El arma que más asusta a los países en conflicto no son los drones sino los camiones de reparto
La militarización del espacio civil convierte cada camión en un posible vector de ataque

Un sistema móvil de defensa aérea Gravehawk, diseñado por Reino Unido para ser camuflado en el interior de un contenedor de transporte. | Zuma Press
Su nombre era Epeo. Aunque la idea fue de Ulises, según La Eneida de Virgilio, fue este artesano griego quien construyó el caballo de Troya. Lo que ninguno de los dos sabía era que, en el futuro, fuerzas militares de otras latitudes no meterían solo soldados dentro de caballos de Troya modernos, sino drones y misiles. Hoy, esos equinos tienen forma de inocentes camiones de reparto y aterran a las fuerzas de defensa de muchos países.
En el teatro de la guerra contemporánea, la línea que separa lo civil de lo militar se vuelve cada vez más borrosa. Una de las manifestaciones más inquietantes de esta evolución es el uso deliberado de vehículos civiles para ocultar armamento, una estrategia que evoca la astucia del guerrero griego, convertida hoy en una efectiva táctica de proyección militar encubierta.
Desde drones alojados en camiones que simulan servicios logísticos hasta misiles ocultos en lo que parecen transportes comerciales, el camuflaje civil se ha convertido en una herramienta estratégica de primer orden. En los últimos años, fuerzas estatales y agencias de inteligencia han utilizado vehículos civiles para ocultar sistemas de armas, lo que destaca su valor táctico, el impacto operativo y las consecuencias geopolíticas que conlleva esta vaporosa forma de guerra.
El ejemplo reciente más espectacular fue protagonizado por los servicios secretos ucranianos el pasado 1 de junio. Durante la llamada Operación Telaraña, drones ocultos en camiones civiles asestaron un tremendo golpe a la aviación rusa en su propio territorio. Tráilers conducidos por chóferes rusoparlantes –algunos incluso ciudadanos rusos– y adscritos a una empresa logística ficticia transportaron lo que parecían inocentes casetas de madera desmontables. En su interior, escondidos ante cualquier revisión superficial, aguardaban 117 drones kamikaze tipo FPV (de visión directa para sus pilotos remotos).
Cuando los vehículos alcanzaron las inmediaciones de cinco bases aéreas rusas clave –Belaya, Dyagilevo, Ivánovo, Olenya y Ukrainka–, recibieron una señal remota por 5G a través de compañías locales. Alguien pulsó un botón, los techos de las casetas se abrieron y los drones salieron disparados hacia sus blancos con cargas explosivas. Los objetivos eran claros: la flota de bombarderos estratégicos de largo alcance, como los Tu-95 y Tu-22M3.
El resultado fue devastador. Imágenes de satélite confirmaron al menos trece aeronaves afectadas, aunque fuentes ucranianas elevan la cifra hasta cuarenta y una. Estimaciones de analistas occidentales hablan de al menos un tercio de la flota estratégica rusa destruida. Más allá del daño material, el golpe afectó a la percepción de invulnerabilidad del aparato militar ruso y obligó al Kremlin a iniciar la construcción urgente de cubiertas reforzadas para proteger sus bombarderos.
El jefe del SBU, Vasyl Malyuk, afirmó que la operación se inspiró directamente en los métodos de camuflaje y transporte de los cárteles de la droga internacionales, con el uso de estructuras desmontables, manipulación de intermediarios inocentes y sobornos en controles logísticos. Este cruce entre crimen organizado y guerra moderna confirma una tendencia: las técnicas del inframundo han migrado al campo de batalla.
El mayor experto en esta tendencia es, de largo, el Mossad israelí. El 27 de noviembre de 2020, en la ciudad iraní de Absard, el considerado arquitecto del programa nuclear militar iraní, Mohsen Fakhrizadeh, fue asesinado en un ataque que rompió moldes. Para la operación se empleó una ametralladora controlada de manera remota y camuflada dentro de una pickup Nissan estacionada en un arcén. El arma fue controlada en tiempo real, sin presencia física de operativos en el lugar, gracias a un enlace vía satélite. Tras cumplir su misión, el vehículo se autodestruyó mediante cargas explosivas.
