El Pentágono tiene plantado frente a Venezuela el barco más raro de todo su arsenal
El Ocean Trader es capaz de habilitar operaciones militares sin apenas dejar rastro

Imagen de una operación del Ejército de EEUU por mar.
Engaña. Tiene la pinta de un inocente buque de carga, carece de banderas identificativas, y no emite señales de posicionamiento. Sin embargo, es una base militar que se desplaza. Es tan secreto que ni siquiera está en los registros de su Departamento de Defensa. Se llama Ocean Trader y es tan misterioso que nadie tiene claro para qué sirve exactamente, solo una idea aproximada.
Clasificado en los registros como un simple carguero de 11.000 toneladas, se presenta como una anomalía flotante: su transpondedor AIS se apagó para siempre en 2017 y navega sin nombre en el casco. Durante años, este navío ha estado ausente de los registros civiles y militares habituales, lo que ha alimentado su leyenda como un «barco fantasma».
Aunque fue construido en 2011 en Dinamarca como un carguero de acceso rodante para vehículos, su transformación en 2013 —valorada en unos 70 millones de euros— lo convirtió en una pieza clave para operaciones encubiertas. En la práctica, funciona como una base secreta del Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos.
La última vez que se avistó fue en mayo, cerca de Baréin. Por eso, su ubicación reciente, cerca de islas como San Cristóbal o Saint Croix, en pleno caribe, así como su cercanía al archipiélago venezolano, confirma su posible participación en una fase avanzada de planificación militar en la región. Su arribo a esta zona, tras su paso por el Golfo Pérsico, revela algo más que un simple cambio de ruta; evidencia un desplazamiento táctico en un entorno que grita volatilidad.

Su aparición cerca de los dominios de Nicolás Maduro ha generado un cúmulo de especulaciones y alertas diplomáticas. Coincide con la presencia creciente de activos navales estadounidenses como el destructor USS Stockdale, o drones destruyendo embarcaciones ligadas a cárteles venezolanos. Si a esto se suma la escalada dialéctica entre la Casa Blanca y Caracas, y la recompensa de 50 millones de dólares por la cabeza de Nicolás Maduro, es fácil entender el avispero en que se está convirtiendo la zona sur del Caribe.
Pese a su aspecto anodino, el Ocean Trader es una infraestructura militar muy sofisticada. Bajo su casco modificado se esconde una capacidad operativa que supera a la de muchos buques de guerra tradicionales. Puede alojar hasta 209 personas, que incluye la presencia de 159 miembros de operaciones especiales, con autonomía de mes y medio sin reabastecimiento. Este periodo puede duplicarse gracias a su capacidad de reaprovisionamiento en el mar, lo que le permite operar de manera sostenida durante tres meses sin contacto exterior.
Dispone de hangares dobles para helicópteros del tamaño de un MH-53E —los de mayor capacidad en las fuerzas especiales—, cubierta de vuelo capaz de recibir aeronaves del Ejército y la Marina, y puntos de repostaje con 568.000 litros de combustible tipo JP-5. Su arsenal incluye montajes para ametralladoras, zonas de lanzamiento para lanchas rápidas de casco rígido y motos acuáticas, además de embarcaciones tipo zodiac para inserciones furtivas en costas.
La infraestructura interna es mucho más interesante. Cuenta con un compartimento para comunicaciones encriptadas en el que pueden operar hasta veinte personas, un centro de información clasificada con blindaje electromagnético para cuarenta, zonas de descanso, un departamento para buceadores, talleres de mantenimiento, almacenes de armas y un quirófano capaz de atender hasta a diez heridos de combate de manera simultánea. Todo ello compactado en una estructura de 193 metros de eslora, y propulsado por un sistema que le permite alcanzar velocidades de hasta 38,9 kilómetros por hora.
Este conjunto de características lo convierte en una base nodriza concebida no solo para el despliegue de fuerzas especiales, sino para su sostenimiento durante operaciones prolongadas. Su fisonomía engañosa le permite pasar desapercibido entre el tráfico marítimo comercial, mientras actúa como plataforma de coordinación, infiltración y, llegado el caso, intervención directa.
Una navaja suiza flotante
La utilidad del Ocean Trader no se limita al espionaje naval o a la vigilancia pasiva. Su verdadero valor reside en su capacidad para habilitar operaciones que apenas dejen rastro. Insertar comandos en territorio hostil, recuperar activos clandestinos, interceptar envíos de drogas o armamento, apoyar al fuego de precisión o coordinar ataques electrónicos son algunas de las funciones potenciales de este buque, que se desconocen, pero se sospechan. Y todo ello sin necesidad de levantar una sola bandera, sin emitir señales reconocibles, y sin ofrecer una silueta bélica que delate su presencia.
Washington parece apostar por una estrategia dual en el Caribe. Por un lado, exhibe su fuerza mediante destructores, submarinos y cazas de quinta generación. Por el otro, recurre a instrumentos como el Ocean Trader para realizar movimientos invisibles, imposibles de anticipar o atribuir. Esta forma de proyección de poder, menos ruidosa pero no menos efectiva, permite alterar equilibrios regionales sin recurrir a declaraciones de guerra ni a despliegues convencionales.
Agitación geopolítica
Tampoco el momento de su reaparición es casual. La presión sobre el régimen de Nicolás Maduro no deja de aumentar, y se barajan escenarios que incluyen desde redadas quirúrgicas contra infraestructuras del narcotráfico hasta la captura de figuras clave del entorno presidencial. En ese sentido, el Ocean Trader podría ser no solo una plataforma logística, sino también el refugio flotante desde el que se lance una operación destinada a desestabilizar el poder chavista.
Mientras en tierra las cámaras enfocan los discursos de los dirigentes venezolanos, en alta mar se ejecutan movimientos que no están destinados al escrutinio público. El Ocean Trader no es una provocación, sino una advertencia. Y quienes lo entienden, saben que no hay vuelta atrás cuando este tipo de activo entra en escena, que ya no queda espacio para el engaño.