Los países hacen cola por el caza F-35 y Elon Musk hace temblar a su fabricante
El hombre más rico del mundo a veces tiene ideas brillantes, pero también ocurrencias de consecuencias globales
Cual paquidermo en tienda de cerámica fina. Así es como ha entrado Elon Musk en el despacho que aún no ocupa. El nuevo consejero de Donald Trump en cuestiones de mejora del rendimiento gubernamental aún no tiene un cargo, y la ha liado con un asunto delicado: la industria de defensa de su país.
Cuando el cuadragesimoséptimo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, jure su cargo el próximo 20 de enero, uno de sus primeros nombramientos será el del empresario sudafricano como rector del DoGE, acrónimo en inglés del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. A ojos del nuevo presidente, los mecanismos del gobierno están anquilosados, y necesitan remodelar muchas costumbres que entiende son propias de otros tiempos.
Este novedoso departamento —con el mismo nombre de una criptomoneda que promociona Musk, qué casualidad— se encargará de implementar reformas significativas en la administración pública. El objetivo no es otro que reducir la burocracia, disminuir regulaciones excesivas y recortar gastos innecesarios.
Uno de los primeros de los que ha hablado Musk, o al menos lo ha insinuado, es el que seguir fabricando aviones pilotados le parece algo obsoleto, del pasado. Sus críticos le ha señalado que incurre en una incoherencia: sus cohetes, los sorprendentes SpaceX, han de ser llevados por humanos. Para ellos necesita a humanos a los mandos, sin embargo, quiere confiar la defensa de su país a drones, a robots.
Musk levantó la liebre a través de su medio favorito, la red social X, a la que todos seguimos llamando Twitter, y desde que se hizo con las riendas ha hecho todo lo posible por arruinar. Su mensaje puede verse en su línea de tiempo, en el que expuso un vídeo corto con drones, y al que añadió un mensaje escrito: «Mientras tanto, algunos idiotas siguen construyendo aviones de combate tripulados como el F-35». Los idiotas son varias compañías de su país que exportan sus productos de tecnología avanzada a países aliados.
La respuesta automática fue una bajada de las acciones en bolsa del fabricante del aparato por valor del 3,96 %. Con independencia de que sea más o menos viable desde un punto de vista técnico o estratégico, esto ya ha costado a los accionistas 5.900 millones de dólares.
Ni Lockheed Martin ni sus accionistas pueden estar contentos con alguien que, a base de mensajes desde su teléfono, puede llevarles si no a la ruina, con toda seguridad a fuertes pérdidas. El caza furtivo F-35, uno de los más grandes éxitos comerciales recientes de la industria bélica de su país, y un aparato extraordinario por el que muchos países hacen cola a pesar de su elevado coste.
Lo de hacer cola es estrictamente cierto. Las cadenas de montaje de Lockheed Martin en Texas, donde se ensamblan estos aparatos, tienen lista de espera y se estima que aquel que quiera una de estas aeronaves y la encargase mañana mismo, no la recibiría hasta dentro de al menos un lustro.
Esto es algo que ya saben países como Polonia, Grecia o Singapur, que son sus más recientes compradores; otros como Marruecos o España tienen planes o al menos desean hacerse con ellos. Rumanía se acaba de unir hace pocos días al selecto club, ha firmado un acuerdo para recibir 48 aeronaves en dos fases, y se estima que las primeras unidades no le llegarán antes de 2030.
Mercado expansivo
Los propios Estados Unidos tiene en servicio una flota de 700 aparatos y calculan que acabarán adquiriendo cerca de 2.500 en sus tres variantes antes de que acabe su vida útil en 2049. Lockheed Martin puede construir unos 150 al año, y su prioridad es atender las necesidades y deseos del Tío Sam. El resto de clientela es secundaria, y tendrá que esperar si quiere sus F-35, a los que les irán llegando a cuentagotas.
El problema es que si los programas gubernamentales son sometidos a recortes o revisiones, el desarrollo de estos aparatos podría sufrir. Con ello el de sus compradores, tanto de los aparatos venideros, como los de los actuales. A día de hoy los operan diez países, y otros nueve los han encargado en firme.
Lo mejor tiene un precio
Cada uno de estos aparatos tiene un precio medio que va de un mínimo de 80 millones entregado de manera básica y hasta los 200 dependiendo de su equipamiento, recambios, armamento, y formación. Ninguno de sus clientes —el gobierno USA incluido— simpatizaría con la idea de comprar la aeronave de combate más cara existente en el mercado de exportación para que quedase obsoleto o mal mantenido por falta de piezas, actualizaciones o recursos en sus proveedores.
El F-35 es el mayor programa en el presupuesto del Departamento de Defensa estadounidense y representa alrededor del 25 % de las ventas de Lockheed, y un descalabro en sus planes ejercería de efecto dominó a través de la cadena de suministro. Otros proveedores de tecnologías como Northrop Grumman, L3Harris Technologies o Honeywell International también sufrirían las consecuencias.
Siguen siendo necesarios
Los aviones de combate modernos desempeñan funciones que son muy difíciles de replicar por aeronaves robotizadas. Los drones no pueden interceptar bombarderos enemigos, ni despegar desde miles de kilómetros para apoyar operaciones navales, por poner un par de ejemplos. A su tecnología, extraordinaria, le quedan varias generaciones antes de poder ser usada con fiabilidad en ataques sobre objetivos estratégicos, para eludir ataques de otras aeronaves, o tomar decisiones por sí mismas como sí hacen los pilotos de aparatos tripulados.
Los drones han supuesto una revolución en el escenario bélico, y tienen un papel cada día más grande en los ejércitos. Mejoran a medida en que lo hace la tecnología y es cierto que están cambiando el lenguaje de la guerra. A pesar de ellos, no es una cosa o la otra. Hay equipos militares diferentes para diferentes misiones.
Puede que en un futuro, las afirmaciones de Musk alberguen una gran carga de razón, pero ese momento no está a la vuelta de la esquina. El hombre más rico del mundo a veces tiene ideas brillantes, pero en ocasiones son ocurrencias que suelta sin pensarlas demasiado… y tienen consecuencias. Si con ellas arruina a sus compañías, solo tendrá que rendir cuentas a sus accionistas y a su banquero, pero ha subido de nivel, y conociendo un poco su incontinencia verbal, más vale que sus asesores le alejen de su cuenta de Twitter. O de X. Será mejor para todos.