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Tecnología

Los drones causan el 80% de las bajas en la guerra de Ucrania y nadie está preparado

Las aeronaves no tripuladas ya superaron a todo el resto de armamento en conjunto

Los drones causan el 80% de las bajas en la guerra de Ucrania y nadie está preparado

Un dron en Ucrania. | Europa Press

Mil bajas al día. Es el número de soldados que mueren en Ucrania víctimas, no de disparos, misiles, cañonazos o explosiones de minas, sino de drones. La letalidad de estos ingenios está cambiando el lenguaje de los conflictos armados de arriba a abajo. La guerra de hoy es otra, y ejércitos y gobiernos no están preparados.

El 80% de las bajas en la guerra entre Ucrania y Rusia están causadas por un tipo de arma que no existía hace apenas tres años. Drones armados los hay desde finales de los años 90, y se empezaron a usar en la guerra de Kosovo, pero su utilización era puntual, quirúrgica.

Los misiles Hellfire que disparaban encontraban sus blancos, pero ahora los hay merodeadores, equipados con sistemas de seguimiento, propulsados por pequeños reactores, que derriban por impacto físico, y los más temidos de todos en Ucrania: los FPV. Son aquellos pilotados a distancia, ya sea de manera inalámbrica o a través de un hilo de fibra óptica, estos últimos ajenos a interferencias.

Fueron este tipo de drones, los FPV, los utilizados en los ataques a los aeródromos rusos que han mandado al cielo de los aviones a 41 costosos aparatos propiedad de Moscú. De manera milagrosa, y siempre según fuentes rusas, el ataque no logró cobrarse ninguna víctima mortal. Los que sí murieron fueron diversas aeronaves, en esencia bombarderos de largo alcance o sistemas de radar volante, aparatos muy especiales, exóticos, muy especializados, y de connotaciones estratégicas de gran calado en los planes militares de Rusia.

Según a quién se le pregunte, la factura del desaguisado puede irse a entre 2.000 y 7.000 millones de euros. El problema, con una siempre costosa guerra en marcha, no es tanto el dinero como el desequilibrio que sufrirá su fuerza aérea, con aeronaves completamente destruidas. Repararlas es en muchos casos imposible, y construirlas nuevas llevaría años, con líneas de producción incluso detenidas hace tiempo.

El inicio de la guerra de Ucrania vio el renacimiento de la artillería clásica y los blindados pesados en el campo de batalla. La maquinaria industrial se puso en marcha para proveer de obuses a ambos bandos, y los tanques rusos pisaron con sus orugas suelo invadido, al tiempo que las cesiones occidentales a Ucrania les plantaban cara. Pero el uso táctico de drones ha significado una nueva época en la guerra moderna.

Las plataformas militares contemporáneas han pasado a un segundo plano por ser lentas, caras, y de una eficiencia limitada. La nueva tecnología, espoleada por la inteligencia artificial, se ha hecho con el protagonismo absoluto del campo de batalla. Los drones de ataque unidireccional ya han superado en letalidad a la artillería convencional, y esto forma parte de la doctrina de ambos bandos.

Con cientos de drones de ataque táctico desplegados cada día por Ucrania y Rusia, diversas fuentes de análisis calculan que tres de cada cuatro bajas en combate de ambos lados son causadas por este tipo de ingenio. Esto no solo afecta a fuerzas militares, sino también a la ciudadanía de a pie. En la zona de Jerson se calcula que siete de cada diez víctimas civiles pierden su vida por causa de aeronaves no tripuladas.

La guerra de laboratorio ucraniana está mandando mensajes, y el resto del mundo debería escuchar mejor. El ejemplo de los ataques a los aeródromos rusos ha disparado todas las alarmas. La respuesta lógica debería ser proteger espacios sensibles como aeropuertos, bases militares, centrales de energía y sistemas de comunicaciones, porque con un pequeño aparato de 500 euros se puede afectar en gran medida el funcionamiento rutinario de todo un país.

Nuevos problemas requieren de nuevas soluciones

Las recientes invasiones del espacio aéreo circundante en base militares estadounidenses, alemanas o británicas delatan la falta de preparación ante esta amenaza. La Guardia Civil o Policía Nacional poseen inhibidores de señales, pero serían inútiles ante drones dotados con cables de fibra óptica, por ejemplo. Se hace necesario avanzar en esta materia.

En la actualidad existen varios métodos de derribo. Epirus tiene su emisor de microondas, se habla del uso de láseres chinos en Rusia o Irán, y la energía proyectada se utiliza en el Iron Dome israelí. Los Estados Unidos quieren montar su propia cúpula de defensa ante amenazas que lleguen volando desde cierta distancia, pero no se sabe cómo reaccionarían ante un pequeño dron manejado por cable de fibra óptica desde un coche aparcado en el entorno de La Casa Blanca, con un vuelo de apenas un minuto.

Hacia la defensa antidrón europea

Alemania dispone del sistema antiaéreo Skyranger 30 de Rheinmetall, basado en una suerte de cañón que derriba aparatos en vuelo de tamaños variables, desde drones hasta misiles de crucero. En España, TRC desarrolla el Cervus III. Permite inhibir, perturbar o derribar este tipo de amenaza, aunque necesita un operador humano para dar la última orden de intervención. Usa IA, que combina con radares 3D, sensores ópticos y radiofrecuencia.

Europa se unió para crear su industria aeronáutica y emergió Airbus. Ahora se habla de algo similar en lo tocante a lo naval. A lo mejor es el momento de unificar fuerzas y ponerlas en común para crear una defensa común, y asumir sus costes de desarrollo. Las lecciones ucranianas son dolorosas, pero cuando la vida de personas está en juego, siempre será mejor aprender en cabeza ajena, que en la experiencia propia.

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