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Chinos y norteamericanos resucitan un arma fallida de la Guerra Fría: el ekranoplano

Este exótico híbrido entre avión y barco está volviendo a la vida con nuevos enfoques

Chinos y norteamericanos resucitan un arma fallida de la Guerra Fría: el ekranoplano

Un ekranoplano.

Se asustaron. Los analistas de la CIA que vieron las imágenes por satélite en plena Guerra Fría no tenían ni nombre para aquella mole de acero de más de 100 metros, porque no sabían lo que era. Con unas alas cortas y rechonchas se deslizaba sobre el agua a velocidades imposibles. Lo llamaron «el monstruo del Mar Caspio».

En Langley pasaron meses debatiendo qué demonios era aquello, si un prototipo de bombardero estratégico, una nave experimental de desembarco o simplemente un proyecto extravagante condenado al fracaso. Al final se desveló el misterio y se supo que era un ekranoplano, un exótico planeador, mitad barco, mitad reactor, que planeaba a unos metros sobre el agua, basado en un sencillo principio básico: el efecto suelo, primo hermano, aunque invertido, que sujeta a los Fórmula 1 contra el asfalto.

El principio físico que los hace posible no ha cambiado: cuando un ala vuela a muy baja altitud —entre uno y cinco metros sobre una superficie lisa como el mar—, se genera una burbuja de presión entre dicho ala y el agua. Esa compresión del aire reduce drásticamente la resistencia y aumenta la sustentación.

El resultado es una plataforma más eficiente que un avión tradicional y mucho más rápida que un buque convencional. Esta zona gris entre la aviación y la navegación fue aprovechada por la Unión Soviética, que construyó gigantescos ekranoplanos armados con misiles, y diseñados para ataques relámpago.

Durante décadas, los ekranoplanos ocuparon un rincón polvoriento en los anales de la Guerra Fría. Estas enormes aeronaves híbridas, capaces de surcar las aguas como un barco a reacción y deslizarse sobre su superficie sin despegar del todo, fueron uno de los experimentos más singulares —y fallidos— del complejo militar-industrial soviético. Pero en 2025, el panorama ha cambiado, porque China y Estados Unidos han vuelto a mirar con interés una idea que parecía enterrada.

Las últimas señales de que estos exóticos aparatos están a punto de resucitar llegan desde el país del dragón. Imágenes filtradas en redes sociales chinas han mostrado en fechas recientes una aeronave de dimensiones colosales, con cuatro motores a reacción y una estructura que recuerda directamente al diseño soviético del ekranoplano denominado Lun. Apodado por analistas como el «monstruo del Mar de Bohai», este nuevo aerobarco chino representa el retorno más ambicioso hasta la fecha de este tipo de vehículo.

Pintado en gris militar y con un diseño de cola en T, está equipado con estabilizadores verticales gemelos, y parece orientado a un uso operativo en escenarios de combate costero o logístico. Aunque Pekín no ha confirmado de manera oficial su utilidad, fuentes abiertas, como las del analista H. I. Sutton, sugieren que podría estar destinado a apoyar operaciones anfibias o a realizar reabastecimientos rápidos entre islas.

Este rol sería complementario al hidroavión AG600, diseñado para búsqueda y rescate, lucha contra incendios o transporte a islas remotas. En este contexto, el ekranoplano serviría como transporte de asalto rápido, capaz de evitar radares al volar bajo y sin necesidad de pistas o puertos.

Con cuatro motores ubicados sobre el ala y toberas inclinadas hacia abajo, el diseño revela un esfuerzo consciente por maximizar el efecto suelo. Este tipo de arquitectura permite hacerse al aire con cargas elevadas sin necesidad de superar los límites aerodinámicos que restringen a los aviones tradicionales. En la práctica, puede remitir tropas o vehículos en playas sin defensa antiaérea significativa, algo valioso en un conflicto de islas, como el que se perfila en el mar de China Meridional. En Taiwán enarcan las cejas.

