La ametralladora más grande del mundo ha sobrevolado España, pero no pudo disparar
Lo que desata el cañón giratorio del A-10 Thunderbolt II es el infierno de Dante. Sus proyectiles son capaces de atravesar de lado a lado carros de combate
La afirmación atribuida al autor inglés Edward Bulwer-Lytton «la pluma es más poderosa que la espada» es un tópico literario, y que carga de razón a las ideas y no a las acciones. Sin embargo, el general Dwight Eisenhower respondió: «El que dijo eso, nunca ha visto los devastadores efectos de un arma automática en el campo de batalla». Si eso se afirma sobre una ametralladora ‘normal’, lo que desata el cañón giratorio del A-10 Thunderbolt II es directamente el infierno de Dante. Sus proyectiles, del tamaño de un botellín de cerveza, son capaces de atravesar de lado a lado carros de combate y dejarlos como un colador sin gran dificultad. No hay carro de combate en el mundo que se resista ante semejante fuerza.
De turismo por España
Las fuerzas de la OTAN están en plenas maniobras Air Defender, las más grandes ejecutadas nunca desde el punto de vista del poder aéreo. Parte de su elenco actoral son una decena de A-10 de la US Air Force, que pasaron en mayo por los cielos españoles, en un ejercicio previo denominado Swift Response. En principio, estaba previsto que llegasen una decena de estos aparatos a la base aérea de Zaragoza, pero finalmente solo fueron cinco, y otros tantos fueron remitidos a Grecia.
En estos ejercicios, coordinados por el Ejército de Tierra, los cinco A-10 sobrevolaron la zona de entrenamiento de Bardenas Reales. En el polígono de tiro, equipos JTAC estadounidenses, asesorados por soldados españoles, surtían de información a las aeronaves que ejecutaban las misiones programadas. Estos aparatos pueden disparar su munición a base de localizar blancos designados con láser desde tierra, o a través de unas coordenadas proporcionadas. En sus maniobras más habituales, los pilotos se dirigen hacia ellos, elevan el morro de sus aviones e inician un picado apuntando al blanco al que dejan hecho unos zorros… en teoría.
Cada aparato militar tiene un botón llamado Master Arm; es ese pulsador rojo que se ve en las películas en la palanca de control. Si el Master Arm no está activado, no ocurrirá nada por mucho que el pulgar se ensañe con el botón. En su lugar, los militares estadounidenses no vieron saltar por los aires su diana cuando el ordenador de a bordo daba por válida su acción, sino que se limitaron a decir por radio «Splash», en referencia a la salpicadura que haría una explosión, pero no explotó nada. En este caso el problema no fue por un fallo técnico, sino por una causa medioambiental.
Fuego muy amigo
Esta vez el ecologismo pudo con lo militar, y el US Air Force no hizo más blanco sobre sus objetivos que los que marcase un ordenador en su pantalla. La destrucción de carros de combate en suelo español no conllevó disparo real alguno y fue plenamente virtual. La razón es que la munición que arrojan los siete tubos giratorios de su cañón GAU-8 Avenger va recubierta de una capa de uranio empobrecido. Tienen una densidad de más del doble que el acero, y ha demostrado ser de una dureza y tenacidad sin igual.
Las regulaciones medioambientales vigentes en el entorno de las Bardenas Reales prohíben expresamente la utilización de materiales de este tipo. Nadie quiere que queden restos que pudieran despedir radiación en un área protegida, de ahí la decepción de muchos que se dieron cita para escuchar el brrrrrrt del cañón Avenger. Es una decepción porque es un aparato que no suele volar en Europa, y porque está llamado a pasar al desguace dentro de no mucho. Nacido en los años 70, se considera anticuado a pesar de ser enormemente útil en los últimos conflictos en los que ha participado, como en Kosovo, Irak, o Afganistán.
