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Así opera la flota de espionaje rusa cuyos barcos merodean por el Mediterráneo

Existe el temor de que acaben saboteando infraestructuras como los parques eólicos del Báltico y el mar del norte

Así opera la flota de espionaje rusa cuyos barcos merodean por el Mediterráneo

El buque 'espía' Eagle S., que cortó cables submarinos en Finlandia el pasado diciembre. | Reuters

Es el KGB flotante de Vladímir Putin. Pasan por ser pesqueros, aunque estén repletos de exóticas antenas, buques oceanográficos que cuentan con guardias armados en su cubierta, o inocentes submarinos con capacidades únicas destinados a estudios científicos… en teoría. Pero es la flota secreta rusa, la que se mueve en la zona gris de una aparente nueva Guerra Fría.

De forma siempre accidental, rompen cables submarinos, cortan el suministro de gas entre países, se cargan cualquier infraestructura crítica de un país de la OTAN, o aparecen persiguiendo bancos de peces donde solo hay molinos eólicos que proveen de energía a ciudades enteras. A nadie escapa que se trata de peces muy extraños.

Dicen ser buques de investigación, pero es de suponer que con tantos submarinos, y más de medio centenar de navíos, sus descubrimientos deberían llenar millones de páginas de varias enciclopedias. Ocurre que no son otra cosa que barcos espía.

Son propiedad de Moscú, y dependientes del GUGI, un oscuro departamento que atiende al nombre de Dirección Principal de Investigación de Aguas Profundas. Un negociado así suele estar adscrito a algún ministerio dedicado al medioambiente o la ciencia en países occidentales, pero en Rusia es propiedad del Ministerio de Defensa.

El GUGI es uno de los brazos más secretos de la Armada Rusa, y en su mayor parte, opera desde su base en la bahía de Olenya, en el mar de Barents. Comparte domicilio con la base de submarinos tanto convencionales como de propulsión nuclear pertenecientes a la Flota del Norte. Que estén tan lejos de su zona de operaciones natural, y anden rondando el Mediterráneo, ha disparado las alarmas de los países ribereños.

Sin ir más lejos, el Ministerio de Defensa español comunicó a finales del año pasado que, desde el inicio de la guerra en Ucrania, había seguido a más de un centenar de buques rusos de diverso tipo. Lo que no dice, pero se sabe, es que en algunos se detectaron patrones de comportamiento extraños, aunque bien conocidos.

Entre ellos, la estrella es el muy conocido buque Yantar, a los que se unen otros como el portacontenedores Newnew Polar Bear, el petrolero Eagle S, o el Zaporoshye, que fue modificado con un radar pasivo para monitorizar pruebas de misiles estadounidenses. Un caso muy especial es el del Sibiriakov, un buque de 85 metros que Moscú dedica a la vigilancia y cartografía submarina, y al que se ha asociado con la explosión del gasoducto Nord Stream.

Un equipo de la televisión alemana DW habló en fechas recientes con un antiguo miembro de su tripulación, y desveló pautas reconocibles en otros navíos de la flota. Durante su estancia en el barco tuvo vetado el acceso a determinadas áreas, que eran controladas por guardias armados con armas automáticas. La sospecha no es otra que la custodia de secretos militares y tecnologías avanzadas que requieren de la debida discreción.

Durante su actividad, el Sibiriakov realizó movimientos muy poco naturales. Lo primero que hacía su tripulación cuando ejecutaba el guion era apagar el AIS, el sistema de localización por radiofrecuencia. De manera automática, el barco se volvía invisible a los controles habituales. Lo segundo es que navegaban en zig zag, con idas y venidas sobre áreas muy concretas, con leves variaciones de rumbo, para abarcar una mayor superficie. La finalidad es pasar por encima varias veces en vías paralelas imaginarias, con lo que se puede obtener una imagen bastante precisa del fondo marino.

Lo tercero, era apagar los motores y navegar ciertos periodos a la deriva. Los propulsores de los barcos son enormes generadores de ruido, y creado el silencio tras su detención, los sonares y detectores de objetos, trabajan con mayor libertad y capacidades. No hacen otra cosa que escanear el lecho marino en la búsqueda de cables, conductos o tuberías; con la tecnología actual se pueden detectar objetos de menos de un metro. Una vez localizados los puntos de interés, son remitidos al ejército y servicios de inteligencia de Moscú.

No del todo invisibles

Los buques rusos desconectan su sistema de posicionamiento, pero cada seis horas remiten mensajes en código morse a sus bases con partes meteorológicos. Estas comunicaciones suelen estar precedidas por un número de cinco cifras que determinan su posición, y muchas de las investigaciones parten de ese dato.

Sobre la base de la interceptación de su posicionamiento, y tras una investigación por parte de Finlandia, se determinó que el Sibiriakov estuvo rondando las inmediaciones del Balticonnector meses antes de que fuera inutilizado, dando saltos de un lado a otro de esta infraestructura. Este conducto lleva gas —de origen no ruso— desde Estonia y hasta Finlandia y resultó dañado de forma accidental por el NewNew Polar Bear el 8 de octubre de 2023.

Se sabe que el barco, registrado en Hong Kong, avanzó cerca de 200 kilómetros con su ancla descolgada arrastrando por el lecho marino. Cuando preguntaron a la naviera por el asunto, dijeron que «había sido un error del que no habían sido conscientes». Fuentes consultadas estiman que ese tipo de despiste es casi imposible.

Un error que no era un error

Las cadenas de los barcos tienen varios mecanismos de seguridad, y de haberse descolgado, solo en ruido que hacen los eslabones hubieran hecho temblar todo el buque, lo que hubiera sido advertido hasta el más inconsciente de sus tripulantes. Descartado el accidente, todos los indicios solo apuntan a un sabotaje premeditado, cuyo resultado fueron fugas en los conductos y tres cables de datos rotos.

En otra zona donde han asomado este tipo de navío es en un área del Báltico llamada Walkirien. Es un área habitual de entrenamiento de submarinos de la OTAN, donde aparecen estos barcos de golpe porque llegan hasta allí con el AIS desconectado. A los rusos les interesa la tecnología de sensores de los sumergibles, cómo operan, cómo se comunican, sus capacidades, sus costumbres y para ello se acercan por la zona. Una operación usual para ellos es la de pasar por encima y remitirles señales de sonar para forzarles a que se sumerjan a cota máxima. El fin no es otro que saber hasta dónde son capaces de llegar.

Las siguientes jugadas que se temen los países a los que este tipo de barcos, de aspecto viejo y obsoleto, pero muy bien equipados, es que acaben saboteando infraestructuras sensibles como los parques eólicos del Báltico y el mar del norte. En el futuro, hay planes para seguir plantando molinos de este tipo con capacidad de igualar a centenares de centrales nucleares. Un apagón de ellas, por corte de cables, sería catastrófico para la economía de los países a los que atiende. La OTAN ya ha desarrollado varios mecanismos de vigilancia y control ante esta nueva amenaza, que ha pasado de ser un temor, a una realidad.

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