Un grupo de científicos señala que «han fallado las predicciones» sobre el agujero de ozono
La capa de ozono no se ha regenerado tan rápido como se preveía por un mal análisis: se despreciaron las causas naturales

Imagen de la NASA de la atmósfera terrestre. | NASA
Las predicciones en torno a la recuperación de la capa de ozono han fallado, en gran medida porque el análisis de las causas de su apertura era erróneo. Esa es la conclusión a la que han llegado los científicos aglutinados en la Asociación de Realistas Climáticos (ARC) en su último trabajo, Por qué no nos dicen que el agujero de ozono sigue como en sus peores tiempos. En este, exponen cómo la eliminación de las emisiones de clorofluorocarbonos (CFC) no ha resultado en la recuperación del ozono para 2030, como se preveía, porque se infravaloraron las causas naturales. Ahora la fecha se ha vuelto a retrasar, de nuevo, hasta 2066.
«Alarma científica, modelos que no funcionan, la ONU a cargo y una solución que no arregla el problema», denuncian los científicos realistas. No se trata del cambio climático, sino de su precedente: el agujero de ozono, que llenó las portadas de los medios y generó una gran alarma mundial en los años 80 y 90. El resultado fue la firma del Protocolo de Montreal y la eliminación de las emisiones de CFC. Este proceso fue el ensayo de la lucha de la ONU por el cambio climático, cuyo resultado ha sido la creación del IPCC, la firma de los Acuerdos de París y el compromiso de eliminar las emisiones de CO2.
Sin embargo, hay un problema: el agujero de ozono sigue teniendo hoy día el mismo tamaño que en sus peores momentos. Para más inri, la ONU, los científicos y los grandes medios prefieren silenciar esta realidad. ¿Qué ha fallado? El diagnóstico. «El agujero de ozono antártico se expandió rápidamente de cero a 24 millones de km2 entre 1980 y 1993 y desde entonces, su tamaño medio ha sido superior a 20 millones de km2. Los niveles de cloro en la estratosfera alcanzaron su máximo en 1999 y desde entonces han disminuido en aproximadamente un 30-40%», explican desde la ARC, y abundan: «El problema es que el agujero de ozono apenas ha disminuido y entre 2022 y 2024 ha sido tan grande como a finales de los 90».
Esta discrepancia, consideran los científicos realistas, apunta a una realidad preocupante: «La recuperación de la capa de ozono no es proporcional a la disminución de las sustancias destructoras de ozono». El problema es que «las causas naturales se ignoraron a la hora de culpar en exclusiva a las emisiones humanas del declive del ozono y solo se están estudiando ahora que las predicciones han fallado». Además, según estos expertos, «el silencio de los científicos y las organizaciones que lideraron el proceso sobre la falta de recuperación del ozono se explica por su incapacidad para asumir los errores del pasado, ya que ello cuestionaría el idéntico proceso que están llevando a cabo con la supuesta crisis climática».
Pese a todo, la ARC considera que la eliminación de las emisiones de CFC «no supuso un problema significativo para la humanidad», ya que «evitar la contaminación con cloro de la atmósfera es positivo y son sustancias con capacidad probada para destruir el ozono». Sin embargo, sí sería un problema significativo, apuntan, «si los científicos y modelos se están equivocando igualmente en atribuir la causa principal del cambio climático a las emisiones de CO2 de la humanidad». En ese caso, «el resultado sería trágico, porque la descarbonización tiene un impacto elevadísimo sobre el coste de la energía y el transporte, destruyendo la competitividad de las economías que lo abrazan, a las que no les queda otra que hipotecar su futuro».
«La sobreestimación de la contribución humana a los cambios medioambientales observados constituye un neo-antropocentrismo activamente promovido por una ONU en busca de un papel relevante en el siglo XXI», consideran por todo lo expuesto los científicos realistas. «Lo sucedido con el agujero de ozono no debe silenciarse porque constituye un aviso importante de los peligros de tomar decisiones críticas basadas en una ciencia imperfecta, dirigida desde arriba y con un resultado decidido de antemano y que, por ello, tiene una alta probabilidad de estar equivocado», zanjan a modo de advertencia los científicos Javier Vinós, Javier del Valle y Saúl Blanco.