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Sociedad

¿Es cierto que ya no se baila en los conciertos?

Exponer la experiencia de asistir a un concierto o un festival tiene hoy en día más valor social que real

¿Es cierto que ya no se baila en los conciertos?

The Conversation.

Verano, vacaciones, fiestas y ferias, conciertos, festivales…

A pesar de los esfuerzos que se están realizando por romper la estacionalidad, julio y agosto siguen siendo los meses musicales por excelencia no solo en España sino en toda Europa. Basta con mirar las agendas de eventos de cualquier ciudad del Viejo Continente para comprobarlo.

En la actualidad, la música en directo vive un momento de gran éxito en todo el mundo. Así lo demuestran los datos de facturación por venta de entradas, con casi 35.000 millones de dólares recaudados en 2024 o los más de 70 millones de espectadores que asistieron a algún espectáculo de música en vivo.

En España, el Anuario de la Música en vivo 2025 publicado por la Asociación de Promotores Musicales arroja la misma tendencia: en 2024 se recaudaron más de 725 millones de euros solo en entradas y hubo más de 32 millones de espectadores, entre conciertos y festivales. A ello, hay que sumar el impacto económico generado, que en España se sitúa en casi 4.200 millones de euros.

Además de las múltiples giras de artistas nacionales e internacionales, España es el primer destino de turismo musical del mundo y destaca por el número de festivales de música que se celebran. En 2024 hubo más de 900 repartidos por todo el territorio nacional; Arenal Sound (300 000 asistentes), Primavera Sound (268 000) y Viñarock (240 000) fueron los eventos más multitudinarios. Junto a ellos, las giras de Bruce Springsteen (como artista internacional) y Melendi (nacional) congregaron al mayor número de espectadores, con más de 275 000 y casi 501 200 respectivamente.

Con estas cifras se puede afirmar que España es un país de música en directo, con legiones de fans que llenan recintos para disfrutar de sus artistas favoritos, coreando todos los temas y bailando sus canciones más conocidas. O ¿tal vez no?

Bailar o grabar

Al entrar en un recinto de música en vivo llama poderosamente la atención que, en muchos casos, ya no se baila. Las manos y cabezas danzantes, los saltos y movimientos que ocupaban el horizonte han sido sustituidos por una masa de teléfonos móviles que graban todo lo que sucede en el escenario o se hacen selfies disfrutando de la experiencia.

Atrás han quedado los conciertos de los que necesitábamos varios días para recuperarnos después de una noche de brincos. Ahora lo que tenemos son unas bonitas imágenes que subimos rápidamente a las redes sociales con las que mostrar al resto del mundo digital que hemos estado en ese concierto o en ese festival al que tanta gente hubiera querido asistir. Así lo demuestran las millones de fotografías que han llenado TikTok o Instagram de la reciente –y esperada– gira de Oasis por el Reino Unido.

Un cambio en el consumo

Pero ¿cómo hemos llegado a esta situación? ¿Por qué preferimos hacer fotos y colgarlas en redes en lugar de bailar y cantar? ¿Qué nos aporta?

Todo indica que no hay solo una causa, sino múltiples factores que han incidido en nuestra forma de consumir música en directo y en las gratificaciones que obtenemos de esos consumos culturales.

En primer lugar, la industria del directo se ha institucionalizado a nivel comercial, es decir, sus agentes se han profesionalizado, empleando sofisticadas estrategias de marketing para atraer al máximo número de consumidores. De esta forma, las empresas del espectáculo han evolucionado hasta un modelo similar al de un festival de consumo cultural de distintas propuestas empresariales, no todas ellas pertenecientes a la industria musical.

Para ello, además de ofrecer entretenimiento en cada rincón del recinto, se han servido de estrategias de marketing basadas en la distribución de imágenes glamurosas de lo que estaba pasando dentro y fuera de los escenarios. Han construido narrativas audiovisuales a través de las cuales se relacionan los agentes implicados en hacer posibles este tipo de espectáculos y en las que también participan los asistentes. De esta forma, los fans son ahora parte de esa narración, especialmente de los festivales cuyas promotoras han extendido este modelo al resto de eventos musicales.

Sirva de ejemplo el festival Mad Cool de Madrid, celebrado el pasado mes de julio. Además de los vídeos y fotografías difundidos por la organización, se sumaron los contenidos de las marcas patrocinadoras, de los grupos y artistas, de los medios de comunicación, de los numerosos influencers que acudieron invitados por las marcas y los de los propios asistentes –empleando etiquetas como #madcool o #madcoolfestival–. Entre todos ellos encontramos experiencias que van desde los stands de los patrocinadores a los espacios de descanso, pasando por los posados en los luminosos o la archiconocida noria.

Ver y ser visto

A ello, hay que sumar el consumo extensivo de las redes sociales. En los últimos informes se destaca el aumento de las horas que pasamos consumiendo contenidos audiovisuales a través de redes como Instagram o TikTok, convirtiéndose en las pantallas a través de las que vivimos.

Esa influencia ha llegado a condicionar la forma en la que se producen los espectáculos en directo, que continúan con la denominada estética TikTok. Es decir, la puesta en escena de muchos conciertos está pensada para adaptarse a las pantallas de los móviles, pasando de ser espacios de consumo musical a recintos de generación de contenidos.

Uno de los ejemplos más relevantes de los últimos años fue la gira Motomami de Rosalía, que empleó la misma escenografía que se había usado en el concierto de lanzamiento del álbum retransmitido a través de TikTok. Junto a ella, Charli XCX, Lady Gaga o The 1975, entre otros, también han optado por este tipo de montajes que busca ofrecer el marco adecuado para la generación de contenido relacionado.

Nuevos espacios de entretenimiento

A estas tendencias se añade la transformación de los espacios y recintos musicales que se han llenado de experiencias –además de la musical–. Son espacios de ocio, de estatus social, de dejarse ver y, especialmente, de mostrarse a través de la instantaneidad de las stories de Instagram.

Dos chicas con vestidos ligeros y coronas de flores.
Las fans se visten de acuerdo a una de las ‘eras’ de la carrera musical de Taylor Swift en un concierto de su gira en Australia. Graham Drew Photography/Shutterstock

Exponer la experiencia de asistir a un concierto o un festival tiene hoy en día más valor social que real, desde vestirse siguiendo un estudiado dress code (como hacían los espectadores de la gira de Taylor Swift adecuando su ropa a cada una de sus “eras”) y acceder al recinto hasta, por fin, llegar a la localidad. Dejar constancia de con quién acudimos, qué nos vamos encontrando, qué regalos se dan o qué se puede comer forma parte hoy de esa experiencia de consumo musical en vivo, dejando el mero disfrute de la escucha en un segundo plano.

Y es que, en estos tiempos, tiene más valor social ser la primera en dar evidencia de que se está en un concierto que el mero hecho de estar allí… bailando. Por eso muchas nos quedamos quietas para grabar bien y compartir unos bonitos vídeos.

Cristina Pérez-Ordóñez, Profesora e investigadora, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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