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Así operan los aviones del 43 Grupo del Ejército del Aire en la lucha contra incendios forestales

El papel de este cuerpo militar se consolida como una capacidad estratégica fundamental

Así operan los aviones del 43 Grupo del Ejército del Aire en la lucha contra incendios forestales

Avión Candair CL-415. | Wikimedia

Es matemático, no falla. Llega el verano, y llegan los atascos, las playas masificadas, las picaduras de los mosquitos… y los incendios. El cambio climático pone de su parte, pero es habitual que haya una mano sujetando una cerilla detrás de cada una de estas tragedias. El peor enemigo de todos ellos son los virtuosos del aire del 43 Grupo del Ejército del Aire y sus principales caballos de batalla: el Canadair CL-215 y su hermano, el CL-415.

Las motivaciones son tan diversas como endiabladas cuando son provocados. Hay empleados descontentos, venganzas personales, simples negligencias o narcotraficantes. Esto último es lo que se ha denunciado en la zona de Cádiz, donde se cree que prendieron fuego al monte porque las fuerzas del orden desvían la atención sobre sus actividades cuando hay incendios. Cuando el monte arde, las planeadoras vuelan. Pero no son los únicos que vuelan cuando esto ocurre.

Son muchos los que ayudan a sofocar cada incendio: desde bomberos profesionales y voluntarios, hasta vecinos caldero en mano; desde el que pone el agua de su piscina para que la capten los helicópteros antiincendios, hasta el propietario del «Burguer Los Molinos» de Villablino, León, que hizo decenas de bocadillos gratis para los que peleaban cara a cara contra el fuego. Toda ayuda es poca cuando ocurre algo como lo que se está viviendo este 2025. Pero los que brillan con luz propia son los medios aéreos.

Los helicópteros realizan una labor impagable con espectaculares demostraciones de habilidad de sus pilotos, o los pequeños aeroplanos de fumigación llegan a bajar a altitudes a las que se podría subir con una escalera de mano. Sin embargo, son los Canadair rojos y amarillos los aparatos que más llaman la atención.

Cuando alzamos la mirada y vemos la silueta amarilla y roja de los aviones del 43 Grupo del Ejército del Aire, nos damos de cara con sentimientos encontrados. Por un lado, es una mala señal, su visión no presagia nada bueno. Por otra parte, es agradecimiento y un alivio saber que están ahí, siempre preparados. Son «los Corsarios», que es como los llaman en el argot aeronáutico, que pilotan «los botijos», el sobrenombre de sus aeronaves.

Fundado en 1971, el 43 Grupo ha volado más de 185.000 horas, de las cuales alrededor de la mitad han sido en misiones reales de extinción de incendios. Su lema, «Apaga y vámonos», es toda una declaración de intenciones y compromiso. No solo han protegido los bosques de la península y Baleares, también ha intervenido en Portugal, Francia, Grecia, Marruecos o Israel. Con sus acertadas actuaciones, se han convertido en una referencia internacional, y son reconocidos como uno de los servicios de extinción más eficaces de toda Europa.

Desde su base en Torrejón de Ardoz, operan dos tipos de aeronave: el Canadair CL-215T y el más moderno CL-415. Las dos son aeronaves de diseño canadiense, de tamaño casi calcado, y optimizadas para la extinción de incendios. Su origen técnico es el CL-215 de motor a pistón, remotorizado con turbohélices Pratt & Whitney PW123AF, lo que mejora su fiabilidad, potencia y maniobrabilidad. Con una longitud de 20 metros, una envergadura de 30 y una altura de 10, son aeronaves robustas, capaces de operar en condiciones extremas.

La mayor diferencia entre el CL-215T y el CL-415 reside en la digitalización de la cabina del segundo. El denominado glass cockpit, con sistemas de control basados en pantallas, facilita la gestión de datos y navegación, en especial cuando hay condiciones adversas de visibilidad. Si de los primeros el Ejército del Aire opera una decena de aparatos, del más avanzado, cuenta con cuatro.

Cada CL-215T puede cargar hasta 6.000 litros de agua en tan solo 12 segundos durante una maniobra de amerizaje en embalses, lagos o incluso mar abierto. La maniobra de carga, realizada a unos 160 km/h, exige una enorme precisión por parte de los pilotos, que deben sortear olas, cables de alta tensión, condiciones de viento cambiantes, y a veces, hasta embarcaciones. Con un peso máximo en el momento del despegue de 26.200 kilos y una autonomía operativa de cuatro horas y media, el avión puede completar decenas de ciclos de carga y descarga en una sola jornada.

El CL-415 puede transportar hasta 6.140 litros de agua —un poco más que el 215— y cuenta con un sistema de descarga de cuatro compuertas, frente a las dos del modelo anterior. Dichas compuertas pueden abrirse en secuencia o de manera sincronizada todas a la vez. Esta característica concede un mayor control del volumen y dirección del lanzamiento, lo que permite a las tripulaciones una mejor adaptación a la topografía y extensión del fuego.

