Así es como el ejército americano revienta las narcolanchas que salen de Venezuela
Los cárteles jamás se habían enfrentado a un enemigo tan implacable

Ataque en aguas internacionales contra una 'narcolancha' que supuestamente transportaba droga hacia territorio norteamericano. | Europa Press
Les resulta pavoroso. Se esperaban cualquier cosa menos enfrentarse a un enemigo semejante. Acostumbrados a lidiar con los limitados medios de servicios policiales, aduaneros y guardacostas, en ocasiones tienen mejores presupuestos que los que los vigilan, y les resulta fácil eludirlos. Pero nunca contaron con que su nuevo enemigo sería el peor de todos: la Marina de los Estados Unidos.
El pasado 2 de septiembre, y amparada en la oscuridad de la noche, una narcolancha partió de la costa venezolana hacia el norte. Sus 11 tripulantes iban acompañados de cientos de kilos de droga con presumible destino en las costas estadounidenses, el mercado más grande del mundo. Ninguno de ellos sabía que no verían la luz del día. Tampoco que serían remitidos al otro mundo por un arma militar implacable, algo completamente nuevo para ellos: un misil AGM-114, el ya legendario Hellfire, el fuego del infierno.
Desde entonces, y, que se sepa, al menos otras tres lanchas han corrido la misma suerte: desintegradas en pleno mar Caribe, su carga perdida, los restos del bote enviados a las profundidades, y todos sus tripulantes muertos ante la potencia del explosivo PBX que alberga su cabeza explosiva. Los narcotraficantes se han enfrentado a armas de pequeño o mediano calibre, choques contra otros barcos, el ataque de clanes enemigos, pero nunca a armamento de guerra diseñado para reventar tanques.
Sencillamente, lo que han hecho los marines ha sido aplicar la musculatura tecnológica militar para la lucha contra un enemigo muy inferior. En el momento en que un cartel de la droga es tildado de grupo terrorista, el ejército de los Estados Unidos tiene prácticamente carta blanca para luchar contra ellos. Basta una orden política para entrar en acción, y todo el rodillo diseñado para borrar del mapa a su enemigo cae sobre ellos.
Pero no solo es un proceso contundente desde el punto de vista cinético, sino que se trata de una operación mucho más compleja. Cada movimiento combina una fusión de fuentes de inteligencia, vigilancia persistente por aeronaves no tripuladas, el despliegue de helicópteros embarcados, aparatos de vigilancia de ala fija con capacidad de capturar señales electrónicas y empleo de misiles de precisión.
De momento, los objetivos declarados han sido lanchas rápidas tipo «go-fast» que cruzan desde la costa venezolana hacia aguas internacionales. Si para disparar, antes hay que apuntar, para darles caza la US Navy utiliza sensores multiespectro, enlaces de datos de alta velocidad, mecanismos de intercepción de grado militar y análisis de las vulnerabilidades de las embarcaciones objetivo.
Cada operación gira en torno a tres fuentes de inteligencia: imágenes de satélite, interceptación de señales y la aportación de informantes en tierra. Las imágenes sirven para establecer trayectorias y patrones de tránsito sobre áreas extensas; las intercepciones de radio permiten detectar periodos de silencio en las comunicaciones y sincronías operativas; y los aportes humanos completan la identificación de actores y logística. La triple verificación es una pauta común en los procedimientos militares.
Sobre esa base se construye una serie de patrones que permiten prever ventanas de salida y puntos ciegos en las rutas marítimas más habituales. Este mosaico de datos hace posible la creación de una «ventana de decisión» que se ejecuta en cuanto las lanchas cruzan la línea que separa aguas territoriales de aguas internacionales.
La vigilancia persistente suele ser provista por un dron MQ-9 Reaper, una aeronave no tripulada que opera hasta a 15.240 metros de altura y ofrece una presencia constante en la zona con periodos de hasta veinticuatro horas sin repostar. Esas capacidades le dan ventaja para mantener fijación sensorial sobre objetivos marítimos que realizan travesías largas. Sus sensores electroópticos e infrarrojos entregan vídeo en alta definición y telemetría que alimenta a los centros de mando.
