La adaptación a Air Force One del avión regalado a Donald Trump costaría una locura
La generosidad de Qatar puede ser un costoso collar que salga más caro que toda una jauría canina

Donald Trump bajando del Air Force One. | The Air Current
Donald Trump ha protagonizado una gira por varios países del golfo pérsico, y se ha traído a casa un regalo envenenado. Los qataríes le han entregado las llaves de un Boeing 747 que el mandatario quiere usar como transporte presidencial en lo sucesivo. Si a caballo regalado no se le mira el diente, en este caso y tras la necesaria excepcionalidad, su adaptación puede costar hasta cuatro veces lo que el propio aparato.
El actual POTUS –President Of The United States— anda inquieto porque es posible que jamás se suba en los dos Air Force One que tiene encargados. Los vigentes tienen ya una edad, y durante su primer mandato, entre 2017 y 2021, firmó su renovación en un proyecto que se antojaba prolongado.
Para solaz del neoyorquino, y tras retrasos e inconveniencias técnicas, es bastante probable que llegue el día en que salga por la puerta trasera de la Casa Blanca, y aún no estén listos los que encargó, incluso con la presidencia de Joe Biden de por medio. En principio se esperaba que fueran entregados en 2024, pero Boeing ha programado una nueva fecha de entrega para 2027… si es que no aparecen más complicaciones.
De esta guisa, Trump ha expresado el deseo de dar uso como aeronave presidencial a su regalo. Es señal inequívoca de que no es consciente de las dificultades que conlleva reconvertir un avión civil en la fortaleza volante que requiere su figura y lo que le rodea.
La clave de la diatriba no es tanto el dinero, que también, como el tiempo y lo que pudiera trastocar los planes establecidos. En principio no hay ninguna legalidad que impida la cesión, sin embargo, reconvertir la aeronave en un Air Force One, el avión representativo del político más influyente del universo conocido, no es tan sencillo como pudiera parecer.
Los aviones presidenciales estadounidenses se utilizan desde 1944. Tras la Segunda Guerra Mundial, su fuerza aérea adaptó un Douglas C-54 Skymaster para el presidente Franklin D. Roosevelt. El mayor cambio en este sentido se le dio en tiempos de Ronald Reagan, cuyo gobierno adquirió dos Boeing 747 en 1985. Desde entonces, esta es la aeronave insignia, y al menos una de las encargadas por Trump se encuentra en periodo de pruebas, aunque con un largo trecho por delante antes de ser puesta en servicio.
Con la llegada de este posible tercer avión, la donada por el estado qatarí y valorada entre 250 y 400 millones de dólares, podría reforzarse el servicio. Al tiempo, supondría cientos de millones de dólares del contribuyente en inversiones técnicas, modificar planes, y hasta es posible que dejar de lado algo que ya está en marcha o incluso retrasarlo aún más ante la tesitura de un tercer aparato.
Los Air Force One de última generación están basados en los citados Boeing 747. Es, de entrada, un aparato que ya no se fabrica. De aspecto exterior casi calcado a sus hermanos comerciales, los denominados VC-25 en código militar suponen la única excepción que atiende esta línea de montaje. En el caso del cedido, se trataría de militarizar un avión de pasajeros, y las cuentas dicen que las modificaciones necesarias saldrían por una cifra que va desde los 750 y hasta los 1.000 millones de dólares.
A todo ello se añade la complicación de que es un avión que procede de un país extranjero, y que en algún momento ha sido tildado de ser financiero del terrorismo con los riesgos que esto conlleva. Cierto o no, su proceso constructivo y de mantenimiento no ha estado siempre bajo el radar norteamericano y la supervisión de los responsables patrios de la seguridad.
Para certificar su fiabilidad, eludir posibles escuchas, sensores, eliminar detectores o posicionadores, virus informáticos, y que los encargados de la seguridad den su visto bueno, sería necesario desguazar pieza a pieza el Jumbo hasta dejarlo en el esqueleto. Una vez desmontado, tendrían que evaluar pieza a pieza el perfecto funcionamiento de todas ellas, y comprobar que cumplen con los estándares de seguridad requeridos.