Las tripulaciones, mejores aún que sus aviones

Más allá del rendimiento de las aeronaves, el éxito del 43 Grupo radica en el entrenamiento y la preparación de sus tripulaciones. Más de 160 personas integran esta unidad: pilotos, mecánicos, técnicos y personal de apoyo que, durante todo el año, se entrenan para misiones donde el margen de error es prácticamente inexistente. Desde hace más de 20 años no se ha registrado ningún accidente mortal, lo que refleja el alto nivel de profesionalidad y seguridad operativa.

Cada vuelo comienza con una revisión técnica previa del aparato y la recepción de las coordenadas del incendio. La tripulación, compuesta por dos pilotos y un mecánico de vuelo, despega en menos de 30 minutos desde que suena la alarma. Ya en el aire, el proceso se repite una y otra vez: identificación de punto de carga, amerizaje, llenado de depósitos, ascenso, aproximación al incendio y descarga sobre las llamas.

El momento de la liberación del agua es el más delicado. La masa de seis toneladas de agua descargada a 220 km/h impacta contra el terreno con una violencia controlada, orientada a romper el avance del fuego. El avión pierde un tercio de su peso de golpe, lo que exige maniobras suaves y calculadas para mantener la estabilidad en vuelo. La precisión es clave, debido a que el agua golpea la superficie como si se arrojase sobre ella un cargamento de piedras. Es importante evitar hacerlo sobre cuadrillas que están trabajando en tierra.

La mejor opción

Frente a helicópteros cisterna o aviones cisterna convencionales, los aviones anfibios presentan una serie de ventajas. En primer lugar, su capacidad de repostaje en masas de agua permite ciclos de intervención más cortos, sin necesidad de retornar a bases terrestres. Esto incrementa exponencialmente su efectividad en incendios de gran extensión.

En segundo lugar, su diseño estructural, heredado del entorno canadiense, les permite operar en terrenos escarpados, zonas boscosas o mar abierto sin perder capacidad de maniobra ni poner en riesgo a la tripulación. Además, su velocidad, autonomía y carga útil permiten cubrir grandes áreas y responder a múltiples focos en un solo operativo.

Consciente de los retos crecientes que plantea el cambio climático y la virulencia de los incendios, España ha impulsado un plan de modernización de su flota de aparatos destinados a estas tareas. A mediados de 2024, el Ministerio de Defensa y el MITECO firmaron un acuerdo para la adquisición de siete unidades del nuevo DHC-515, fabricado por De Havilland Canadá.

Este avión, sucesor directo del CL-415, incorpora mejoras notables: motores más eficientes, mayor capacidad de carga —hasta 7.000 litros— y un sistema más avanzado de gestión de incendios. El programa de adquisición, con un presupuesto de 375 millones de euros y una financiación parcial europea, prevé las primeras entregas en 2027. Además, incluye la modernización de los actuales CL-215T y CL-415 con idea de asegurar su operatividad durante al menos otra década.

Despliegues por todo el país

Durante la campaña de verano (del 1 de junio al 31 de octubre), el 43 Grupo mantiene despliegues en Santiago, Zaragoza, Albacete, Málaga, Palma de Mallorca, Salamanca y Talavera la Real. Esta estructura descentralizada permite una respuesta ágil en todo el territorio. En invierno, se mantienen dos aviones en alerta permanente en Torrejón, preparados para actuar ante emergencias puntuales.

La eficacia, rapidez y adaptabilidad de los modestos Canadair a escenarios complejos los sitúan entre los mejores sistemas de extinción aérea del mundo. Muchas voces se alzan cuando ven las impactantes imágenes de otras aeronaves, incluso jets de pasajeros reacondicionados para carga, arrojando agua con retardante rojo sobre el fuego. Su espectacularidad oculta una materia clave: los procedimientos de carga.

Un ejemplo es el Airbus A400, una aeronave extraordinaria a la que se le puede adaptar un kit antiincendios. El problema es que requiere de amplias pistas que no siempre están cerca del fuego, y una infraestructura específica para repostar agua, en la que las cubas no ayudarían mucho y requeriría de sistemas fijos. Por cada uno de estos viajes, un «botijo» daría unos cuantos más, con una cadencia de descargas muy superior, a pesar de ser aparatos más pequeños y menos llamativos.

En un contexto donde los incendios son cada vez más destructivos y frecuentes, el papel del 43 Grupo se consolida como una capacidad estratégica que requiere de atenciones y cuidados. El ejemplo de preparación, eficacia y compromiso de este cuerpo militar se ha ganado el aprecio y la admiración de todos. Por desgracia, se torna no en necesario, sino en imprescindible, y atenderlo con medios y dotaciones es y será clave si no queremos seguir viendo arder el entorno que nos rodea.

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