El pasado mes de junio, el Mossad llevó a cabo la Operación Narnia, una ofensiva encubierta que resultó en la muerte simultánea de nueve científicos nucleares iraníes en sus propios domicilios de Teherán. Los detalles sobre el tipo de armamento empleado siguen siendo reservados o contradictorios, pero quedó evidenciado que entró en el país de forma oculta. Todo apunta a drones de pequeño tamaño que despegaron desde camiones, furgonetas o todoterrenos de aspecto civil. Estas plataformas móviles permitieron al Mossad infiltrar capacidades ofensivas en territorio iraní y desactivar defensas aéreas desde el interior sin levantar sospechas.
También en Taiwan
El último ejemplo conocido es el de los misiles Hellfire de Taiwán. Ante la amenaza de una invasión anfibia por parte de China, la isla ha comenzado a adaptar su doctrina militar con soluciones móviles, discretas y muy letales. Presentado por el Ministerio de Defensa Nacional en fechas recientes, el sistema convierte vehículos de carga convencionales en plataformas de ataque móvil.
El diseño es simple pero efectivo: un lanzador doble de misiles AGM-114 Hellfire se oculta tras paneles laterales enrollables en el cuerpo de un inocente camión de tamaño medio. En el techo, una compuerta permite desplegar un mástil de sensores que incluye un radar y una torreta electroóptica. El conjunto puede operar misiles Hellfire con guía láser o radar, lo que permite atacar tanto objetivos terrestres como navales, e incluso embarcaciones de desembarco.
La ventaja principal de este sistema es su capacidad para operar de forma encubierta, camuflado entre la infraestructura civil, y ejecutar ataques desde posiciones inesperadas. En un escenario de guerra asimétrica, donde la supervivencia de helicópteros de ataque es incierta por la fuerte defensa antiaérea china, la posibilidad de lanzar misiles desde tierra se convierte en una necesidad operativa.
Ruido silencioso
Sin embargo, el caso más espinoso es el del lanzador Typhon estadounidense. La clave de los temores desatados no es tanto su capacidad bélica, sino dónde están ya, y se sabe: Filipinas. Estados Unidos ha apostado por esta táctica –ocultar su armamento a simple vista– en la región del Indo-Pacífico, y es algo que inquieta a las fuerzas chinas. Por fuera, el sistema no es más que un camión convencional, comparable a un vehículo logístico comercial; sin embargo, su carga real son misiles de crucero Tomahawk con un alcance superior a 1.000 kilómetros.
Estos primeros despliegues –conocidos– de los Typhon se han realizado dentro del alcance directo de infraestructuras clave del Ejército Popular de Liberación chino. Esta capacidad de ocultar sistemas ofensivos dentro de vehículos indistinguibles del tráfico ordinario ha desatado fuertes protestas por parte de Pekín, que acusa a Washington de querer desestabilizar la región. La aparente normalidad del sistema –que puede circular por una autopista sin levantar sospechas– aumenta su valor como herramienta de disuasión: su capacidad de disparar y reposicionarse en minutos lo convierte en un recurso difícil de neutralizar mediante ataques preventivos.
Este uso de vehículos civiles como plataformas de ataque remoto representa una fusión de ingeniería, inteligencia y letalidad. Su aplicación a la hora de ocultar armamento plantea desafíos profundos tanto a nivel táctico como legal. En el plano operativo, representa una ventaja decisiva: permite burlar los sistemas de vigilancia convencionales, infiltrar armamento en profundidad y ejecutar ataques sorpresa desde ubicaciones inesperadas.
Dudas legales
En el plano legal, sin embargo, tensiona los principios del derecho internacional humanitario, que prohíbe el uso de camuflaje para confundir de forma deliberada a las partes sobre la naturaleza militar de un objetivo. La recurrencia de estos métodos es cada vez más habitual y sugiere que no se trata de una anomalía, sino de una tendencia consolidada.
La militarización del espacio civil convierte cada camión en un posible vector de ataque. En lo sucesivo, cada vez que se vea un camión de Amazon, Coca-Cola o Seur en una zona en conflicto, potenciales caballos de Troya modernos, se convertirá en sospechoso de manera automática. El Epeo actual no usa patas, sino ruedas.