Un aerocaballo de Troya
Sin este exhaustivo chequeo, nadie sería capaz de certificar que el avión no fuera capaz de indicar su posición exacta, de filtrar sus comunicaciones, o peor aún: que fuera posible ser pilotado de manera remota, una posibilidad que aterra hasta el miembro más escéptico del Servicio Secreto. No se trata de pensar mal de los donantes, pero en asuntos de seguridad, todo lo relacionado con La Casa Blanca se lleva al extremo por cuestiones obvias.
La oficina volante de Donald Trump necesitará un equipo de comunicaciones de grado presidencial. El personal militar destinado a bordo requiere del equipamiento más avanzado, seguro y encriptado del planeta. Y si esto es lo relacionado con la defensa de lo que no se ve, las comunicaciones, también necesitará en lo que sí se ve: posibles amenazas en el aire.
El Air Force One también necesita ser capaz de defenderse de los ataques físicos, ya que podría ser convertido en diana en pleno vuelo. Los VC-25 en servicio, esos con librea blanca y celeste del que se bajan los presidentes americanos en sus giras, cuentan con un fuselaje blindado, capaz de resistir ataques convencionales que añade peso al conjunto.
El tanque volador
Sus ventanillas son a prueba de balas, y dispone de sistemas de protección adicionales en las partes vitales del avión. Se sabe que unos 380 kilómetros de cable reforzado y protegido recorren toda la aeronave y crean una malla que le protegería en caso de sufrir un ataque de Pulso Electromagnético (EMP). Se suma un paquete de contramedidas electrónicas que le permiten interferir y desviar radares enemigos, así como bengalas y señuelos para confundir misiles guiados por calor.
Hay más. Los sistemas antidron de última hornada, como el ARMS de Indra, le hacen capaz de detectar y neutralizar aparatos no tripulados a varios kilómetros de distancia. Se ha reportado la existencia de torretas láser para neutralizar misiles, aunque muchos detalles permanecen clasificados por seguridad.
El Air Force One está equipado para funcionar como un centro de mando móvil en caso de emergencia nacional o conflicto nuclear. Una de sus misiones es la de dar continuidad al gobierno de los Estados Unidos desde el aire. Para ello requiere de un sistema de comunicaciones encriptadas y codificadas vía satélite, que permitan establecer contacto seguro con cualquier punto del planeta, tanto con autoridades civiles como militares. Todo el sistema de comunicaciones debe estar protegido contra interferencias o intentos de interceptación.
Un Despacho Oval en el aire
En caso de conflicto o suceso grave, no solo tendría que mantenerse con vida, sino emitir órdenes de contraataque, respuesta, o incluso soportar una segunda andanada atómica. Aterrizar sería una mala opción, y seguir en el aire, con rumbo aleatorio, sería la mejor de las opciones.
Para solventar esta necesidad sería necesario recomponer su estructura e instalar algo tan complejo como el proceso de repostaje en vuelo. Igual que en los cazas de combate, es el único Jumbo del mundo capaz de hacer esto. Es una capacidad de la que carecen los 747 comerciales, y lo que le permitiría estar volando durante días sin tocar el suelo para llenar sus depósitos de combustible.
Todo este aerotuning sobre el aparato tendría que obtener el visto bueno de la Fuerza Aérea, el Servicio Secreto, la Agencia Central de Inteligencia, la Agencia de Seguridad Nacional y la Agencia de Comunicaciones de la Casa Blanca. Otro que también tendría algo que decir sería Elon Musk. El, de momento, responsable del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental, también supervisaría la operación.
Es de bien nacidos ser agradecidos, y rechazar un obsequio es de mala educación. Sin embargo, la generosidad de Qatar para con el habitante más ilustre de la Casa Blanca, puede ser un costoso collar que salga más caro que toda una jauría canina. Ahora bien, podría decir que tiene el mejor avión del mundo y el mejor equipado de todos ellos. De eso no cabría duda alguna.