The Objective
El buzón secreto

El mejor servicio secreto del mundo (y no es la CÍA) se queda huérfano

«Los espías del Vaticano existen, aunque algunos lo duden, y siguen trabajando a pesar de la muerte del papa Francisco»

El mejor servicio secreto del mundo (y no es la CÍA) se queda huérfano

El papa Francisco. | EFE

Cuentan que el servicio secreto del Vaticano es una maquinaria que funciona al margen de sus jefes, que está tan engrasada que cada día hacen la mayor parte de su trabajo de una forma mecánica, ya establecida. Es verdad que algo parecido se puede decir de servicios como el CNI, pero en el español sí es primordial la figura del responsable político. 

Recuerdo esta idea porque en esta semana que empezó con la muerte del papa Francisco, en el Vaticano han potenciado las actividades de espionaje de la Santa Alianza, conocida ahora como La entidad, y de contraespionaje del SP. Más allá de las medidas de seguridad extremas desplegadas por la Guardia Suiza como responsable del servicio de seguridad para los actos que se están celebrando, en colaboración estrecha con la policía italiana, los espías de la Santa Sede están demostrando que a pesar de haberse quedado huérfanos, su trabajo sigue igual. Muchos no pueden creerse que una institución como la Iglesia pueda disponer de espías y si existen, no se creen que puedan ser buenos.

Simon Wiesenthal, el cazador de nazis más famoso de la historia, que trabajó muy unido al Mossad de Israel, sentenció: “El órgano de inteligencia mejor del mundo es el que funciona al servicio del Vaticano». En el mismo sentido, me gusta siempre citar a mi amigo ya fallecido Manuel Rey, un prestigioso agente del espionaje español: “El mejor servicio secreto del mundo es el del Vaticano”.

Las misiones de los espías del Papa

Oficialmente, no existe, como no existía, el MI6 en Gran Bretaña hasta 1994, año en el que se le dotó de base legal para actuar. Los espías del Papa, como muchos los llaman, tienen como misión defender los intereses del Vaticano en cualquier terreno, como los creyentes perseguidos en cualquier país del mundo, las guerras de religión o los enfrentamientos dentro de la Iglesia. Como todos los servicios secretos, su misión primordial es informar a su responsable político, en este caso el secretario de Estado, y al Papa de todos los avatares que puedan afectarles.

Su funcionamiento siempre ha sido opaco. Cuentan con la ventaja de que la Iglesia tiene representantes en todos los confines de la tierra, principalmente sacerdotes y monjas, que envían informes de lo que pasa a su alrededor a los responsables de su provincia. Amparándose en el conducto reglamentario de las instituciones jerarquizadas, los informes acaban en las nunciaturas y de ahí viajan hasta el Vaticano, donde termina en un grupo de alrededor de 300 analistas, a los que llaman “minutantes”. Su tarea diaria es recoger esa información que afecta a la Santa Sede, sumarle la que aparece en los medios de comunicación, añadir la que generan los diplomáticos vaticanos por todo el mundo y, finalmente, la extraída de fuentes reservadas.

Trabajan con todo tipo de información, como las relaciones de un sacerdote con una guerrilla latinoamericana, las presiones de un gobierno africano contra sacerdotes o la pérdida de fieles en una parroquia por diversos motivos ajenos a la fe. Pero también hay datos de otro tipo, como política o economía. La Entidad, por ejemplo, fue muy activa durante el Pontificado de Juan Pablo II en la lucha contra la Teología de la Liberación, contra los curas centroamericanos: Leonardo Boff y un importante grupo de curas fueron muy perseguidos, eso sí, con la ayuda de la CIA.

A los analistas se suman informadores y colaboradores en determinados destinos por todo el mundo que son seleccionados por funcionarios vaticanos por su competencia o destino, sin informar a su obispo y con la obligación de guardar secreto sobre su misión. Finalmente, están los que podríamos denominar agentes sobre el terreno, normalmente sacerdotes encargados de determinados trabajos discretos para defender los intereses de la Santa Sede en mundos complicados como la economía. No son James Bond, pero algunos los comparan con ellos.

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