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Sociedad

Soy Superratón y he salvado muchas vidas

Desde hace siglos, los animales han acompañado al ser humano en su intento de entender la salud y la enfermedad

Soy Superratón y he salvado muchas vidas

l i g h t p o e t/Shutterstock

Hola.

Soy Superratón, pero no aquel que salía en los cómics y en la televisión. Yo soy de verdad. No tengo capa, ni vuelo, ni soy superfuerte, pero he salvado la vida de muchos individuos de vuestra especie.

Gracias a mí, y a otros como yo, hoy existen vacunas, antibióticos, tratamientos contra el cáncer y fármacos que controlan la epilepsia o la depresión. Sí, he sido parte silenciosa de algunos de los mayores logros de la medicina moderna. Y aquí va mi historia.

Una vida distinta, pero cuidada

Mi vida no transcurre entre madrigueras ni túneles oscuros. Vivo bajo el cuidado de personas con bata blanca que me alimentan, me limpian y me atienden con respeto.

No corro libre por los campos como mis primos, pero tampoco me falta atención. Para ellos, y para todos los que me conocen, soy un héroe. Mi misión es ayudar a comprender cómo funciona la vida y cómo vencer las enfermedades.

Lo que hemos conseguido

En algunos laboratorios he visto carteles con mi foto que decían: «Este animal ha salvado más vidas que el 112». Y tienen razón. Si la penicilina pudo convertirse en el antibiótico universal que cambió la historia de la medicina fue porque ratones como yo demostramos su eficacia hasta llegar al frente en la Segunda Guerra Mundial.

Desde hace siglos, los animales hemos acompañado al ser humano en su intento de entender la salud y la enfermedad. Ya en el Corpus Hippocraticum (siglo IV a. e. c.) se describían experimentos en cerdos, y en el siglo XIX fueron Pasteur y Koch quienes, a través de estudios en animales, demostraron la relación entre microbios y enfermedades, abriendo así el camino a vacunas y tratamientos eficaces.

Además, hemos sido protagonistas en el nacimiento de la inmunología moderna, ya que de nuestras células surgieron, en los años setenta, los primeros anticuerpos monoclonales. Estos anticuerpos son hoy imprescindibles en terapias contra el cáncer, las enfermedades autoinmunes o el alzhéimer, por citar algunas.

También hemos acompañado el desarrollo de modelos de cáncer que revelaron cómo ciertos genes provocan o frenan tumores. Por ejemplo, fuimos nosotros quienes comprobamos el papel de algunos de estos genes en el cáncer de mama, lo que permitió desarrollar terapias dirigidas, que hoy salvan la vida a miles de mujeres.

Durante la pandemia, nos pusimos manos a la obra para ensayar rápidamente vacunas y antivirales frente al virus causante de la covid-19. En una carrera a contrarreloj, las vacunas llegaron en menos de un año y, solo en Europa salvaron más de 1,6 millones de vidas.

En la actualidad, nos orgullece nuestro imprescindible papel en el estudio de la lesión de la médula espinal, pues estamos identificando mecanismos de regeneración neuronal y sus posibles terapias.

Somos pequeños, sí, pero coincidimos con los humanos en la mayoría de los genes relacionados con enfermedades. Aunque nuestro corazón late más deprisa y nuestras vidas son más cortas, compartimos procesos biológicos de un modo sorprendentemente parecido. Eso nos convierte en compañeros de viaje indispensables para entender el cerebro, el corazón, el sistema inmune o el metabolismo.

Y no todo en el laboratorio es serio. A veces, recorro laberintos en los que cada giro es un reto y cada salida una recompensa. Mientras yo juego, los investigadores aprenden cómo se forman y se pierden los recuerdos.

No estamos solos

En el laboratorio no estoy solo. Hay otros animales que también han hecho posible grandes avances. Por ejemplo, cuando veáis un pez cebra pensad en que su transparencia permitió observar en directo cómo se forman los órganos.

Si alguna vez os cruzáis con una mosca de la fruta, recordad que gracias a ella entendimos la herencia genética. Y las ovejas nos recuerdan a Dolly, fruto de la primera clonación de un mamífero, además de seguir siendo modelos muy valiosos en estudios de pulmón y terapia génica.

Los cerdos han abierto el camino para que los trasplantes de órganos entre especies estén cada vez más cerca de ser una realidad. Y los primates no humanos han sido esenciales en la investigación sobre la depresión, la enfermedad de Parkinson o el desarrollo de vacunas frente al VIH/sida, tareas tan difíciles como imprescindibles.

El precio de mi misión

Sé que mi tiempo es breve. A veces pruebo fármacos nuevos o participo en estudios que ayudan a las gentes de ciencia a entender cómo reacciona un organismo. No siempre es fácil, pero cada experiencia se transforma en conocimiento que salva no solo vidas humanas, sino también la de otros animales.

No escribo estas líneas para pedir compasión. Me cuidan, me respetan y existen leyes que garantizan que mi papel sea limitado y necesario. Mi especie colabora en la ciencia porque vosotros, los humanos, os habéis comprometido a que nuestro esfuerzo tenga sentido.

El futuro que deseo

Sé que llegará un día en el que ya no se necesiten ni ratones como yo ni, quizás, ningún animal. Ya se están desarrollando órganos en miniatura, modelos por ordenador e inteligencia artificial capaces de simular funciones de un organismo. Algún día esas alternativas puede que sean suficientes.

Y, creedme, yo seré el primero en celebrarlo porque la ciencia habrá encontrado un camino más ético, más preciso y más rápido para descubrir cómo curar enfermedades. Hasta entonces, aquí seguiré y seguiremos colaborando en silencio.

Seguimos en contacto

Tal vez os sorprenda leer una carta escrita por un ratón. Pero creo que imaginar mi voz puede ayudar a comprender que la investigación con animales no es un capricho sino un dilema ético complejo y, todavía hoy, una herramienta poderosa para salvar vidas.

Cuando escuchéis un latido que resiste a la enfermedad, cuando una respiración se recupere, cuando una familia vuelva a abrazar a quien ama gracias a la medicina, pensad que quizá un pequeño ratón estuvo detrás.

No soy un superhéroe de dibujos animados. Soy Superratón, un ratón de laboratorio, sencillo y discreto. Y mi vida, breve y cuidada, late junto a las vuestras.

Con afecto,

Superratón

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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