Viejo, no obsoleto
El aserto pronunciado por Arnold Schwarzenegger en su última película de Terminator puede ser aplicada al veterano A-10. Es viejo y puede parecer anticuado, aunque sigue siendo de una utilidad plenamente vigente, y es debido a diversos motivos. Es un aparato relativamente lento, que se sujeta muy bien en el aire a velocidades bajas; las perfectas para atinar a blancos estáticos o móviles en el suelo, algo que para aeronaves más rápidas es casi imposible. Su índice de supervivencia es increíble: puede volar con un solo motor, está blindado casi por completo, y el piloto va encapsulado en una suerte de bañera de titanio de casi cuatro centímetros de anchura. Puedes dispararle con cualquier tipo de arma portátil, o incluso algunas ametralladoras de cierto calibre, que cuando sus balas choquen con la cabina del A-10 parecerán de gomaespuma.
Su tren delantero está desplazado hacia la derecha —no va en el centro— para dejar sitio al GAU-8, que mide seis metros; lo que un Volkswagen Polo y medio. Dicho cañón tiene tal retroceso que si sus ráfagas se prolongasen mucho, podría perder sustentación; el propelente de sus disparos genera más fuerza que sus propios motores. Mecánicamente, sus ráfagas de entre uno y dos segundos de duración, se ejecutan como el de un fusil o una pistola. Hay un cartucho, formado por la vaina, el proyectil, y la pólvora que lo lanza hacia delante. En cualquier arma con un funcionamiento afín siempre sale despedida la bala hacia delante, y la vaina o casquillo hacia abajo o a un lado. Sin embargo, el A-10 no los eyecta, sino que se los guarda en su panza. La idea es evitar que alguno de ellos acabe en alguna parte mecánica sensible como los planos o los motores.
Por otra parte, sería tal el peso liberado que comprometería el equilibrio de masas de la aeronave, y peligraría su estabilidad en el aire. En los primeros modelos descubrieron no sin cierta sorpresa un detalle: el disparo continuado en ráfaga consumía tal cantidad de oxígeno y dejaba tantos restos en la atmósfera circundante que condicionaba la combustión de sus turbinas. Tuvieron que modificar el diseño. Al mismo tiempo que se dispara el Avenger, un chorro de agua es arrojado sobre el parabrisas —como en los coches— para limpiar de pólvora quemada y evitar que el piloto se quede sin una visión nítida.
Además, entre otras características, alberga que puede aterrizar hasta con el tren retraído, o sus depósitos de combustible, que son blindados y están rodeados de espuma que podría taponar posibles agujeros. Como vuela tan bajo, podría ser captado con facilidad por sensores alojados en misiles disparados desde el hombro, los llamados Manpads. Para eludir este riesgo, el de ser seguidos por misiles con capacidades de búsqueda, es la aeronave que transporta la mayor cantidad de contramedidas de todas las fuerzas aéreas conocidas. También puede despegar desde pistas de tierra, o desde carreteras.
El futuro
El problema de los A-10 es que fueron diseñados con una misión única en su guion. Los posibles escenarios dibujados durante la Guerra Fría ya apenas se dan y el mundo, con la guerra dentro, ha cambiado. A pesar de que sea baratísimo de operar, a razón de unos 6.000 dólares por hora de vuelo —un F-35 cuesta cinco veces más—, comienza a pesar a unos propietarios que empiezan a buscar soluciones más flexibles y modernas. De entrada carece de la invisibilidad que se requiere hoy día, tal y como ocurre a los B-1 o B-52. En el momento en que despegan, en cualquier fuerza armada enemiga ya lo saben.
Por otro lado, sus funciones empiezan a ser desplazadas por otras tecnologías, como los morteros guiados por GPS o aviones no tripulados. El A-10 es un enemigo feroz para ejércitos anticuados, pero presa fácil para sistemas de defensa avanzados. Mientras Estados Unidos monte guerras en países como Afganistán, sus soldados de pie seguirán sonriendo al escuchar el ronquido del jabalí volador, pero este tipo de conflicto va a ser cada vez menos habitual. Muchos le deben su vida, pero otros la perdieron a cuenta de su implacable cañón Avenger, un prodigio de la ingeniería militar que en Zaragoza quedó mudo. Mejor para todos.