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Por qué los tecno-magnates de EEUU harán piña frente a China

La condición cuasi ministerial de Elon Musk es sólo el comienzo de una era de límites difusos entre política y ‘big techs’

Por qué los tecno-magnates de EEUU harán piña frente a China

El fundador de Amazon, Jeff Bezos, el CEO de Google, Sundar Pichai, y el CEO de Tesla y SpaceX, Elon Musk. | Saul Loeb (Zuma Press)

Ocho de los diez hombres más ricos de Estados Unidos (no hay mujeres en ese top 10) provienen de empresas tecnológicas. En julio del año pasado, la clasificación la lideraba Elon Musk (Tesla, SpaceX) con una fortuna neta estimada en 187.500 millones de euros. Detrás se sitúan Jeff Bezos (Amazon, 186.500 millones), Mark Zuckerberg (Meta, 170.200 millones) y Larry Ellison (Oracle, 135.600 millones). 

Esta secuencia sólo la interrumpe, en el quinto puesto, el tiburón de las inversiones por antonomasia, Warren Buffett (Berkshire Hathaway, 127.900 millones), pero tras él se reproduce el mantra del primer párrafo con Bill Gates (Microsoft, 123.100 millones), Steve Ballmer (Microsoft, 116.300 millones), Larry Page (Google, 109.600 millones) y Sergey Brin (Google, 105.800 millones). La decena se redondea con la presencia del exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg (Bloomberg LP, 101.900 millones). 

Si se agregan todas esas cuentas corrientes de raíz tech, la suma resultante asciende a 1,13 billones de euros, una cifra que hace palidecer los presupuestos generales de un país como España. Semejante opulencia da una idea del influjo que estas figuras y sus empresas ejercen en la economía más poderosa del planeta y, cada vez más, también en su política. El caso de Musk, republicano o más exactamente trumpista, no es una rara excepción. 

Bezos forzó que The Washington Post, periódico que le pertenece, no respaldase a Kamala Harris en las elecciones que finalmente perdió, rompiendo así una larga tradición a favor de los demócratas. Zuckerberg, en el pasado más próximo a los postulados del partido de Harris, Joe Biden, Bill Clinton o Barack Obama, anunció la supresión en Facebook e Instagram de la moderación de contenidos, un mecanismo que desagradaba profundamente a los republicanos. Por si acaso, a finales de 2024, el dueño de Meta donó un millón de dólares a Donald Trump para impulsar su agenda como nuevo presidente. 

Perteneciente a otra era, Larry Ellison nunca titubeó a la hora de respaldar a Trump en su anterior aventura presidencial (2017-2021). Hoy emerge como promotor de Stargate, un proyecto de 500.000 millones para reforzar la posición de EEUU en el disputado barro de la inteligencia artificial, donde China acaba de dar un brutal zarpazo con DeepSeek, una solución más barata y eficiente que sus competidoras occidentales, con OpenAI y Anthropic a la cabeza.  

Rojos… y azules

La hemeroteca y la dirección a la que suelen apuntar sus carteras sitúan a Gates, Ballmer, Brin y Page en el espectro demócrata, aunque este último procura cultivar un perfil más discreto cuando toca hablar de política.  

Lo que estos ocho magnates tienen en común, pese a sus diferencias ideológicas y el aparente empate a cuatro, es la apuesta de sus megacompañías por la IA. Musk fundó xAI en marzo de 2023, Page y Brin cuentan en Google con Gemini, Gates y Ballmer están armados con Copilot (y colaboran con la francesa Mistral), Meta dispone de Llama, Amazon oferta diferentes soluciones a través de AWS y Ellison y Oracle hacen algo similar, además de enrolarse en Stargate. 

El aliento del dragón

DeepSeek representa en este contexto un movimiento sísmico cuyas consecuencias se han dejado sentir en la confianza que los mercados depositan sobre las big tech norteamericanas. Sin embargo, la partida queda muy lejos de estar decantada, aunque puedan observarse varios fenómenos imparables. 

Uno: la paulatina ascensión china. Tarde o temprano, todo lo que hoy se hace en EEUU se replicará y superará en Asia, con o sin barreras comerciales, vetos y limitaciones tecnológicas. Dos: Occidente se verá atrapado entre dos corrientes, la geopolítica (que inclinará a los gobiernos a proteger sus compañías y castrar el uso de herramientas sospechosas auspiciadas por regímenes antidemocráticos) y la social (con una masa de ciudadanos que, como ya adelantó el caso TikTok, antepone el ocio y la monetización digital a la privacidad). Y tres: cada vez será más difusa la divisoria entre poder político y poder tecno-económico. La condición cuasi ministerial de Musk es sólo el primer aviso. 

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