Por qué los grupos de infantil no deberían ser de más de 10 niños
No poder establecer un verdadero diálogo con las educadoras o sus compañeros puede tener efectos a largo plazo

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Imaginemos un grupo de veinte niñas y niños de 2 y 3 años en un aula. Son muy activos, algunos acaban de incorporarse a la escuela. Tras reunirlos en corro, Verónica, una de las dos educadoras del grupo, les pregunta por la tormenta del día anterior: «¿Con quién estabais cuando cayó la granizada?».
Como es lógico, las respuestas se producen de forma desordenada y se forma cierta algarabía: varios hablan a la vez, otros se levantan, saltan. Verónica intenta que se sienten y les anima a escuchar. Al terminar, solo unos pocos logran compartir su experiencia y recibir una respuesta directa de Verónica o Miriam, sus dos «profes». Otros intervinieron una o dos veces, sin que nadie les respondiera directamente.
En un grupo tan amplio de niños tan pequeños esta escena es habitual. Sin embargo, no poder establecer un verdadero diálogo con las educadoras o sus compañeros puede tener efectos a largo plazo para los pequeños, especialmente si se vuelve algo recurrente.
La importancia de la ratio en infantil
Las habilidades comunicativas y lingüísticas que desarrollamos en los primeros años no se adquieren mediante instrucción formal, sino que se construyen en las interacciones cotidianas que tienen lugar en casa, en la comunidad o en la escuela. Es en estos espacios donde aprendemos a tomar la palabra, ser escuchados, escuchar a otros, respetar turnos y atender incluso al habla que no va dirigida directamente a nosotros.
En la escuela infantil, el número de participantes por grupo es clave para garantizar la participación activa y la inclusión. Pero ¿cuál es la proporción adecuada para que eso ocurra?
Algunas organizaciones internacionales han establecido recomendaciones claras. Es el caso de organizaciones británicas y australianas, como la National Association for the Education of Young Children, el Early Years Foundation Stage o el National Quality Framework. Todas coinciden en recomendar un adulto por cada cuatro niños en grupos de bebés y niños de un año (con un máximo de ocho). A partir de los dos años, proponen un adulto cada cuatro niños, bien uno cada seis en grupos de hasta doce participantes.
La Comisión Europea, en cambio, no fija una ratio concreta, ya que depende de la regulación de cada país, pero insiste en garantizar ciertos estándares de calidad. En su guía de 2021 se destaca el ejemplo de Suecia, con un adulto por cada tres bebés y uno por cada siete niños menores de tres años (Comisión Europea, 2021).
¿Cuál es la ratio en España?
España, junto con Croacia, es uno de los países europeos que permite un mayor número de niños por adulto en educación infantil. Aunque las cifras varían según la Comunidad Autónoma, las diferencias son significativas. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, se permite una educadora para cada ocho bebés, 16 niños y niñas en el grupo de 1-2 años, y hasta 20 en el grupo de 2-3 años, con una figura de apoyo compartida entre varias aulas.
Otras comunidades optan por ratios más ajustadas. En Navarra, por ejemplo, se fijan en 8, 12 y 16 para los grupos de 0-1, 1-2 y 2-3 años, respectivamente. En Canarias, las cifras suben ligeramente: 8, 13 y 18.
¿Qué implica esta proporción en una etapa tan importante para el desarrollo del lenguaje? La evidencia no es unánime: algunos estudios no encuentran una relación directa entre la ratio y el desarrollo del lenguaje, mientras que otros muestran que los niños en grupos más numerosos tienden a obtener puntuaciones más bajas en pruebas de lenguaje.
Hablar más o menos en el grupo de infantil
En una investigación reciente, realizada en aulas de educación infantil de la Comunidad de Madrid y Toledo, analizamos cuántas oportunidades reales tienen los niños y niñas de participar verbalmente en actividades grupales y cómo influye el tamaño del grupo en esas interacciones. Los resultados son contundentes: cuantos más niños hay en el grupo, menos oportunidades tiene cada uno de hablar y ser escuchado, incluso cuando participa más de una educadora.
El efecto es aún mayor en los grupos de los más pequeños. No es tanto la ratio adulto-niño lo que determina la participación verbal, sino el tamaño total del grupo. En la práctica, un grupo de ocho niñas y niños con una educadora favorece más las interacciones lingüísticas que un grupo de 16 con dos educadoras.
Oportunidad de participar y habilidades del lenguaje
Las niñas y niños que menos hablan son también quienes tienen menos oportunidades de recibir habla dirigida específicamente a ellos, sobre todo en grupos numerosos. En nuestro estudio, realizado con grupos de entre 9 y 16 niños y niñas de 2-3 años, observamos diferencias claras en la participación.
En la ventana de dos segundos después de intervenir en una actividad grupal, la educadora puede responder al niño o niña directamente, contestar a otro niño o, simplemente, dirigir su respuesta al grupo en general. En los grupos grandes, quienes participan menos o tienen menor vocabulario son los que tienen menos probabilidades de recibir una respuesta individualizada.
Por ejemplo, si un niño dice «¡Lluvia!», y la educadora responde «Sí, cayó mucha lluvia ayer, ¿te asustaste?», está reconociendo y ampliando su intervención. Pero cuando hay muchos niños en el grupo, y especialmente si algunos tienen más iniciativa verbal que otros, estas respuestas se reparten de manera desigual.
La importancia del énfasis y los gestos
En nuestro estudio observamos que las educadoras y educadores recurren a distintas estrategias de énfasis (como autorrepeticiones o gestos sincronizados) tanto al dirigirse a un niño o niña en concreto como al grupo entero.
Otros trabajos, en España y en otros países, muestran que la combinación de habla y gesto (cuando el adulto señala, mueve las manos o enfatiza visualmente lo dicho) resulta clave para que los niños pequeños entiendan y participen en las interacciones. A menudo, además, los gestos del adulto se sincronizan con los del niño, generando momentos especialmente ricos para el aprendizaje y la interacción.
Ahora bien, en nuestro estudio vimos que este tipo de énfasis multimodal se emplea mucho más al hablar al grupo entero que al responder a un solo niño de forma individual. Y esta diferencia se acentúa cuanto mayor es el número de niños en el aula.
El tamaño del grupo y la igualdad de oportunidades
Nuestros hallazgos muestran que, en grupos de más de diez niños y niñas de entre 1 y 3 años, la participación activa en las interacciones grupales no está garantizada, incluso con varios adultos presentes.
Esto limita sobre todo a quienes tienen un menor nivel lingüístico, que son precisamente quienes más se beneficiarían de recibir habla dirigida y respuestas individualizadas. La consecuencia es clara: menos participación implica menos oportunidades para desarrollar habilidades comunicativas. Y cuando esas oportunidades no se reparten de forma equitativa, se amplían las desigualdades desde los primeros años de vida.
Estos resultados invitan también a repensar cómo se organiza la acción educativa cuando hay más de una educadora en el aula. Contar con dos profesionales no debería reducirse a «más manos», sino a la posibilidad real de dividir al grupo en momentos clave, favoreciendo interacciones más individualizadas, sobre todo con los niños y niñas que menos hablan. Reducir la ratio es importante, pero no basta: es necesario reorganizar tiempo y espacio para garantizar que todos puedan hablar, escuchar y ser escuchados.
Marta Casla Soler, Profesora del dpto. Psicología Evolutiva y de la Educación. Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Madrid y Ana Moreno Núñez, Profesora en el Departamento Interfacultativo de Psicología Evolutiva y de la Educación. Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.