiar la dirección del eje de rotación respecto a las estrellas.

Todos estos movimientos influyen de modo decisivo en la cantidad de radiación solar que reciben la atmósfera y la superficie terrestres. Esto se traduce en importantes oscilaciones climáticas a escala global, de hasta un 20% de la energía calorífica recibida según la latitud y el hemisferio en cada estación del año, y verificables en un plazo de miles o decenas de miles de años.

La transformación del Sahara en un desierto fue causada por estas oscilaciones climáticas, cuyas evidencias parten de análisis geológicos de sedimentos, fósiles y registros polínicos.

Otras evidencias que demuestran este fenómeno se hallan en pinturas rupestres, que ofrecen imágenes de la megafauna presente en esos momentos pretéritos, ligada a su vez a unos patrones bioclimáticos determinados. El hábitat actual de las especies representadas se halla en sabanas situadas al sur del Sahara, bajo unas condiciones climáticas de unos 20 ºC de temperatura media anual y entre 600 y 1000 mm de precipitaciones medias anuales.

A partir de estos datos, resulta tentador establecer una tasa media de calentamiento general en el Sahara de 0,17 ºC/100 años desde el comienzo del proceso de desertización, así como una tasa media de disminución en las precipitaciones cercana a 10 mm/100 años, hasta alcanzar las condiciones actuales.

Estos valores contrastan con los establecidos desde mediados del siglo XX, que muestran un aumento en la temperatura global de 1 ºC hasta el año 2020, lo que supone un valor promedio de 1,33 ºC/100 años, una tasa 7,8 veces mayor que el cambio climático natural registrado en el proceso de desertización del Sahara mediante pinturas y grabados prehistóricos.

Tal incremento en la tasa de cambio climático habría sido causada por la actividad humana. Esta modifica los ciclos climáticos naturales, cifrados en decenas de miles de años, mediante un incremento térmico lineal desarrollado en un plazo menor de un siglo. Ello implica un cambio climático de origen antrópico al menos 200 veces más rápido que el determinado de manera natural por el ciclo de precesión axial.

Durante una expedición a Mauritania en noviembre de 2023, se localizaron al noroeste del país pinturas rupestres no descritas hasta entonces. El hallazgo tuvo lugar cerca de las localidades de Chinguetti (Amagjar) y Atar (Segulil), bajo abrigos de areniscas paleozoicas (depositadas hace más de 300 millones de años).

Todos los dibujos muestran un tamaño decimétrico y un discreto estado de conservación, lo que dificulta su asignación a especias animales concretas. Pese a ello, se han identificado una jirafa, un rinoceronte, una serpiente y una figura humana con arco. Posiblemente, también un avestruz y varios ungulados.

La fauna presente en estos enclaves fue representada por sus antiguos pobladores, mostrando de este modo la evidencia de un cambio climático en el Sahara durante los últimos 6000 años. Así se transformó un vergel de vida salvaje en el que es hoy el mayor desierto del planeta Tierra.

José Manuel García Aguilar, Profesor Colaborador, Áreas de Paleontología y Estratigrafía, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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