Bitcoin, esa brillante estafa piramidal
La criptomoneda sigue batiendo récords demostrando su implacable adopción

Representación gráfica de un Bitcoin. | Jaque Silva (Zuma Press)
Mientras Bitcoin alcanza nuevos máximos históricos superando los 110.000 dólares, el mundo parece haber perdido la capacidad de sorprenderse ante su cada vez mayor cotización. No hay titulares alarmistas, no hay debates televisivos acalorados, no hay expertos prediciendo el apocalipsis financiero. Esta ausencia de drama mediático es, paradójicamente, la prueba más contundente de que Bitcoin ha logrado algo que sus defensores siempre prometieron pero que pocos creyeron posible: normalizarse.
La primera criptomoneda, que una vez fue catalogada como «dinero de criminales» y «burbuja especulativa», ahora cotiza silenciosamente en niveles que habrían parecido imposibles hace apenas unos años. Y precisamente en este silencio radica una de las transformaciones más profundas del panorama financiero moderno, en el que, de forma lenta, silenciosa y constante, cada vez más personas e instituciones deciden tener exposición en «ese» criptoactivo por encima de otros activos, acciones o dinero corriente.
La anatomía de una «estafa» exitosa
Durante más de una década, los detractores de Bitcoin han lanzado multitud argumentos que, vistos en retrospectiva, parecen cada vez más débiles ante la implacable realidad de los datos. La supuesta «estafa piramidal» ha demostrado una resistencia y crecimiento que haría palidecer de envidia a cualquier esquema fraudulento de la historia, incluso a la cotización de muchas empresas.
El primer argumento que se desploma es el del «dinero para criminales». Y es que, según análisis de firmas especializadas en blockchain como Chainalysis, menos del 0.15% de todas las transacciones de Bitcoin en 2024 estuvieron relacionadas con actividades ilícitas. Para poner esto en perspectiva, se estima que entre el 2% y 5% del PIB mundial está vinculado a actividades de lavado de dinero utilizando monedas tradicionales.
El dinero fiduciario, ese mismo que los bancos centrales imprimen sin respaldo tangible, sigue siendo el medio preferido para financiar el crimen organizado, la corrupción gubernamental y el tráfico de drogas. Bitcoin, con su naturaleza transparente y trazable, resulta ser uno de los peores instrumentos para actividades criminales sofisticadas.
El valor fundamental que «no existe»
Otro argumento favorito de los escépticos ha sido la supuesta falta de «valor intrínseco» de Bitcoin. Esta crítica revela una comprensión limitada tanto de la naturaleza del dinero como de la propuesta de valor de Bitcoin y su tecnología subyacente. El oro, ese activo que durante milenios ha servido como reserva de valor, tiene aplicaciones industriales limitadas que justifican solo una fracción mínima de su precio actual. Su valor deriva principalmente de consenso social y propiedades monetarias, como son su escasez, durabilidad, divisibilidad y portabilidad.
Bitcoin mejora estas propiedades monetarias de maneras fundamentales. Su escasez está matemáticamente garantizada por un código inmutable, su durabilidad está respaldada por una red de nodos distribuida globalmente, y su portabilidad trasciende fronteras físicas y políticas, gracias al respaldo digital. Mientras los gobiernos pueden confiscar oro o congelar cuentas bancarias, Bitcoin ofrece una forma de soberanía financiera personal sin precedentes en la historia humana.
El “valor intrínseco” de Bitcoin reside en su capacidad para funcionar como un sistema monetario descentralizado, resistente a la censura y la manipulación gubernamental. En un mundo donde los bancos centrales han expandido las ofertas monetarias a niveles históricos, Bitcoin representa un ancla deflacionaria que preserva el poder adquisitivo a largo plazo.
La red que «nadie usa»
Quizás el argumento más fácil de refutar es el de la falta de adopción. Los números hablan por sí solos y pintan un cuadro de crecimiento orgánico sostenido que desmiente cualquier narrativa de irrelevancia.
La red Bitcoin procesa actualmente más de 400.000 transacciones diarias, con picos que superan las 800.000 durante periodos de alta actividad. Más impresionante aún es el crecimiento en el número de direcciones activas, ya que hoy existen más de 1 millón de direcciones únicas que realizan transacciones mensualmente, y el número de direcciones que mantienen al menos algo de Bitcoin supera los 50 millones.
Estas cifras no representan especulación vacía, sino uso real y creciente. Cada transacción implica que alguien, en algún lugar del mundo, decidió que Bitcoin era el mejor medio para transferir valor. Ya sea un trabajador migrante enviando remesas a su familia, un empresario realizando un pago internacional, o un inversor diversificando su portafolio, cada transacción es un voto de confianza en la utilidad práctica de Bitcoin.
La institucionalización silenciosa
Mientras los debates públicos se han apagado, la adopción institucional ha avanzado de manera constante. Los fondos cotizados de Bitcoin han acumulado más de 1 millón de bitcoins en sus reservas, representando aproximadamente el 5% de toda la oferta circulante. Empresas del Fortune 500 han añadido Bitcoin a sus balances corporativos, no como una apuesta especulativa, sino como una estrategia de diversificación y protección contra la devaluación monetaria que experimentan divisas como el dólar estadounidense o el euro.
El Salvador y República Centroafricana han adoptado Bitcoin como moneda legal, convirtiendo lo que una vez fue un experimento criptográfico en moneda oficial reconocida por tratados internacionales. Estos países no están apostando por una aparente burbuja, sino implementando una estrategia monetaria soberana ante la volatilidad de sus monedas tradicionales.
La gran ironía
La mayor ironía de la narrativa anti-Bitcoin es que sus críticos han contribuido involuntariamente a fortalecer el ecosistema. Cada predicción fallida de colapso ha reforzado la confianza en la resistencia de Bitcoin. Cada argumento refutado por la realidad ha legitimado su propuesta de valor. Cada intento de prohibición o regulación hostil ha demostrado precisamente por qué se necesita un sistema monetario descentralizado y resistente a la censura.
Los primeros adoptantes de Bitcoin no compraron una criptomoneda, compraron una visión del futuro monetario. Esa visión se está materializando gradualmente, no a través de revoluciones dramáticas, sino mediante la acumulación constante de utilidad práctica y adopción orgánica.
Mientras Bitcoin continúa su ascenso silencioso hacia nuevos máximos históricos, los argumentos de sus detractores se desvanecen uno a uno ante la realidad implacable de los datos. La “estafa piramidal” ha demostrado ser un sistema monetario resiliente, la “burbuja especulativa” se ha consolidado como una nueva clase de activo, y el “dinero de criminales” se ha convertido en una herramienta de soberanía financiera para millones de personas alrededor del mundo. Y es que, la mayor campaña de promoción de Bitcoin es su propia naturaleza; un sistema y activo que funcionan y van ganando terreno.