Si no fuera por la incipiente alopecia y por las arrugas que le plisan el rostro, habría dicho que Pepelu está igual que la última vez que lo vi, hace ya dieciséis años. Afirmaría, de hecho, que cuando nos encontramos la semana pasada en la cola del cine llevaba la misma ropa que en el Bachillerato: camiseta de Dragon Ball, pantalones cortos y zapatillas Converse. Me invitó a que me acercase otro día al centro de terapias alternativas donde imparte clases de biomagnetismo y de reiki. Quizá compuse algún mohín de extrañeza, porque a continuación me soltó una perorata sobre una cuestión que siempre hace que se me erice el lomo como a un gato en posición de ataque: el manido cientificismo.