The Objective
Tecnología

¿Una pelea entre un marine y un afgano mientras caen de un avión? Ya ha ocurrido

«Era un absoluto desastre de misión, que estaba empezado peor de lo que nunca hubiera imaginado»

¿Una pelea entre un marine y un afgano mientras caen de un avión? Ya ha ocurrido

Especialistas de los Navy SEAL ejecutando un ejercicio de salto en paracaídas. | Sargento de Estado Mayor Brian Ferguson (Fuerza Aérea de los EEUU)

Puede parecer una escena en una película de Tom Cruise, pero ha ocurrido en la realidad. Una pelea a guantazos entre un miembro de los Navy SEAL de la Marina estadounidense y un afgano. La peculiaridad es que lo hicieron mientras caían del cielo. Pero esto no fue lo peor.

La historia, el cine, y la TV han creado una imagen de los SEAL norteamericanos en supersoldados que todo lo pueden. La verdad es que, siendo muy buenos, no es del todo cierto: su todopoderosidad es limitada. A veces les pasan cosas verdaderamente hilarantes, y con la historia de uno de ellos, ponemos una sonrisa a la guerra.

Los conflictos armados no traen nada bueno. Nada. Pero dentro de lo inquietante, agitado y doloroso, en ocasiones sus protagonistas principales, los militares, incurren en errores, situaciones equívocas e incluso divertidas. De estupefacción fue la cara que puso el jefe de un equipo SEAL de la Marina estadounidense cuando con el avión a punto de despegar hacia una peligrosa misión les presentaron a un traductor de un exótico dialecto que les conduciría sobre el terreno en un país ‘espinoso’, presumiblemente Afganistán.

La idea era tirarse desde una gran altitud, de noche, sobre las cercanías de un poblado y ejecutar un plan de infiltración en territorio hostil, siempre guiados por el local. La sorpresa es que, a minutos del despegue, el que ejercería de guía apareció vestido de pastún, gorro y chancletas incluidas, para saltar desde 8.000 metros de altitud.

Lo más llamativo tampoco era eso, de hecho, allí lo vistieron con lo primero que encontraron y que le protegiera al lanzarse a la fría atmósfera. Lo pintoresco es que no solo sería su primer salto el paracaídas –atado a otro paracaidista en tándem–. Tampoco que fuera el primer vuelo de su vida, o que era la primera ocasión en que veía uno de cerca. Esto se iba a convertir en un verdadero problema, pero aún no lo sabían.

El avión despegó, y tras un vuelo de hora y media, llegaron al punto seleccionado por los estrategas. Se abrió la rampa trasera, y los SEAL se alinearon uno tras otro en dos filas paralelas para arrojarse al vacío a poco más de un segundo de diferencia. Ese tiempo equivaldría a caer separados por unos 100 metros. A mayor tiempo transcurrido entre saltador y saltador, más distancia los separaría en su llegada a tierra.

Cuando les tocó el turno de saltar al traductor y el SEAL encargado de llevarse a modo de paquete pasó algo inesperado. El pasajero, un tipo de casi dos metros de altura y unos 25 años, se giró como un gato y ya en el aire se agarró al fuselaje del aparato como si estuviera evitando… caer desde 8.000 metros de altura. De manera automática, el SEAL con el que estaba previsto que bajase del cielo, casi quedó estrangulado por las correas del paracaídas, y quedó convertido en un muñeco inerte bamboleado por el viento.

El soldado tuvo que tomar una decisión rápida: abrir el paracaídas y que fuera la propia fuera de tracción del aire la que soltase al pasajero del Hercules C-130. Durante la caída, el improvisado paracaidista se puso tan nervioso y agitado, que el soldado tuvo que liarse a mamporros con él y darle un codazo hasta dejarle semiinconsciente, so pena de precipitarse desplomados contra el suelo en una operación delicada. O sea, una pelea en el aire, volando y amarrados entre sí.

Nada más caer, el SEAL apreció que su equipo estaba mojado. La máscara de oxígeno, el GPS, el sistema de visión nocturna, y los cargadores con munición estaban húmedos y pegajosos. Al caer, en la oscuridad de la noche y con las manos enguantadas, necesitaba manipular su GPS porque se habían separado mucho del grupo, y le resultaba difícil hacerlo.

Situación espinosa

Noche cerrada, ni rastro alguna de luz, imposible encender linternas por seguridad, y el soldado mordió cada uno de los dedos de su guante derecho para sacárselo. Fueron sus papilas gustativas las que detectaron de dónde procedía el líquido que lo había mojado todo. Era la cena del traductor. La había vomitado durante el trayecto aéreo.

Como efecto secundario de la caída –que no aterrizaje– el GPS se había reseteado a los ajustes de fábrica tras un golpe violento contra el suelo. Por eso, cuando la atenuada pantalla verde cobró vida, el aparato decía que su usuario estaba posicionado en un polígono industrial de Taiwán, que era donde se había ensamblado el dispositivo. El aparato se había reiniciado y había perdido toda referencia.

Los dos estaban en mitad de la nada de un país hostil, al que habían entrado volando, saltándose todas las legalidades internacionales, armado hasta los dientes y lejos de sus compañeros. Era un absoluto desastre de misión, que estaba empezado peor de lo que nunca hubiera imaginado, y en la que se jugaba la vida en territorio enemigo.

El cielo se iluminó

Pero la bombilla se encendió. O mejor dicho: el universo se encendió. El SEAL encendió su sistema de visión nocturna para amplificar las señales luminosas de las estrellas, y con un milagroso cálculo mental supuso dónde estaban sus compañeros. Se rieron cuando escucharon la historia antes de entrar en combate, lo que les relajó bastante.

El nombre del SEAL es Andy Stumpf, y se licenció en 2013 tras varios periodos de servicio por razones médicas. A partir de ahí se dedicó al paracaidismo profesional y ha batido varios récords. En 2015, rompió el de distancia en wingsuit. Voló sin ayuda mecánica, solo planeando con un traje especial unos 29,38 km. Donó todos los beneficios a la Navy SEAL Foundation.

Del traductor afgano nunca más se volvió a saber tras regresar a su base. Se desconoce si ha vuelto a volar o a tirarse en paracaídas, pero todo hace pensar que ninguna de las dos cosas han ocurrido. Tampoco hay constancia de que haya batido récord relacionado alguno. Pero la historia que cuente a sus descendientes puede que sea aún mejor que la del soldado.

Publicidad