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Ciencia

La dieta mediterránea es un antídoto contra la soledad

La soledad no es solo una sensación, sino un factor de riesgo para la salud comparable al tabaquismo o la obesidad

La dieta mediterránea es un antídoto contra la soledad

Soloviova Liudmyla. | Shutterstock

«Me di cuenta de que llevaba meses comiendo solo, frente a la pantalla del televisor», cuenta Carlos, un hombre de 62 años que, tras jubilarse, vio cómo sus interacciones sociales disminuían drásticamente. «No me sentía mal físicamente, pero había algo que faltaba». Lo que Carlos no sabía es que esa falta de conexión social, reflejada en algo tan cotidiano como comer solo, puede tener efectos profundos en la salud mental.

Hoy sabemos que la soledad no es solo una sensación, sino un factor de riesgo para la salud comparable al tabaquismo o la obesidad. Y comer sin compañía se ha identificado como una de sus formas más comunes.

Así, un estudio longitudinal realizado en Japón mostró que las personas mayores que comían solas tenían una probabilidad significativamente mayor de desarrollar síntomas depresivos, especialmente quienes vivían con otros pero no compartían mesa. En este sentido, otra investigación en adultos de Corea del Sur, publicada en 2020, también ha vinculado la commensality (el hábito de comer en compañía) a una menor depresión e ideación suicida. Además, programas de comidas comunitarias para mayores en ese país han demostrado mejorar las conexiones sociales y el bienestar.

En definitiva, comer solo es más que un hábito: es un claro factor de riesgo que agrava la soledad y afecta directamente al bienestar mental.

La dieta mediterránea fomenta los vínculos sociales

En este contexto surge una pregunta interesante: ¿puede la forma en que comemos protegernos frente a la soledad? La dieta mediterránea es conocida mundialmente por sus beneficios para la salud física –prevención cardiovascular, control de peso, menor riesgo de diabetes…–, pero cada vez hay más pruebas de que también impacta positivamente en la salud mental.

De hecho, un metaanálisis publicado en la revista Nutrition Reviews evaluó estudios aleatorizados y demostró que intervenciones basadas en ese tipo de patrón alimentario reducían de manera significativa los síntomas depresivos en adultos, una conclusión compartida por importantes ensayos clínicos como el proyecto SMILES.

Lo relevante es que la dieta mediterránea no se limita a los nutrientes: también fomenta la reunión alrededor de la mesa, donde se comparte tiempo y conversación. Esta dimensión actúa como un factor protector frente al aislamiento, al generar redes de apoyo y una sensación de pertenencia. Funciona como una «vacuna social»: cada encuentro refuerza vínculos, reduce el estrés y crea un espacio cotidiano para la expresión emocional.

Porque como explica un estudio publicado en la revisa Nutritional Psychiatry, la alimentación saludable se debe entender también como un acto relacional: planificar, preparar y compartir los alimentos es tan importante como lo que se come para sostener la resiliencia emocional.

Más allá de las pantallas

En un mundo donde la comida rápida y las cenas solitarias frente al televisor o frente a cualquier dispositivo se han vuelto la norma, recuperar la esencia de la dieta mediterránea supone volver a la mesa compartida.

Por ejemplo, tener la televisión encendida durante las comidas familiares se ha asociado con menor calidad dietética y peor clima emocional. Además, mientras miramos pantallas tomamos gran parte de los alimentos que ingerimos al día, lo que suele relacionarse con patrones alimentarios menos saludables (más ultraprocesados, refrescos, snacks…). Además, al comer distraídos, no percibimos bien la saciedad.

De forma más amplia, las comidas familiares sin pantallas se han vinculado con mejor nutrición y mayor bienestar psicosocial en niños y adolescentes.

Bastan pequeños cambios: planificar comidas con familiares o amigos, unirse a iniciativas comunitarias o, simplemente, hacer de la mesa un espacio de conversación sin pantallas. En adultos mayores, los programas de comidas compartidas reducen la soledad y mejoran el bienestar, por lo que una reunión semanal puede ser un buen punto de partida.

En definitiva, la soledad es un problema global, pero la solución puede estar en algo tan cotidiano como comer juntos. La dieta mediterránea, con su combinación de alimentos saludables y convivencia, ofrece un modelo asequible y realista para nutrir el cuerpo y fortalecer la conexión humana. Porque al final, la comida es mucho más que energía: es un puente hacia la compañía y la salud mental.

Pedro Manuel Rodríguez Muñoz, Profesor Titular de Universidad, Universidad de Castilla-La Mancha y Cristina Rivera Picón, Profesora de Enfermería, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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