Las amenazas futuras diseñarán los portaviones que necesita la Armada española
La pregunta no es si necesitamos portaeronaves sino para qué tipo de misión

Cubierta del LHD Juan Carlos I de la Armada española. | Cbo I.M. Guillermo Álvarez Carrasco
Dos portaviones. España se rearma en un escenario poco halagüeño, y dos nuevos buques de guerra, con capacidad de transportar aeronaves de combate, están en el horizonte, tan pronto como en la horquilla que hay entre 2035 y 2037. De momento es un deseo, con base de realidad tras una filtración reciente, y todo apunta a que acabarán llegando.
La Armada los pide desde hace tiempo, y no se sabe de qué tipología, tamaño, y capacidades serán, pero su diseño irá dictaminando por las necesidades y amenazas futuras, y las que dicte un entorno que se está volviendo incómodo. Habrá condicionantes como los plazos de entrega, o el presupuesto, pero el eje de todo será qué quiere hacer con ellos el Ministerio de Defensa, y qué tipo de misiones se les encomendará.
El actual LHD Juan Carlos I, el buque insignia de la marina española, es un barco extraordinario. Tanto es así que Navantia, su constructor, ha logrado comercializar el modelo a Turquía y Australia. España es el único país del mundo que ha exportado navíos portaaeronaves.
Pero a pesar de que el Juan Carlos I tiene muchas cualidades, también tiene sus limitaciones como buque de proyección de fuerza. No solo eso, sino que la Armada solo tiene una solitaria unidad, sin ningún gemelo, o barco que cumpla una función semejante. Para la doctrina de cualquier armada, lo ideal son tres de funciones afines; uno en despliegue, otro en preparación de recoger el testigo del primero, y un tercero en reparación y mantenimiento.
La clave de esos dos futuros e hipotéticos navíos portaaviones de los que se habla reside en qué capacidades se les requerirían. Se diseñan y construyen con misiones muy determinadas en su desempeño. Para ello, se buscan los aviones, helicópteros o drones más adecuados, y conforme a sus características, se desarrolla el concepto.
Estados Unidos, el miembro más poderoso de la OTAN, ya ha dejado claro que va a dejar en manos de los europeos la tarea de defenderse. De esta manera, la primera misión obvia sería la de amurallar el entorno marítimo territorial. Para esto no son del todo necesarios los portaviones, y para esta función se recurre a medios de otro tipo.
Los portaviones o portaaeronaves son una forma de llevar un aeropuerto a donde se le necesita, lejos del territorio nacional. Sus funciones son varias, pero las básicas serían el dominio marítimo, apoyo a desembarcos y ataques a tierra en suelo enemigo. Dependerá un poco de qué tipo de misión se pueda plantear en un futuro, para que ello designe cuál serían las mejores opciones, tanto del ala embarcada como del tipo de buque.
El control de rutas marítimas requiere de unos requisitos menos exigentes, el apoyo a un desembarco anfibio, como pudiera ser la defensa de Ceuta, Melilla, Canarias, o alguna acción en otros países, se puede cubrir con un tipo de aeronave. El más exigente sería, en el tercer caso, la acción directa sobre territorio enemigo, con acceso en su espacio aéreo, y con requerimientos mucho más contundentes para ataques en profundidad.
La parte más sensible de toda esta situación son los aviones que necesitan, que en su conjunto cuestan mucho más caros que el propio buque. A más tamaño, más coste, pero más capacidad. Con ello más aviones, y más abultada es la factura en su compra.
Cuatro opciones… y media
A día de hoy hay cuatro aparatos en el mercado militar occidental que podrían ser utilizados: el Super Hornet —derivado del F-18 como el que dispone el Ejército del Aire, pero más grande y navalizado—, el Rafale M francés, que es una versión naval del aparato francés del mismo nombre, y los dos Lockheed Martin que pueden despegar desde barcos, el F-35B y el F35C.
La diferencia que hay entre estos dos últimos es que el primero es de despegue vertical y puede operar desde buques pequeños. Despega con una carrera corta, y a veces se puede ayudar de la rampa skyjump de doce grados; puede aterrizar de manera vertical. El segundo es su versión naval, que requiere de una pista larga, con catapulta y ganchos de recuperación, y que posee las alas más grandes y plegables.
El Super Hornet es un aparato muy probado, pero al final de su periodo de construcción. Realizó su primer vuelo en 1995, y si la Armada quiere disponer de él durante 3-4 décadas, sería empezar con un modelo ya algo anticuado. El Rafale M es una gran aeronave, pero necesita de pistas largas, con catapulta y recuperación por cable, lo que requeriría un tipo de portaviones medio-grande.
No sería necesario algo tan ambicioso como los monstruosos navíos nucleares americanos, pero de algo como el más compacto Charles de Gaulle francés —el único portaviones no estadounidense que dispone de este tipo de propulsión—, aun así, superior en tamaño al Juan Carlos I. Los cambios y modificaciones que necesitaría este último para instalarle este tipo de mecanismos es tan caro y complejo que ni se plantea.
Los F-35 americanos
Las otras opciones serían los dos F-35 y he aquí donde se pueden explicar las diferencias y necesidades con algo más de precisión. El de despegue vertical puede operar desde casi cualquier tipo de barco con una pista no excesivamente grande. El problema es que, siendo un aparato extraordinario y de última generación, con décadas de servicio por delante, tiene limitaciones.
No puede cargar mucha munición en su bodega, y tampoco echa a volar con mucho combustible. En su corta carrera de despegue, sin ayuda de una catapulta, puede atacar con poco y «volver pronto a casa». El despegue vertical también consume mucho combustible, que reduce su tiempo de vuelo.
El F-35C, de funcionamiento similar y mismas características furtivas —de las que carecen el Super Hornet y el Rafale—, tiene una mayor capacidad de proyección. Con alas más grandes, y ayudado por la catapulta de lanzamiento, puede despegar con mayor tonelaje en su bodega o incluso cargado bajo sus alas, y más combustible. Perdería sus capacidades furtivas, pero es factible.
Distinta fisonomía, capacidades diferentes, barco alternativo
Alcanza mayor velocidad de despegue, su estructura sufre más debido a las tensiones estructurales, su vida útil se reduce, pero es el avión perfecto para incursiones en profundidad en un país enemigo. Con mayor pegada ante esa mayor capacidad de carga, y con más combustible en sus tanques, podría llegar de forma silenciosa más allá de donde llegan los otros. Si obviamos las capacidades furtivas, el Super Hornet y el Rafale—sin ellas— tienen mayores capacidades para este tipo de misión.
Existe una quinta posibilidad, que sería navalizar los excelentes Eurofighter. Pero nunca se ha hecho, en principio no hay más países que se planteen esta necesidad, y Airbus tendría que impulsar un proyecto para un único cliente con un hipotético pedido de 20-30 aeronaves muy especializadas y concretas.
Navantia, la obvia elección para construir barcos así, hará y muy bien, navíos muy capaces. No se piensa en barcos de propulsión nuclear, pensados para navegar enormes distancias de orden global, y para estar meses, casi años en despliegues activos. Pero su diseño dependerá de la doctrina, necesidades, y planteamiento en el futuro de la defensa nacional, y de acuerdo y de manera complementaria con los socios europeos.
Ante el rearme previsto, la pregunta no es si los necesitamos o no, sino de qué tipo, y para que hagan qué tipo de misión. Y aquí entra la política, la Unión Europea, la parte de la OTAN del viejo continente, los países del entorno y las posibles amenazas. Porque nadie quiere que comience un conflicto, y saberse perdedor antes que se suene el primer disparo.