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¿Y si su novela no la evalúa una editorial sino la IA?

La herramienta del momento llega a la industria del libro. Incluso el escritor del futuro será amigo de ChatGPT

¿Y si su novela no la evalúa una editorial sino la IA?

Ilustración: el logotipo de la editorial Harper-Collins frente a un chip de IA. | Andre M. Chang (Zuma Press)

Insondables son los gustos del mundillo editorial, donde caben tanto obras maestras como bodrios altamente aplaudidos por el lector ávido de best-sellers, memorias y libros de autoayuda. Aunque todavía quede un bastión de romanticismo, aunque haya sellos que apuesten por rescatar obras de Soseki o Bashevis Singer, se hagan eco de autores tan heterodoxos como Shehan Karunatilaka y permitan leer clásicos como Rojo y negro o Los hermanos Karamazov, lo cierto es que, como todo negocio, este también quiere hacer dinero.

Considerando todas sus ramas, el sector editorial acaba de regresar en España a los niveles previos a la crisis de 2008 con una facturación agregada de 3.037 millones de euros en 2024, un 6,3% más que el año anterior, según la Federación de Gremios de Editores. La tarta se reparte así: no ficción (909,33 millones), textos no universitarios (773,51), ficción para adultos (709,34), infantil y juvenil (551,48), cómic, tebeos y novelas gráficas (70,21) y otros (23,64). Como diría algún político, a tenor de las cifras, el libro va bien. Más allá de las consideraciones sobre los gustos del público (en la pata de la literatura) y de la proverbial solidez asociada a manuales universitarios y textos de Primaria y Secundaria, cabe preguntarse cómo actúa en este ámbito la herramienta tecnológica del momento. 

Prueba piloto

En 2023, Stephen Marche (bajo el pseudónimo de Aidan Marchine) se atrevió a llevar al extremo un experimento creativo consistente en recurrir a ChatGPT, Cohere y Sudowrite para escribir una novela jocosamente titulada Death of an Author (Muerte de un autor). El 95% del texto, afirma Marche, fue generado con inteligencia artificial. En su reseña de la obra, The New York Times se cuida muy mucho de calificarla en términos demasiado entusiastas, pero admite que el libro se lee con fluidez y que este proyecto anticipa lo que está por venir: una generación de escritores dispuestos a automatizar lo que hace de la literatura una disciplina tan especial: la tangente entre la inventiva y lo vivido.

Los usos potenciales a disposición de las editoriales son muy variados. En un plano más industrioso, permiten gestionar contenidos en redes sociales o preparar campañas de marketing. Es una práctica a la que ya recurren gigantes como Hachette, HarperCollins y Macmillan Education. Además, plataformas como Wiser recurren a la IA para identificar tendencias de mercado, sugerir temáticas y optimizar inventarios. También se ahorra tiempo al convertir los textos en audiolibros, una modalidad al alza que en EEUU factura 2.200 millones de dólares (2024). 

La última frontera: ¿quién decide?

Más interesante es el debate que se plantea al indagar en las funcionalidades que aceleran los flujos editoriales. Habilita la IA, tanto en ficción como en trabajos científicos o libros de texto, la identificación de errores, el destape de plagios y las correcciones gramaticales y estilísticas. Asimismo, son posibles los resúmenes, la recopilación de ideas-fuerza y las acotaciones, elementos todos que auxilian al lector profesional a la hora de la criba. La cuestión es dónde se fija el límite de la máquina, pues es fácil imaginar lo tentador que puede ser encomendar al algoritmo el primer filtrado de una obra a partir de los requisitos especificados por la editorial, o dejar en manos de la IA el cálculo de las posibilidades de éxito comercial de esta o aquella novela. Como en el caso de los agentes autónomos, que constituyen el siguiente salto evolutivo tras los mayordomos pregunta-respuesta tipo ChatGPT, Mistral o Luzia, sobrevuela aquí el riesgo de la pereza, que también activa peligros como el sesgo y pecados intelectuales como la aversión al riesgo creativo. 

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