El amigo americano

Funciones similares se le atribuyen al Liberty Lifter, el ambicioso proyecto de la agencia DARPA, desarrollado en colaboración con Aurora Flight Sciences, subsidiaria de Boeing. Este avión de carga pesada, aun en fase de diseño, busca recuperar el efecto suelo para mover grandes volúmenes de tropas y equipo a través del mar, pero con un alcance y capacidades que rivalicen con las de un C-17 Globemaster III.

El diseño preliminar prevé un avión sin tren de aterrizaje, con ocho motores turbohélice montados sobre un ala situado en una posición alta y una rampa de carga trasera de grandes dimensiones. Se construirá con técnicas navales, no aeroespaciales, y flotará en el agua tras su ensamblaje, como un buque.

El demostrador actual, de escala similar a un C-130 Hércules, aspira a transportar unas 25 toneladas de carga útil a velocidades que superen las de cualquier barco logístico. Su operación se realizará en altitudes de entre 10 y 100 metros, pero también podrá elevarse hasta los 3.000 si las condiciones lo exigen; podría volar, así que tendría más de hidroavión que de un ekranoplano puro.

El Liberty Lifter deberá despegar y aterrizar con mar agitado y mantener vuelo a ras de agua en olas de hasta cuatro metros. El objetivo es reemplazar, o al menos complementar, los medios de transporte aéreo y marítimo tradicionales, demasiado vulnerables o limitados en zonas como el Pacífico Occidental. En este teatro, donde las pistas y puertos pueden ser destruidos o simplemente inexistentes, una nave que no dependa de infraestructuras fijas ofrece una ventaja estratégica notable.

Un planeador de operaciones especiales

Pero los americanos tienen más planes basados en el mismo principio. El Viceroy Seaglider, desarrollado por la empresa Regent, no busca levantar toneladas de carga, sino proporcionar un transporte rápido, silencioso y flexible para pequeños grupos de marines en escenarios de combate disperso, como los que anticipa el Pentágono en el Pacífico.

Diseñado para operar con doce motores eléctricos y con una capacidad para doce pasajeros o 1.600 kg de carga, el Seaglider utiliza un hidroala para salir del agua, luego acelera y entra en modo de efecto suelo a velocidades de hasta 330 km/h. En teoría, puede despegar con olas moderadas y aterrizar en condiciones de mar más adversas, lo que lo convierte en una solución ideal para operar en zonas con poca infraestructura y en entornos de alta amenaza.

Regent desarrolla este aparato con finalidades civiles, pero ha recibido contratos por valor de unos 14 millones de euros para probar y desarrollar versiones militares. Según el laboratorio de guerra de los marines, el Seaglider está destinado a cubrir una brecha existente en la logística de alta velocidad, con incidencia en operaciones de infiltración, extracción, evacuación médica o incluso reemplazo de helicópteros UH-1 en misiones costeras.

Sus características de bajo perfil, sin estela significativa, sin firma térmica destacada y operación por debajo del radar, lo convierten en una plataforma de bajo riesgo para entornos de guerra activa.

Nuevas guerras, nuevo armamento

El redescubrimiento del efecto suelo no responde a una moda nostálgica, sino a una necesidad operativa emergente. En el Indo-Pacífico, donde las distancias son enormes, las infraestructuras escasas y las amenazas aéreas cada vez más sofisticadas, las fuerzas militares necesitan soluciones que combinen velocidad, carga útil y flexibilidad.

Esta tecnología aún presenta retos. Las olas altas, la detección por radar costero, el control de vuelo automatizado y la seguridad en condiciones meteorológicas cambiantes siguen siendo obstáculos. Pero con avances en sensores, inteligencia artificial, baterías y materiales ligeros, muchas de las limitaciones que condenaron a los ekranoplanos soviéticos están comenzando a superarse.

No es casual que China y Estados Unidos, rivales estratégicos en el escenario marítimo global, estén explorando caminos tan distintos pero convergentes. Uno apuesta por un nuevo gigante militar, el otro por naves pequeñas, rápidas y discretas. Ambos reconocen que el futuro del combate y suministro sobre el agua podría escribirse no solo con barcos ni con aviones, sino con algo entre ambos: los barcos que vuelan.

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