Estos datos permiten calcular vectores de velocidad y dirección de las embarcaciones, prever maniobras y estimar la posición futura con un error reducido. Gracias a esa persistencia, la cadena de mando dispone de actualizaciones minuto a minuto hasta el momento de autorizar el empleo del arma, que siempre sigue órdenes de una persona; nunca de manera automatizada.
Buques de la Armada como centros de mando
Los buques anfibios y destructores actúan como centros de mando y plataformas de lanzamiento. Desde sus cubiertas se despliegan helicópteros MH-60 Seahawk, la versión naval del Black Hawk, que agregan flexibilidad táctica en el teatro cercano. La arquitectura en capas combina el alcance y la resistencia del Reaper con la capacidad de reacción inmediata de los helicópteros navales Seahawk. El helicóptero embarcado aporta capacidades que el dron no puede replicar: operación desde cubierta reducida, sensores electroópticos e infrarrojos orientados al entorno cercano, radar de búsqueda marítima y armamento versátil.
Los buques suministran enlaces de comunicaciones seguras de baja latencia, control de espacio aéreo local y soporte logístico para las aeronaves. La sincronía entre sensores embarcados y enlaces de datos es determinante para transferir la fijación del objetivo del Reaper a la plataforma que ejecuta cada ataque.
El misil empleado suele ser el AGM-114 Hellfire, en variante apta para objetivos marítimos, guiado por láser semiactivo o por radar de onda milimétrica según la configuración. La técnica de empleo requiere que la plataforma que mantiene la fijación del blanco entregue actualizaciones hasta el momento del lanzamiento del misil, de forma que el buscador reciba datos que permitan compensar posibles maniobras evasivas.
El misil más lento contra la lancha más rápida
Las lanchas «go-fast» viajan entre 40 y 60 nudos, equivalentes a 74–111 km/h; el Hellfire viaja a velocidades superiores a Mach 1, más de 1.225 km/h. Esa relación de velocidades implica que el tiempo de cierre desde la detección de la amenaza terminal hasta el impacto es corto. Esto reduce en gran medida la capacidad de huida por parte de la embarcación.
El proceso de interceptación incluye la predicción de la posición futura del blanco mediante cálculo vectorial de velocidad y rumbo, envío de actualizaciones de puntería durante la fase de vuelo y corrección terminal mediante el buscador del misil. La corrección terminal resulta crítica cuando el objetivo ejecuta maniobras bruscas; el buscador actúa sobre aletines de control en la cola del misil para ajustar la trayectoria y mantener la fijación sobre la firma objetivo, sea térmica, láser o de radar. En condiciones marinas, la reflexión del sensor y la firma térmica de motores o de los equipamientos en cubierta facilitan la adquisición del buscador.
Desde el punto de vista cinético, la vulnerabilidad de una lancha rápida es muy elevada. Su casco ligero y su mínima protección buscan optimizar velocidad y capacidad de carga, no la supervivencia de un ataque aéreo. La detonación produce fragmentación y sobrepresión que causan daño letal a los ocupantes. Cuando un Hellfire encuentra un blanco así, es fácil imaginar lo que queda tras la explosión: nada.
Un mecanismo infalible
Desde un punto de vista técnico, las piezas críticas que posibilitan uno de estos ataques son tres: calidad de la inteligencia previa, robustez de los enlaces de datos que permiten mantener fijación hasta el lanzamiento y la letalidad del armamento. La fusión de satélites, señales interceptadas e inteligencia humana genera un nivel de confianza operativa difícil de igualar. Por otro lado, y desde una visión legal, todo ese entramado exige trazabilidad documental a la que aplicar las reglas de enfrentamiento.
En aguas internacionales, la legitimidad de una acción letal depende no solo de la eficacia técnica, sino de la documentación que vincule la evidencia con la decisión de atacar. Si esta es la visión técnica, la efectiva es que los cárteles jamás se han enfrentado a semejante enemigo. Contra él, muy poco pueden hacer, al menos si quieren transportar su droga como lo han hecho los últimos años. Buscarán otras vías, suelen ser muy imaginativos, y todo empezará de nuevo.