Los científicos alertan sobre una erupción volcánica para la que no estamos preparados
La comunidad científica lamenta que no existan planes para afrontar un fenómeno meteorológico de tal magnitud

Los científicos alertan sobre una erupción volcánica para la que no estamos preparados. | (Canva)
No somos conscientes de que nos enfrentamos a una amenaza en forma de fenómeno meteorológico, una erupción volcánica masiva que podría desencadenar consecuencias catastróficas a nivel global. Por eso, la comunidad científica lleva tiempo alertando sobre que el problema al que nos enfrentamos no es si ocurrirá, ya que eso no es seguro, sino de cuándo se producirá la erupción.
Y es que la posibilidad de una erupción volcánica masiva durante este siglo representa una amenaza real para la humanidad. Como ejemplo pasado, tenemos la experiencia histórica de la erupción volcánica tuvo lugar en el Monte Tambora, en Indonesia, durante el año 1815, que tuvo como consecuencia que Europa ese año no tuviera estación de verano.

Erupciones históricas
En 1815, la erupción del Monte Tambora en Indonesia se registró como la más fuerte de la historia. La explosión expulsó una inmensa columna de partículas a la atmósfera, provocando un enfriamiento global conocido como «el año sin verano». Como consecuencia, las temperaturas descendieron, las cosechas fracasaron y se desencadenaron hambrunas en diversas regiones. Este evento histórico subraya el potencial devastador de una supererupción y sirve como advertencia para el presente.
Como las erupciones volcánicas masivas tienen la capacidad de liberar enormes cantidades de dióxido de azufre a la estratosfera, formando partículas de aerosol que reflejan la luz solar y provocan un enfriamiento global. Hubo una erupción en el Monte Pinatubo, en Filipinas, que tuvo lugar en 1991 y enfrió el planeta aproximadamente 0,5ºC. Además, liberó 15 millones de toneladas de dióxido de azufre a la atmósfera.
Probabilidad de una erupción en el siglo XXI
Markus Stoffel, profesor de Impactos y Riesgos Climáticos de la Universidad de Ginebra, señala en sus estudios que la evidencia geológica sugiere una probabilidad de uno entre seis de que se produzca una erupción a gran escala en este siglo. Además, enfatiza en que la humanidad no tiene ningún plan para enfrentar un evento de esta naturaleza, lo que podría causar un caos social.
El riesgo y probabilidad de sufrir una macro erupción aumenta, si tenemos en cuenta que se estima que alrededor de 800 millones de personas viven a menos de 100 kilómetros de volcanes activos. La densidad poblacional y la interconexión global aumentan la vulnerabilidad ante una supererupción. Por eso, Michael Rampino, profesor de la Universidad de Nueva York, advierte que «ahora es un mundo más inestable» y que los efectos de una erupción similar a la de 1815 podrían ser incluso peores en la actualidad.
Y es que, como la temperatura de la superficie oceánica está en ascenso como consecuencia del aceleramiento del cambio climático. Y además, los polos se están derritiendo se ha reducido la presión atmosférica, lo que podría facilitar un aumento en las erupciones y acelerar el ascenso del magma. Del mismo modo, los especialistas destacan que las lluvias más intensas pueden penetrar profundamente en el suelo y llegar a interactuar con el magma.
¿Qué hacer ante una posible erupción?
A pesar de la amenaza latente, la preparación global para una erupción volcánica masiva es insuficiente. Stoffel insta a la comunidad internacional a evaluar los peores escenarios, realizar pruebas de resistencia y elaborar planes de seguridad para el suministro de alimentos y evacuaciones. La planificación proactiva es esencial para mitigar los impactos potenciales de una erupción con consecuencias a escala mundial.
La erupción volcánica más intensa
La erupción del volcán Samalas, en 1257, en Indonesia, indican que esta podría haber contribuido al inicio de la llamada Pequeña Edad del Hielo, una fase de enfriamiento que se extendió hasta mediados del siglo XIX. Entre los casos más relevantes, sobresale el del volcán Okmok, en Alaska, cuya erupción en el año 43 a.C. pudo haber provocado un descenso de hasta siete grados en la temperatura del planeta.