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La protección de cables submarinos: un nuevo dolor de cabeza para los militares españoles

Ser frontera física de Europa y la OTAN conlleva ciertos privilegios, pero también algunas obligaciones

La protección de cables submarinos: un nuevo dolor de cabeza para los militares españoles

El Eagle S, barco que cortaba cables.

Son frágiles, están solos y apenas tienen defensa. Los cables de datos submarinos son el blanco que los hutíes marcaron hace tiempo en su guerra contra occidente, y justo sobre lo que Rusia ha puesto en su punto de mira en la llamada guerra gris. El dilema reside en que su avería puede sembrar el caos en una sociedad datodependiente, y España está en el ojo del huracán.

Son muchos y casi todos desconocidos. Grace Hopper, 2Africa, Medusa Submarine, Anjana, o Medloop son sus nombres y casi nadie los conoce. Pero sin ellos, es bastante posible que no pudiéramos conectarnos con Youtube, pagar al hacer la compra semanal, recibir la nómina en el banco, teletrabajar o leer The Objective. Todos ellos son cables que empiezan —o acaban, según cómo se mire— en nuestro país.

En el siglo XXI es rara la actividad humana que no tiene relación con sistemas digitales interconectados. Nuestro comercio, economía, y orden social dependen de que los usuarios conecten con su 5G, la nube con sus fotos, vídeos, información bancaria, la de compañías de seguros, o servidores de inteligencia artificial. Son miles de aplicaciones las que hay en una lista interminable, y que no siempre están físicamente a la vuelta de la esquina.

Los cables submarinos conducen el 98 % de los datos que atan a la vieja Europa con el resto del mundo. Se calcula que el 70 % de toda la información binaria que reciban los miembros de la UE llegará por la cerca de treintena de cables que se conectan a España, cuarenta si sumamos los que tienen la misma función en Portugal.

Por su posición geográfica privilegiada, la península Ibérica es la puerta de entrada a Europa desde África, América y gran parte de los procedentes de Asia. Si a esto añadimos la saturación de otros puntos de anclaje tradicionales como Reino Unido y Países Bajos, nuestro entorno es una zona sensible. De ahí que barcos de la Armada han detectado y vigilado a navíos rusos que estuvieron el año pasado realizando una navegación cuestionable alrededor de lugares sin mucho sentido.

Ante la pregunta ¿qué hacían barcos militares rusos circundando el entorno de las islas Baleares desde el inicio de su conflicto con Ucrania?, la respuesta es sencilla: mapear el lecho marino y localizar los cables de fibra óptica que hay posados sobre él. Según casi todos los analistas militares, el submarino Krasnodar, la fragata Almirante Gorshkov, el remolcador Sergey Balk y el buque de apoyo Yelnya —todos ellos detectados en aguas territoriales españolas— no tenían ningún otro interés para navegar en la zona.

Los rusos son muy buenos en traspasar poco a poco líneas rojas a base de excederse sin entrar en un conflicto armado. Es la llamada zona gris, un espacio difuso entre la guerra y la paz, en la que Moscú remite cazabombarderos a donde no debería, o solicita a países que no ingresen en la OTAN mientras les planta enfrente baterías de misiles. Hay más. Sus servicios secretos van matando a gente para que parezcan accidentes a base de beber polonio radiactivo o decenas de caídas accidentales por ventanas de pisos altos. Pero ellos no han tenido nada que ver.

Son operaciones dañinas, pero no lo suficientemente graves como para iniciar una guerra. Desde que comenzó el conflicto con Ucrania, empieza a ser raro el trimestre en que no se rompen accidentalmente cables submarinos. No es noticia que siempre haya detrás un buque ruso, una empresa rusa, o una compañía asociada a este país. El Kremlin lo niega todo, pero la casuística es intensa en el mar del Norte, el mar Báltico, y el Atlántico.

Esto no es ni secreto. En declaraciones recogidas por Reuters en junio de 2023, Dimitri Medvedev, la mano derecha de Vladímir Putin lo dejó caer sin ambages: «nada impide a Rusia cortar las comunicaciones destruyendo cables submarinos de nuestros enemigos». Según los servicios de información de los principales países occidentales, Moscú tiene planes al respecto, y parece que los está llevando a cabo.

Cascada de incidentes

En mayo 2022, uno de los dos cables que unen a Noruega con el archipiélago de Svalbard dejó de funcionar de golpe. Se redujo el tráfico aéreo, y a los datos de satélites que orbitan el planeta sobre esta zona les costó algo más de trabajo llegar por el cable de 1.300 kilómetros alternativo.

Cuando los técnicos izaron las dos puntas rotas, dijeron que no existe fenómeno natural capaz de generar ese tipo de daño. Si sería capaz alguna de las redes de arrastre, debidamente retocadas, de los más de 140 pesqueros rusos que pasaron por encima en los meses previos. Rusia dijo en su momento que no tuvo nada que ver.

Este incidente fue uno de los primeros, pero se están empezando a acumular, y mucho está tardando para que a los que circundan la península Ibérica no les pase algo parecido. Los encargados de su seguridad son las empresas operadoras, pero carecen de una fuerza militar, submarinos, drones o la preparación necesaria, por eso en la OTAN ya están diseñando un plan de protección.

Intervención militar necesaria

Sobre la mesa hay sensores, hidrófonos, buques especializados en recogida de datos, sonarizar con más intensidad su ámbito de influencia, o el uso de inteligencia artificial aplicada a sistemas de detección, pero no existe una solución perfecta. Las patrullas se tienen que intensificar, se tendrán que buscar sistemas redundantes por los que redirigir las señales, y buscar alternativas.

Reparar un cable submarino lleva como mínimo dos o tres semanas, y dependen de la disponibilidad de buques muy especializados que cuestan una media de cien millones de euros. Que se rompan varios cables al mismo tiempo puede provocar estragos en la vida diaria de todos hasta extremos insospechados.

El lecho marino se está convirtiendo en un nuevo campo de batalla. Un dolor de cabeza más para las armadas de los países relacionados, y la nuestra, un poco más. Ser frontera física de Europa y la OTAN conlleva ciertos privilegios, pero también algunas obligaciones, y defender el fondo marino va a tener que crecer si no queremos dar pasos hacia atrás como sociedad.

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