La guerra de Ucrania se ha convertido en un concurso de tiro con premios en metálico
Cualquier ciudadano puede convertirse en miliciano ‘freelance’ a tiempo parcial

Un operario ucraniano manejando un dron. | Yulii Zozulia (Zuma Press) | Yulii Zozulia (Zuma Press)
En la guerra de Ucrania, la muerte está llegando con un cheque bajo el brazo… para el que la receta. El gobierno local ha aprobado el pago de 2.200 euros al mes a voluntarios civiles por derribar drones rusos con el medio que tengan a mano. Los rusos tampoco se quedan atrás, y una empresa privada ha puesto precio al derribo de un F-16: ofrece 145.000 euros a quien logre abatir una de las estas aeronaves.
Bienvenidos a la nueva economía de guerra, donde los éxitos militares se pagan en metálico, como en un mercado de letales incentivos. Hay dos bandos en conflicto, con dos modelos de recompensas, dos discursos de propaganda, y un mismo trasfondo: convertir la supervivencia ajena en un incentivo y el combate en una oferta laboral.
La guerra se privatiza de manera que cualquier vecino, empleado o estudiante puede ganarse un pellizco al mes liquidando al enemigo. En lugar de quedarse en casa viendo el fútbol o series en Netflix, circulan por las noches en coches particulares, con armas propias –rifles, escopetas, o hasta alguna ametralladora improvisada–, y disparan al cielo. Buscan la silueta zumbante de los drones Shahed de fabricación iraní con los que Rusia martillea las ciudades ucranianas en ataques masivos, y descargan su munición probando suerte en la oscuridad.
El parlamento ucraniano aprobó esta semana un nuevo plan que formaliza lo que ya ocurría de forma no regulada: pagar hasta 100.000 hryvnias (unos 2.200 euros) al mes a civiles que colaboren con las unidades móviles de defensa antiaérea. Con la idea de fortalecer la defensa antiaérea, han convertido a ciudadanos en combatientes freelance.
El salario es más que atractivo en un país devastado por la guerra. Antes de la invasión rusa, el sueldo promedio era de unos 300 euros mensuales. Incluso con la inflación y el alza de sueldos en sectores específicos, el salario medio actual ronda los 24.241 hryvnias (unos 504 euros), menos de una cuarta parte de lo que puede ganar un voluntario con buena puntería y algo de suerte.
El plan permite usar armas personales, lo que incluye cualquier método que les ayude en su misión, ya sean escopetas de caza, vehículos privados e incluso suministros militares que hayan conseguido si fuera necesario. Las unidades –alrededor de 500, según datos oficiales– operan de noche, y suelen circular por carreteras secundarias hasta con ametralladoras M2 Browning montadas en la parte trasera de pickups.
El nuevo decreto abre la puerta a que cualquier civil, incluso sin movilización previa, se sume al esfuerzo. Basta con inscribirse, tener armas o acceso a ellas, y ganas de participar. También, por supuesto, asumir el riesgo: quien muera en una operación recibirá a título póstumo el mismo tratamiento que un veterano de guerra, que incluirá una indemnización y una pensión para su familia.
El nuevo programa estará vigente hasta un máximo de dos años o hasta que finalice la ley marcial. Más allá de su eficacia real contra las oleadas de drones, supone un cambio cultural profundo: institucionalizar la guerra como fuente de ingresos, en un contexto donde la defensa del país se entrelaza con la necesidad económica.
La muerte y destrucción, como estímulo financiero, también tiene su espejo al otro lado del frente. En Rusia, no son los civiles quienes reciben los incentivos, sino los soldados. Y quienes los pagan no son necesariamente el gobierno, sino empresas privadas que muestran su patriotismo con grandes sumas.
Iniciativa privada
La más reciente es Fores, una compañía del sector petrolero y gasístico con sede en los Urales. Durante el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, su director, Sergei Shmotyev, anunció una recompensa de 15 millones de rublos (unos 145.000 euros) a cualquier miembro del ejército ruso que derribe el primer caza F-16 entregado a Ucrania. Curiosamente, Shmotyev realizó su oferta en dólares.
Para la compañía, tampoco es novedad. Ya antes había ofrecido primas por destruir tanques Leopard 2A6, M1A1 Abrams y otros equipos suministrados por la OTAN. En 2022, el Ministerio de Defensa ruso informó que más de 7.000 soldados habían recibido bonificaciones en efectivo por destruir cerca de 11.600 piezas de equipo militar ucraniano. Las recompensas oscilaron entre 100.000 y 300.000 rublos, el equivalente a entre 950 y 2.950 euros al cambio, dependiendo del objetivo: tanques, plataformas de lanzamiento de misiles HIMARS, aviones o helicópteros.
Plan de incentivos conocido
En el sur de Ucrania, particularmente en Zaporizhzhia, los soldados que destruyeron vehículos blindados occidentales también fueron recompensados, dentro de un esquema que combina mérito militar con compensación financiera directa. Una especie de «plan de incentivos» bélico donde la destrucción de activos enemigos equivale a cumplir un objetivo trimestral. Igual que haría una empresa que cotiza en bolsa.
El uso de empresas privadas para ofrecer estas primas no solo busca aumentar la moral, sino también transmitir una imagen de cohesión entre el poder económico ruso y la estrategia militar del Kremlin. Es una muestra de lealtad, pero también un gesto propagandístico: mientras Occidente provee armas, la Rusia corporativa pone dinero para destruirlas. Se trata de premiar al que derriba, bonificar al que acierta, incentivar la destrucción como si fuera productividad empresarial. Lo que antes eran condecoraciones o ascensos se traduce ahora en cifras, monedas, salarios.
Un paso más en el lenguaje de la guerra
La guerra a comisión puede parecer incluso justificable en tiempos de conflicto total. Pero también revela una lógica inquietante: la progresiva conversión de la guerra en un negocio para particulares, en el que matar o derribar no es solo una cuestión de defensa, sino también de ingresos y mejorar la economía familiar.
El conflicto en Ucrania ya no solo se mide por territorios ganados o perdidos. También por el precio que se paga por cada victoria. Y, como en todo mercado, lo que se paga marca el valor de lo que se destruye. Igual que en las películas del oeste, donde en los pasquines se leía «se busca», pero con drones e inteligencia artificial.