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Ciencia

Del metaverso de Zuckerberg

Votaría a cualquiera cuyo programa consistiese en proteger aquello que el Metaverso no puede reproducir: los besos, los abrazos, los bofetones, los enfados, las carcajadas, la ira, el sexo.

Del metaverso de Zuckerberg

Este año, el otoño nos ha traído vientos gélidos, mucho tráfico en Madrid y un proyecto de Zuckerberg. Un proyecto, por cierto, que acojona, como todos los que acomete el empresario yanqui, pero que, también como todos, acabaremos acatando sin demasiada oposición: el Metaverso. No voy a explicar en qué consiste, pues no se trata de algo nuevo y, además, quedan pocos que no hayan visto el vídeo en el que él, exultante, narra cómo podremos quedar con nuestros amigos, pasear, hacer deporte o trabajar en su mundo virtual. 

Quizá es más importante señalar el momento en el que llega el Metaverso; un momento de cambios, de incertidumbre y de duda; un momento, en fin, de tribulación pospandémica en el que muchos perciben al prójimo como una amenaza, como un posible contagiador, y se sienten más seguros limitando sus interacciones. A todos ellos, Mark les da una solución. A todos ellos, Mark parece decirles: «No os preocupéis, que de ahora en adelante no tendréis que arriesgar vuestra salud para socializar». Porque Mark lo ha previsto todo: en su Metaverso uno podrá, incluso, ir a conciertos.

Claro que este mundo virtual ha suscitado el rechazo de otros, que se reconocen incapaces de utilizarlo. Insisten en que es una aberración; lo llaman «distópico»; aseguran que les da miedo. Pero a todos esos —entre los que me incluyo— les recuerdo que el miedo que les da el Metaverso no es distinto del que Instagram o WhatsApp habría dado a nuestros abuelos. Y a nosotros, tan acostumbrados a las redes sociales, nos acabará pareciendo una evolución lógica de la virtualización —hasta ahora parcial— de la vida. Ya existen relaciones fundamentalmente virtuales —tenemos amigos con los que hablamos por WhatsApp mucho más de lo que los vemos o de los que sabemos de su vida solamente por las historias de Instagram—; por eso, si lo pensamos detenidamente, nos daremos cuenta de que no hay tanta distancia entre una cosa y la otra. 

Al final, creo que he terminado entendiendo que mi única ideología consiste en oponerme a todo lo que Zuckerberg quiere. Es más, votaría a cualquiera cuyo programa consistiese en proteger aquello que el Metaverso no puede reproducir: los besos, los abrazos, los bofetones, los enfados, las carcajadas, la ira, el sexo. Porque aquí tienes a uno, Mark, que va a seguir yendo a conciertos, que no va a dejar de hacer deporte al aire libre y que se niega a follar con un puto holograma. Me da igual lo bien diseñado que esté.

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