Pérdida de visión y audición: la ‘pinza’ que precipita el deterioro de la salud en la vejez
La fragilidad es un síndrome geriátrico caracterizado por una pérdida progresiva de energía y fuerza

Mujer mayor enfrentando una enfermedad. | Freepik
La discapacidad visual y la pérdida de audición son las dos limitaciones sensoriales más comunes en el mundo. Se estima que más de 2.200 millones de personas presentan algún grado de de la primera, mientras que más de 1.300 millones viven con pérdida de audición discapacitante. Son cifras que además, según las proyecciones, seguirán aumentando en los próximos años.
Al impacto en la calidad de vida hay que sumar el enorme costo social y económico que acarrean, pues limitan la participación plena en la educación, el empleo y la vida comunitaria.
Pero más allá de las dificultades cotidianas que generan, tanto la pérdida de visión como de audición parecen tener un efecto profundo sobre la salud general. Así, un equipo de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), en colaboración con la Universidad Johns Hopkins y la Universidad de Harvard, acabamos de demostrar que cuando ambas limitaciones sensoriales se combinan, el riesgo de sufrir el síndrome de fragilidad se duplica.
La lenta gestación de un síndrome debilitante
La fragilidad es un síndrome geriátrico caracterizado por una pérdida progresiva de energía, fuerza y capacidad de adaptación. Sus consecuencias son graves: hospitalizaciones más largas, mayor dependencia en las actividades diarias, riesgo de caídas y una mortalidad prematura. A todo ello se añaden importantes costes para las familias y el sistema sanitario.
En los últimos años, la investigación ha mostrado que este deterioro no surge de un día para otro, sino que se va gestando a lo largo de la vida adulta. Por eso resulta clave identificar factores de riesgo tempranos.
De hecho, la fragilidad se asocia con múltiples desencadenantes, que abarcan dimensiones biológicas, sociales y de estilo de vida: la edad avanzada, el bajo índice de masa corporal, tener sexo femenino, la desnutrición, los niveles reducidos de vitamina D, la polifarmacia (el consumo de múltiples medicamentos simultáneamente), el tabaquismo, el consumo de alcohol, la inactividad física, la soledad… Pero, hasta el momento, los factores sensoriales no habían sido estudiados en detalle.
Lo que revela el estudio
Nuestro trabajo, publicado en la revista Aging and Disease, analizó datos de 105.406 personas de entre 39 y 72 años de la base de datos británica UK Biobank. La visión se evaluó con pruebas de agudeza visual, y la audición, mediante un test de reconocimiento de dígitos en ruido.
Los resultados fueron claros:
• La pérdida de visión aumentó en un 50 % la probabilidad de sufrir fragilidad.
• La pérdida auditiva elevó ese riesgo en un 30 % (para casos leves) y hasta un 80 % (para los más graves).
• Pero la combinación de ambas discapacidades sensoriales duplicó el riesgo frente a quienes no presentaban ninguna.
Más allá de los números: ¿por qué ocurre esto?
Mientras que la pérdida de visión limita la movilidad y aumenta el riesgo de caídas, la de audición dificulta la comunicación y puede favorecer la soledad. Ambas reducen la actividad física y la vida social, dos pilares fundamentales para un envejecimiento saludable.
Además, la relación apunta a posibles mecanismos biológicos comunes, como la inflamación crónica y la disfunción celular, procesos que también están detrás del envejecimiento acelerado.
¿Qué podemos hacer?
La evaluación de la visión y la audición puede ser una herramienta clave para detectar a las personas con mayor riesgo de fragilidad antes de que esta se manifieste clínicamente.
El mensaje es claro: no debemos resignarnos a la pérdida sensorial como un destino inevitable. Revisiones periódicas, el uso de gafas o audífonos cuando son necesarios y el fomento de la actividad física y social pueden marcar la diferencia.
Se necesitan más estudios longitudinales y ensayos clínicos para confirmar esta relación y diseñar intervenciones preventivas, pero lo que ya sabemos invita a replantear la forma de abordar el envejecimiento: no basta con tratar enfermedades, hay que cuidar también de nuestros sentidos.
Por ello, es necesario impulsar investigaciones poblacionales de mayor calidad que incorporen medidas objetivas tanto de audición como de visión. Asimismo, resulta clave incluir la participación de especialistas en epidemiología, salud pública y políticas públicas. Como sociedad, debemos fortalecer la investigación y la defensa de políticas que mejoren el acceso y la equidad en la atención, especialmente en el ámbito de la discapacidad visual y auditiva.
