Lo último en sistemas antidrones es derribarlos a escopetazos desde aviones de hélice
Pilotos ucranianos aficionados derriban drones desde sus avionetas antiguas a tiro limpio

Avión Yak-52B2 usado en Ucrania. | X
El mismísimo Manfred von Richthofen se quedaría ojiplático. El Barón Rojo, legendario aviador militar disponía de dos ametralladoras sincronizadas con la hélice de su Fokker triplano para abatir enemigos. Pero esto de que le intentasen derribar a tiro limpio a escopetazos desde otra aeronave sería toda una sorpresa.
La tecnología ha avanzado mucho desde que el aristócrata prusiano sembrase el terror ante sus enemigos aéreos. Lo de disparar «a mano» a sus oponentes ya se había vivido en los albores de la aeronáutica militar, aunque duró poco. Esta fue una costumbre previa a la instalación de armas de fuego en el morro de las aeronaves, más tarde en las alas y en la actualidad integradas en los fuselajes, muchas veces con portezuelas que contribuyen a la aerodinámica y la furtividad.
Ahora, el problema de los disparos no reside en tropezar con las palas de una hélice, sino atinar contra los miles de drones que rusos y ucranianos se remiten, una costumbre que ejecutan ambos bandos, y que ha cambiado el lenguaje de la guerra con su masividad. Ante la tesitura, y con no muchas opciones eficaces al alcance, tanto Moscú como Kiev están desarrollando la táctica de mandar al aire aviones para que los derriben a escopetazos, como en una cacería de conejos.
Sí, es tal como suena, a tiro limpio, con una munición poco precisa. Tal y como hicieran los trabucos de los bandoleros, los disparos impactarían con fuerza a una distancia de entre 30 y 50 metros, sin la necesidad de un sistema de puntería específico, y disparados a mano como un cazador campestre.
Esta técnica comenzó a ser usada por los ucranianos el verano pasado, aunque ha sido adoptada por las fuerzas de Moscú en fechas recientes con alguna reinterpretación. A pesar de todo, la aplicación no es tan antediluviana como pueda parecer, porque tiene algún elemento, futurista entonces y actual hoy, como son los sensores de detección de los aviones robotizados.
Lo que si es bastante más antiguo es el tipo de aeronave elegida desde la que cazar a los drones: el Yakolev Yak-52. Este aparato es de los años 70, y fue adoptado por las fuerzas aéreas soviéticas con una particularidad: duraban muy poco tiempo en el aire. Los responsables de su Ejército del Aire los destinaban a bases aéreas alejadas de las fronteras, porque temían que sus pilotos pudieran desertar subidos en ellos.
Una de sus cualidades es que, a diferencia de los jets de combate, es capaz de volar muy lento y a una velocidad afín a la de sus blancos. Un caza a reacción requiere de unos ritmos mínimos para lograr sustentación, mientras que el Yak-52 puede mantenerse en el aire a velocidades propias de un coche de ciertas prestaciones, y parejas a las de un dron impulsado por hélices. Un reactor se desplomaría a las velocidades de pequeñas aeronaves propulsadas por hélice.
La segunda característica interesante es que se trata de un biplaza. El piloto maneja el aparato desde la parte frontal de la cabina, mientras que el artillero o navegante, viaja sentado en la parte de atrás. La operativa ucraniana para contra los drones, reside en descorrer la cubierta de la carlinga a mano, y quedar asomado a un amplio ventanal abierto por ambos lados.
Cuando el piloto localiza una amenaza, le basta con acercarse por detrás, ponerse a su lado, y su copiloto saca una escopeta para disparar contra el dron. Aunque se han detectado versiones menos pedestres de este mismo procedimiento, con escopetas semiautomáticas alojadas bajo las alas en aviones rusos, lo que sí es más propio del siglo XXI es el sistema de detección.
A los Yak-52 se le han acoplado, al menos en la interpretación exsoviética, una torreta con sensores de largo alcance, en especial útiles en condiciones nocturnas o de baja visibilidad. No está claro qué compañía fue la responsable de desarrollar esta modificación, pero los relatos no confirmados sugieren que fue «una de las oficinas de diseño experimental especializadas en la construcción de aviones».
Una fuerza aérea muy particular
Otra de las particularidades por parte de los ucranianos, es que la alrededor de docena de aeronaves de este tipo de que disponen, no pertenecen a sus Fuerzas Armadas. Sus tripulaciones pertenecen a una organización civil que consiste principalmente en aviadores aficionados y propietarios de aviones privados. Los rusos, por su parte, tienen cientos de estos aparatos a su disposición. Que las fuerzas invasoras hayan atacado los aeródromos privados desde ls que despegan, denota el grado de importancia que Rusia pone sobre estos grupos.
Entre 1977 y 1998 se construyeron aproximadamente 1.800 unidades, y una de ellas es propiedad del futbolista Salva Ballesta. El internacional zaragozano jugó en la Selección Nacional, el Sevilla, Racing de Santander, Valencia, Atlético de Madrid o Málaga, y es un enorme aficionado a la aeronáutica. Una de las curiosidades de su aparato, que suele despegar desde el aeródromo de Vélez-Málaga (Málaga) es que todas las instrucciones, etiquetas y mandos están en ruso.
Un uso lúdico
Despojado de todo equipamiento bélico, Ballesta no derriba drones con él, sino que vuela cuando puede, pasea a familiares y amigos, y ayuda a organizar jornadas de exhibición. A pesar de que están diseñados para la defensa, es una de las mejores utilidades que se puede dar a un avión de guerra. El Barón Rojo, fallecido en combate, seguramente estaría de acuerdo.