Los pilotos de drones más letales no salen de academias militares sino de la Playstation
Ucrania ha demostrado que no hace falta un laboratorio aeroespacial para cambiar la guerra

Una piloto de drones ucraniana hace uso de un controlador similar a los mandos de las consolas de videojuegos. | Marco Cordone (Zuma Press)
Matan más y mejor. La frase es aplicable sin paliativos. Si los drones nacieron en la guerra de Kosovo, en la de Ucrania han traspasado su adolescencia. Son justamente los postadolescentes los que han dado una nueva vida al arma de moda. Y su eficacia no sale de sesudos cursos de guerra militar, sino de la consola que sus padres les regalaron por Navidad. Son los guerreros de la Play.
La historia común podría comenzar así: en un hangar improvisado al este de Ucrania, un joven se coloca unas gafas de realidad virtual, ajusta los controles y lanza al aire un zumbido letal. No hay joystick militarizado, y nunca ha pisado una academia para oficiales; solo hay un mando de videojuego y una consola portátil conectada a Internet. Tiene poco más de veinte años y, hasta hace poco, era un obseso de los simuladores de vuelo. Hoy es uno de los operadores de drones FPV más efectivos del ejército ucraniano. Y es un patrón común.
Según han confirmado varios mandos de las fuerzas armadas de Ucrania y Estados Unidos, los soldados que juegan a videojuegos de manera habitual están demostrando ser los mejores pilotos de drones. Así lo expresó el capitán Ronan Sefton, oficial de inteligencia del Ejército de EE. UU., durante un ejercicio reciente en el sur de Alemania, tal y como recoge Business Insider.
El oficial identificó una relación directa entre las habilidades desarrolladas frente a una pantalla y el control preciso de un vehículo aéreo no tripulado. El militar afirmó que «los mejores pilotos son esos soldados que, cuando terminan su turno los viernes, se van a jugar a videojuegos». La conclusión es sencilla: los ejércitos ya no buscan únicamente triatletas, tiradores de precisión o expertos en mecánica. También necesitan jugadores. No es por afición, sino por mera eficacia, y la clave reside en la transferencia de habilidades.
Los videojuegos exigen coordinación ojo-mano, una toma de decisiones rápida, el reconocimiento de patrones y la familiaridad con interfaces digitales. Todo esto resulta aplicable, sin necesidad de adaptación profunda, al pilotaje de drones. Estas habilidades tienen una especial incidencia en el uso de los modelos FPV –siglas de first person view, utilizadas para denominar a los drones de visión en primera persona–, donde los operadores controlan el dispositivo con un visor que proyecta la imagen captada por la cámara frontal del dron.
Este tipo de vehículos ha transformado el combate en Ucrania. Son baratos, ágiles, difíciles de detectar, y cuando se equipan con cargas explosivas se convierten en municiones merodeadoras o drones suicidas. El bajo coste, que ronda los 500 euros, permite desplegar miles de unidades en cortos periodos de tiempo. La tasa de pérdidas también es altísima: se estima que Ucrania pierde alrededor de 10.000 drones al mes, según datos del Royal United Services Institute.
En este contexto, el perfil del operador se ha desplazado desde el especialista técnico hacia el piloto hábil, veloz y con capacidad para improvisar. Los jugadores, también llamados gamers en la jerga de los videojuegos, encajan con precisión en ese patrón. Acostumbrados a reaccionar en décimas de segundo, evaluar mapas dinámicos y mantener la concentración bajo presión, son los candidatos perfectos para este nuevo tipo de combate.
La evidencia no es solo anecdótica. Ucrania ha iniciado campañas activas para atraer jugadores de videojuegos a sus unidades de drones. Algunos de los mejores pilotos del país atribuyen su rendimiento al tiempo pasado frente a una pantalla. Olexandr, un operador de drones ucraniano entrevistado por The Guardian, reconoció que su experiencia como ingeniero de software y jugador asiduo le ha dado ventaja. «Es como jugar a un videojuego», declaró. La diferencia es que ahora las consecuencias de fallar no son una pantalla de reinicio, sino la pérdida de un dron, de una posición… o de vidas.
El juego más popular entre los soldados ucranianos, Death From Above (La muerte desde arriba), pone al jugador en el rol de un operador de drones FPV, con misiones similares a las reales: sobrevolar posiciones enemigas y soltar cargas explosivas sobre vehículos o trincheras. Se usa como entrenamiento informal, casi una simulación gamificada, que permite practicar sin arriesgar equipos ni personal.
La revolucionaria Unidad Typhoon
La unidad especial Typhoon, adscrita a la Guardia Nacional de Ucrania, representa el siguiente paso lógico en esta evolución. Formada en junio de 2024, Typhoon combina ingenieros, técnicos y operadores, muchos de ellos reclutados entre perfiles no convencionales. Su comandante no oculta su criterio de selección: «Los jugadores son excelentes pilotos de drones porque están acostumbrados a situaciones de movimiento rápido en la pantalla, igual que en las operaciones reales».
Typhoon ha demostrado su eficacia en múltiples frentes. Ha liderado ataques con drones FPV contra tanques rusos valorados en varios millones de euros, neutralizándolos con dispositivos que cuestan miles de veces menos. Su impacto ha consolidado su papel como núcleo de innovación táctica en la guerra con drones.
La unidad también ha adaptado su formación para incluir simuladores avanzados, entrenamiento en modificación de hardware y prácticas reales en entornos controlados. De esta forma, los pilotos aprenden a operar en zonas boscosas, enfrentar interferencias electrónicas y coordinar ataques en tiempo real con otras unidades.
El paralelismo entre el videojuego y la guerra tiene límites. A pesar de las similitudes, el combate real implica una carga emocional y física que ningún juego puede replicar. Por otro lado, las consecuencias no tienen marcha atrás. Cada error puede costar un aparato valioso o delatar la ubicación del operador, que se convierte en objetivo inmediato de artillería, francotiradores o drones enemigos.
La guerra con drones también ha introducido nuevas amenazas. Rusia ha mejorado sus capacidades de guerra electrónica, afectando los sistemas de navegación GPS y las comunicaciones por radio. Esto obliga a los operadores a cambiar frecuencias, adaptar rutas y, en ocasiones, confiar en líneas de visión directa. También se han empezado a utilizar drones con enlace por fibra óptica, imposibles de interferir por medios convencionales, aunque más difíciles de operar.
El Pentágono toma nota
Tras la experiencia ucraniana, ejércitos de todo el mundo están aprendiendo lecciones, y el primero en mover ficha ha sido el mejor dotado de todos: el estadounidense. El Pentágono ha lanzado un ambicioso programa para equipar a cada división con mil drones en los próximos dos años. Esta transformación —que costará unos 33.500 millones de euros— busca dotar al combatiente individual con capacidades letales, ágiles y adaptables.
Ucrania ha mostrado al mundo que no hace falta un laboratorio aeroespacial para cambiar la guerra. Hace falta ingenio, voluntad y, en ocasiones, un pasado como videojugador. Con formación específica y acceso a la tecnología adecuada, jóvenes que hasta hace poco jugaban a War Thunder o Battlefield se han convertido en piezas clave del esfuerzo bélico.
La guerra ha cambiado. Y quienes mejor entienden esta nueva realidad no siempre tienen rango, ni medallas, ni experiencia en trincheras. A veces solo tienen un mando, unos reflejos afinados y la mirada entrenada tras miles de horas de juego. La tecnología los ha traído al frente. La realidad, sin embargo, no permite reinicios.