Vivir como ratas: la curiosa huelga de los jóvenes en China contra la precariedad laboral
No buscan productividad ni realización personal: el objetivo de la protesta es desconectarse de las expectativas sociales

Un grupo de jóvenes chinos trabajando. | Reuters
Cada vez más jóvenes chinos optan por desaparecer del sistema. Se encierran en sus habitaciones, reducen su actividad al mínimo y comparten su rutina de inactividad en redes sociales. Se hacen llamar «ratas» y han convertido la pasividad extrema en una forma de protesta contra un mercado laboral en declive en el gigante asiático: no trabajar, no competir, no aparentar.
En plataformas como Weibo, Douyin (TikTok en China) y Xiaohongshu (RedBook), miles de vídeos muestran a jóvenes entregados a una rutina de inactividad absoluta: dormir hasta el mediodía, pedir café por delivery, comer en la cama, navegar por el móvil durante horas o simplemente mirar al techo. Todo ello grabado y compartido con orgullo. Lo que a algunos podría parecer pereza, para ellos es una forma de resistencia.
La consigna es clara: retirarse del sistema. Frente a la precariedad, el agotamiento y un futuro sin garantías, muchos jóvenes han optado por desaparecer del mapa productivo. Rechazan el famoso modelo 9-9-6 —jornadas laborales de 9 de la mañana a 9 de la noche, seis días a la semana— que durante años marcó el ritmo de la élite laboral china, especialmente en el sector tecnológico. Ahora, una nueva subcultura encabezada por jóvenes nacidos en los 90 y principios de los 2000 propone el aislamiento, la dejadez y el mínimo esfuerzo como una forma radical de protesta pasiva. Lo llaman, sin rodeos, «vivir como ratas».
Se trata de una respuesta directa al desempleo estructural juvenil, el desgaste emocional y un mercado laboral cada vez más hostil. Según cifras oficiales, uno de cada seis jóvenes en China está desempleado, y muchos han dejado incluso de buscar trabajo. Para ellos, la promesa del éxito ha quedado rota.
El estilo de vida consiste en dormir la mayor parte de la jornada, ver vídeos desde la cama, evitar cualquier esfuerzo físico y desconectarse del mundo exterior. Algunos aseguran comer una sola vez al día, pasan jornadas sin ducharse ni cambiarse de ropa y reducen al mínimo el contacto con familiares o amigos. No buscan productividad ni realización personal: su objetivo es desconectarse de las expectativas sociales.
Este fenómeno se enmarca en una serie de movimientos recientes que ganan fuerza entre los jóvenes chinos, como el tang ping (tumbarse plano), el bai lan (dejarlo estar) o el llamado involution (una competencia desbordada y sin sentido que lleva al agotamiento colectivo). Todas estas formas de disidencia comparten un mismo mensaje: si el sistema no recompensa el esfuerzo, no tiene sentido formar parte de él.
Uno de los vídeos más virales que dio visibilidad al movimiento muestra a una bloguera de 27 años: se despierta a las 11 de la mañana, duerme una siesta a las 2 de la tarde, recoge su café a domicilio a las 5 de la tarde y cena sola a las 9 de la noche. Su día termina donde empezó: en la cama, sin obligaciones, sin metas, sin estrés.
Del tang ping chino al quiet quitting occidental
Aunque el calificativo de “ratas” es nuevo y suena casi irónico, la desconexión juvenil no es un fenómeno aislado ni estrictamente chino. Ya en 2021, jóvenes de la Generación Z y millennials en China comenzaron a rechazar abiertamente el ideal del sacrificio laboral, popularizando el lema “quedarse en el suelo” como forma de protesta. Fue el inicio del tang ping, que consistía en hacer lo mínimo indispensable para vivir, desmarcándose del modelo 9-9-6 y de la presión por ascender en la escala social.
Este desencanto ha cruzado fronteras. En occidente, la Generación Z también está reformulando su relación con el trabajo. Conceptos como la «renuncia silenciosa» (quiet quitting) o los «lunes de mínimo esfuerzo» revelan una actitud parecida: trabajar sin entregarse, sin sobrecarga emocional ni ambición corporativa. Otros han llevado esta tendencia aún más lejos, abrazando estéticas como la del caracol —símbolo de lentitud y recogimiento— o saliendo completamente del sistema, convirtiéndose en NEET–lo que en España se conocen como ‘ninis’– (ni trabajan, ni estudian, ni se están formando), por elección.
La paradoja es que esta es, supuestamente, la generación más preparada de la historia. Los millennials y la Generación Z acumulan niveles récord de educación formal, pero sus perspectivas laborales y de estabilidad financiera son peores que las de generaciones anteriores. En Estados Unidos, más de cuatro millones de jóvenes de la Generación Z están desempleados. Lo que comparten, a un lado y otro del mundo, es una misma sensación de agotamiento estructural. Frente a un mercado laboral percibido como cada vez más desigual, exigente e impredecible, desconectarse parece ser para muchos la única forma de resistir.