El fuego está volviendo al campo de batalla como arma de guerra, pero robotizado
Los drones dragón ucranianos arrojan termita sobre los soldados rusos con resultados devastadores
Ver a una persona viva ardiendo resulta estremecedor. Es una de las imágenes más perturbadoras e inquietantes que mente humana puede digerir, y que por norma general nos llega a través del cine o las teleseries. En las dos guerras mundiales se usaron lanzallamas, y apenas se ve desde entonces, pero está volviendo… robotizado.
El malévolo androide Ash, en la película Alien de 1979, afirmaba que «la mayoría de los animales se retiran ante el fuego». A las personas les ocurre igual, así que el fuego puede ser considerada una de las primeras armas de la historia, y una de las más sencillas. El primer fuego de uso bélico y con cierta carga tecnológica añadida bien podría ser el fuego griego, utilizado en tiempos del imperio bizantino. Ardía incluso en contacto con el agua, y se duda de su autoría; hay quien se lo atribuye a Arquímedes, o al posterior Calínico de Heliópolis en el siglo VII.
Su composición exacta sigue siendo un misterio; la fórmula se perdió. Pero se cree que incluía nafta, azufre y posiblemente cal viva o nitrato potásico. Era lanzado a través de dispositivos especiales, como sifones, que proyectaban el líquido ardiente sobre los enemigos, y fue especialmente efectivo en batallas navales.
En el silo XXI, y no flotando sobre las aguas, sino para operar en tierra firme, la empresa estadounidense Throwflame vende desde su página web a Thermonator. El juego de palabras, entre Thermo —calor— y Terminator, representa a un perro robótico que carga con un lanzallamas en su lomo. Cuesta 8.350 euros al cambio, y es capaz de lanzar fuego a una distancia de diez metros.
Contra todo pronóstico, es completamente legal en todos los estados del país de las hamburguesas, menos en Maryland; en California se ha de obtener un permiso especial del departamento de bomberos para operarlo. El perro se maneja a distancia con un mando similar al de una videoconsola, y sirve… pues para pegarle fuego a lo que a cada cual se le ocurra.
El cánido robotizado se ha diseñado a partir del robot cuadrúpedo Unitree Go2, al que se le ha acoplado un depósito de combustible recargable con gasolina o gasoil, y las mangueras y los sistemas de presión que lanzan el chorro de fuego. Thermonator está equipado con un sensor LIDAR para la navegación mediante el mapeado de los objetos que detecta a través de sus ojos láser, y cuenta con conectividad wifi y Bluetooth.
Pero el chucho pirómano tiene un hermano volador, el TF-19 WASP, que hace lo mismo pero desde el aire, y que cuesta unos 1.500 euros. Hasta aquí lo doméstico. Porque hay una versión mucho más funesta y que se la ha visto operar desde hace poco en el conflicto ruso-ucraniano: el dragón.
El ingenio ucraniano ha dado una nueva vuelta de tuerca al uso de los drones. Si los primeros eran de vigilancia, y más tarde se armaron, lo del dragón ya riza el rizo: arroja desde el aire explosivo termita, una mezcla de aluminio y óxido de hierro que cae del cielo a 2.500 grados. Dicho de otra manera: es una lluvia de lava candente capaz de derretir los metales más duros; si toca cuerpos humanos, los resultados son devastadores.
El sonido de los drones en vuelo cercano aterra a los soldados rusos, que se echan a temblar cuando escuchan uno. Las redes sociales están llenas de vídeos en las que se les ve perseguidos a la carrera en descampados, o en el interior de edificios, y su sola presencia causa pánico aunque se esté lejos.
No hay protección contra los dragones
Esta es la razón por la que las tropas rusas estén concentrando sus esfuerzos en encontrar formas de protegerse. Han jugado con redes, capas o mantas, para no ser vistos por la cámara termográfica de los drones, pero se están viviendo escenas terribles. En los citados videos se puede ver a los drones dragón volando a baja altura y vomitando termita, que cae convertida en un torrente de fuego sobre zonas controladas por los rusos en las líneas de árboles.
El Protocolo III de la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales (CCAC) de 1980 impone restricciones al uso de armas incendiarias, incluyendo los lanzallamas. Está proscrito su utilización contra civiles o en entornos urbanos, pero limita su uso en guerras establecidas entre bandos militares. En principio, es legal.
¿Qué es la termita?
La termita no es exactamente un explosivo, sino una mezcla de dos metales que a altas temperaturas generan una reacción exotérmica. El resultado es una combustión de altísima temperatura y la muy potente emisión de luz durante el proceso, tanto que raya el espectro ultravioleta. La termita no estalla, sino que arde; para protegerse basta con alejarse de ella un poco.
Sus dos componentes son el polvo de aluminio y polvo de óxido de hierro. Estamos rodeados de estos dos elementos en nuestra vida diaria, pero es fundamental que sea en limaduras muy finas, de micras. En ese estado, ambos componentes adquieren un aspecto similar al de la harina; gris el aluminio y rojo oscuro el elemento ferroso. No se encuentra en cualquier parte, pero tampoco es difícil de dar con ellos. Al mezclarse se logra un aspecto similar al del azafrán.
El polvo de aluminio tiene una densidad del doble que el óxido de hierro, y su peso viaja en esa proporción. Con un 25 % de aluminio y un 75 % de óxido de hierro en cuanto a volumen; un 50/50 en peso, se obtiene la termita. Es muy seguro, no arde ni explota, y tan solo falta un detonante, una mecha. La mezcla solo genera su reacción química-física cuando se la calienta a unos 1.500 grados, y esto puede hacerse mediante una bengala, similar a las de los fuegos artificiales.
Cuando se provoca la ignición, la mezcla arde de forma muy rápida y violenta, y alcanza en segundos los 2.500 grados, que es la mitad de la superficie del sol. La termita tiene usos industriales, y una muy cercana es la soldadura de las vías férreas en líneas de alta velocidad. Las uniones de dichas vías se sueldan con termita. Se coloca justo encima, en un recipiente metálico, los operarios se alejan, y se dispara para que el líquido candente caiga sobre las barras de metal, que quedan unidas.
Uso indiscriminado
De vuelta al conflicto ucraniano, la termita se está usando para quemar rápidamente árboles y la vegetación que dan cobertura a las tropas rusas, o incluso matarlas o inutilizarlas. Con menos vegetación, las misiones de reconocimiento y ataque con drones convencionales son más efectivas.
El uso de termita en el campo de batalla ha dado un nuevo empujón al miedo a los drones. La escena no dejar ser aterradora aunque se viva de lejos. De repente, empieza a llover fuego del cielo y no hay nada que se pueda hacer para detenerlo. Su efecto no se puede apagar con agua, y con frecuencia cae sobre los soldados, que acaban envueltos en llamas. Si las escenas de las películas son incómodas, vivirlo en primera persona debe ser espantoso. Los drones dragón, un avance más en una guerra aún peor.