Nueva Zelanda vence al coronavirus y ahora se enfrenta a una plaga de gallinas salvajes
Titirangi, un pueblo ubicado en Nueva Zelanda, se enfrenta de nuevo a una plaga de gallinas salvajes que creían haber erradicado. Al parecer, el problema con esta especie animal comenzó en 2008, cuando un residente liberó a dos gallinas.
En contexto: desde hace varios años, este municipio de 4.000 habitantes, sufre una invasión de gallinas de manera regular. El año pasado, los habitantes se enfrentaron a una masa de más de 250 aves. Sin embargo, no capturaron a todas y ahora han aparecido 30 nuevas criaturas que han deambulado por las calles durante el aislamiento de la población por la pandemia del coronavirus.
Según ha confirmado el presidente de la junta comunitaria del territorio a The Guardian, Greg Presland, esta situación se debe a un establecimiento que proporciona comida a las gallinas. «Hay un local que, de buen corazón, las alimenta y ha seguido haciéndolo durante la cuarentena, por lo que los números han comenzado a aumentar de nuevo».
El problema es que las gallinas han llegado a destrozar raíces de árboles kauri, un tipo de vegetación nativa de Nueva Zelanda que está en peligro de extinción, además de todo tipo de mobiliario urbano como postes de luz, semáforos, etc.
Una plaga de ratas gigantes recorre Titirangi
Aunque al principio ha habido cierta disputa sobre el destino de estos animales, la localidad de Nueva Zelanda se ha puesto de acuerdo cuando ha tenido que enfrentarse a una nueva plaga en la ciudad. La invasión de unas ratas «del tamaño de gatos». Estas se veían atraídas por la comida con la que los ciudadanos alimentaban a las gallinas y comenzaron, entonces, a recorrer todo el pueblo.
Los habitantes de Titirangi han tomado como opción capturarlas, en un intento de frenar esta nueva oleada. Por su parte, algunos lugareños exasperados han sugerido enviar a las gallinas salvajes a una empresa local para que las congele y después las venda.
La erradicación de las aves de Titirangi «sería ideal», ha añadido Presland. Ahora bien, mientras los locales continúen alimentando a los pollos, la amenaza «probablemente continuará».