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¿Qué pasa si un misil nuclear falla? Así lo han resuelto EEUU y Putin

A mediados de este febrero el Ejército de Vladímir Putin estuvo probando un Satán II, un misil intercontinental con carga nuclear

¿Qué pasa si un misil nuclear falla? Así lo han resuelto EEUU y Putin

Misil nuclear en en un desfile militar en Moscú. | Kremlin Pool / Zuma Press / ContactoPhoto

A mediados de este febrero el Ejército de Vladímir Putin estuvo probando un ICBM, un misil intercontinental con carga nuclear, dentro de un programa de pruebas previstas. Para no hacer saltar alarmas innecesarias, el gobierno ruso informó al estadounidense que no se trataba de una escalada armamentística, sino de una serie de comprobaciones rutinarias. De lo que no informaron, pero sí se enteró el investigador Pavel Podvig, es que la prueba salió mal. El misil denominado RS-28 Sarmat—Satán II en Occidente—, y capaz de alojar armamento atómico, falló. La noticia del fracaso del Sarmat empezó a circular el 20 de febrero y ha sido confirmada por CNN. Poco se sabe del hecho y tampoco si se ha vivido como un incidente peligroso, tan solo que no salió como estaba proyectado. De haber ocurrido algo realmente malo, no sería la primera vez… 

Peligro inminente, pero silencioso

Los habitantes de la aldea gala de Asterix temían que el cielo cayera sobre sus cabezas. Lo que no sabían los vecinos de Damascus, Arkansas, es que esto podría ocurrirles a ellos. No lo sabían porque vivían en la creencia de que aquel agujero que unos extraños contratistas hicieron a unos pocos kilómetros de la localidad era para buscar petróleo. La realidad era otra, más siniestra, y consistía en que lo que habían construido era un silo de ocho plantas de altura para misiles balísticos. Apenas visible si se pasaba al lado por carretera, nadie podría sospechar que bajo aquella extraña alcantarilla latía el corazón de un poderoso proyectil nuclear. 

Los LGM-25C, conocidos popularmente como Titán II, fueron durante años el arma más temible jamás construida. Con algo más de treinta metros de altura y un desplazamiento de 155 toneladas, aquellos cohetes podían cargar cabezas nucleares tipo W53 con 9,5 megatones de potencia. Nueve y medio puede sonar como una cifra modesta, pero equivale a una carga seiscientas veces superior a lo arrojado sobre Hiroshima. Existe un cálculo que apunta a que una explosión de la W53 igualaría la capacidad destructiva de todos los explosivos arrojados durante la primera y la segunda guerras mundiales combinados.

En la tarde del 18 de septiembre de 1980 dos operarios entraron a realizar unos de los ajustes de mantenimiento habituales en aquel silo en Damascus. Uno de ellos iba equipado con una llave de tubo de casi cuatro kilos de peso y un metro de largo. Esa herramienta no debería estar allí, y en su lugar debería estar utilizando una llave de fuerza, más corta y ligera. Para cambiar una por otra, el técnico debería despojarse de un complejo traje de aislamiento NBQ, en un tedioso proceso para entrar, salir, y coger la reglamentada. Para evitar lo molesto de la tarea entendió que podría emplear esa herramienta para apretar unas tuercas sin que pasase nada extraordinario. Pero lo extraordinario ocurrió, y aquella pieza metálica cayó de la plataforma de trabajo en un descuido desde lo más alto de la construcción.

En su viaje de unos 25 metros rebotó varias veces entre las paredes del silo y la estructura del misil, para acabar golpeando con fuerza una de sus paredes. El Titán II estaba formado por tres elementos básicos: fases uno y dos de empuje, y una tercera con la carga explosiva. El daño infligido en la primera fase, la más baja de todas, provocó una fuga de combustible, cuyos gases y vapores invadieron el resto de las instalaciones. Los dos técnicos salieron disparados de allí, y advirtieron del incidente a sus superiores. El comandante de la base ordenó el abandono inmediato de todo el personal. No solo eso, sino que la policía del condado cortó carreteras, evacuó a los vecinos más cercanos, y puso en aviso a las localidades vecinas de ‘un escape de gases nocivos’, pero sin dar muchos más detalles. La preocupación máxima era que la parte superior, repleta de combustible y con el artefacto nuclear alojado, pudiera colapsar sobre la estructura vacía situada justo debajo y acabase provocando la detonación del artefacto nuclear. 

A la mañana siguiente fueron remitidos dos técnicos con idea de disparar manualmente los extractores de gases. El plan era aliviar en lo posible la peligrosidad del entorno. Los dos expertos militares entraron, midieron las posibles fugas radiactivas que no aparecieron, y se encontraron con un entorno fantasmagórico. Todas las estancias estaban completamente vacías, con las maquinarias y controles en marcha, pero desatendidas. La construcción estaba invadida por gases y con las cristaleras empañadas por vapores letales. El líder del equipo, el sargento David Livingstone, tardó poco en encontrar los activadores del sistema de extracción de gases. Bajó la palanca, y fue ahí donde la situación dio un nuevo giro, pero a peor, porque apenas minuto y medio más tarde, el silo saltó por los aires. Los reporteros presentes afirmaron haber visto la explosión más terrible que jamás escucharon. Y así debió ser, porque los portalones superiores de 750 toneladas, preparados para superar explosiones nucleares, volaron a unos ochenta metros de altura, y aparecieron a unos doscientos de donde estaban sujetos por sus bisagras. El resultado fue que Livingstone murió, y otras veintiuna personas más resultaron heridas de diversa consideración. 

Sin reacción nuclear

Por fortuna, la W53 ni se inmutó a pesar de la violencia de la deflagración. El amenazador artefacto nuclear fue encontrado en mitad de un maizal cercano, a un centenar de metros de su lugar de origen; aparentemente no inició el proceso de ignición. Los militares lo subieron a un camión grúa y se la llevaron de allí afirmando ‘que estaban completamente seguros de que esto no iba a estallar’. El presidente Jimmy Carter realizó una alocución pública dirigida a los habitantes de Arkansas para tranquilizarles en la que dijo que no había de qué preocuparse, y que no había señales de radiactividad. Tras un profundo estudio de los restos se llegó a la conclusión de que la explosión fue provocada cuando se arrancaron los sistemas de extracción. Alguna chispa en sus mecanismos fue la que hizo saltar por los aires el silo 3747… en cierto modo le echaron las culpas al muerto, a Livingstone. Visto de otra manera: la orden de extraer los gases para evitar una explosión fue lo que provocó la explosión.

El complejo no se reparó, era muy costoso hacerlo, así que los escombros se arrojaron al agujero y se acabó tapando todo con hormigón. En 1982 se empezó a desmantelar el programa y los misiles ICBM, sin carga, se usaron para lanzar satélites comerciales al espacio. Es bastante probable que este artículo sea leído a través de una conexión de Internet facilitada por un repetidor de comunicaciones lanzado al espacio en 2003 por un Titán II. El último de ellos está en un museo de Arizona, donde no podrán estallar, porque no tienen ni combustible, ni cabezas nucleares. Mejor para todos, incluso para los enemigos de Asterix. También para Putin. 

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