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Así fue el extraño incidente en el submarino ruso frente a las costas de Cádiz

Una fuga de gasoil tiene al sumergible Novorossiysk en riesgo en pleno patio trasero de la OTAN

Así fue el extraño incidente en el submarino ruso frente a las costas de Cádiz

El submarino ruso Novorossiysk a su llegada a Argel. | RRSS

Rusia tiene una larga tradición de incidentes con sus submarinos. Tanto es así, que las películas sobre ellos pueblan los archivos de IMDB, la base de datos sobre cine mejor documentada. Pero del incidente del Novorossiysk del pasado 27 de septiembre frente a las costas de Cádiz, la película está en pleno rodaje.

A pesar de estar bordeando el flanco sur de la OTAN, en esta ocasión, para detectar al Novorossiysk no hizo falta un sonar: emergió de las profundidades del Mediterráneo en el que acababa de ingresar con una grave avería. Según indican varios canales rusos de Telegram, su sistema de combustible falló de forma crítica y acabó filtrando gasoil en el compartimento de carga. Ese detalle técnico, de aparente sencillez y fácil arreglo, es en realidad el desencadenante de una posible catástrofe de alto riesgo.

A bordo no hay piezas para una reparación ni especialistas suficientes como para atajar el problema con una intervención adecuada. La tripulación, según fuentes rusas recogidas por medios como TVP World, solo ha podido sellar la bodega contaminada con la esperanza de que el combustible no se cruce con una chispa que podría generar una deflagración.

La naturaleza del diésel ofrece un respiro parcial. Su punto de inflamación, situado alrededor de los 60 °C, hace improbable que prenda sin una fuente activa, pero ese consuelo es relativo. En un submarino, cada circuito eléctrico, cada chispa estática o un posible cortocircuito representa una amenaza latente. Si el diésel arde, lo hará con una violencia lenta pero difícil de extinguir. Los fuegos protagonizados por el gasoil son de combustión densa, muy difíciles de controlar incluso en tierra firme. En las profundidades de una nave que se cierra de forma hermética, podrían dañar el compartimento afectado hasta que este quede inundado o destruido.

A esa amenaza térmica se añade otra más temible: la toxicidad de los vapores. Los informes filtrados citan síntomas ya visibles entre la tripulación: mareos, fatiga, confusión. La inhalación prolongada de vapores de diésel puede causar desvanecimientos, problemas neurológicos y fallos respiratorios. En un espacio confinado y sin una ventilación autónoma adecuada, los riesgos aumentan con cada minuto que pasa. La información por parte de Moscú es inexistente, aunque todo indica que los marinos rusos del Novorossiysk ya conocen ese veneno invisible.

Las opciones son pocas. Lo correcto sería extraer el combustible filtrado con bombas específicas y revisar la estanqueidad del sistema original. Pero se sabe que no se dispone de ese equipo a bordo. Queda la posibilidad de expulsar el diésel contaminante al mar como última defensa contra una explosión. Eso salvaría a los marinos, pero inutilizaría el submarino; lo de que violaría todas las normativas ambientales del Mediterráneo quedaría en mera anécdota.

El B-261 Novorossiysk es reconocido como el submarino que encabeza la clase Proyecto 636.3. Su diseño avanzado cuenta con seis tubos lanzatorpedos de 533 mm montados en la proa, que pueden remitir a sus blancos los 18 proyectiles de este tipo que puede albergar en su interior. Desplaza en superficie unas 2.350 toneladas y su profundidad operativa máxima es de 240 metros.

En los registros conocidos, el buque ha participado en múltiples operaciones militares, incluidas misiones de denegación del espacio marítimo y operaciones de ataque. Se destacó por el lanzamiento de misiles Kalibr en apoyo a las actividades militares rusas en Siria. Diversos analistas creen que el incidente podría deberse a los efectos de las sanciones internacionales que sufre Rusia. Estas dificultan el acceso a componentes fabricados en Occidente, lo que ha obligado a la Armada rusa a depender de sustitutos nacionales y alternativas chinas, de inferior calidad.

Espectáculo fallido

Vladímir Putin, que ha hecho de la marina una herramienta de exhibición, se encuentra ante una humillación técnica que recuerda a otros incidentes parecidos. El nombre del Kursk, aquel submarino nuclear hundido en 2000, regresa con fuerza a la memoria colectiva. También entonces la respuesta del Kremlin fue encapsular el problema, rechazar ayuda externa y sacrificar a la tripulación por mantener intacta la narrativa del orgullo nacional. La historia amenaza con repetirse, aunque el Novorossiysk no lleve armas nucleares ni ofrezca el mismo simbolismo que el Kursk. La credibilidad de su armada se resquebraja, aunque no por falta de voluntad, sino por falta de mantenimiento. La avería, lejos de ser un accidente aislado, es parte de una secuencia de fallos que golpea de lleno a su flota.

Hace apenas un año, el submarino nuclear Kazán llegó a Cuba en un estado lamentable, con paneles de insonorización desprendidos y signos de deterioro exterior visibles incluso desde la superficie. En el mar de Azov, una corbeta chocó con un petrolero civil en lo que se intentó disfrazar como ataque enemigo. En todos los casos, la narrativa oficial intenta disimular la causa real: una infraestructura militar envejecida, mal mantenida y sobreexpuesta.

Poca amenaza

El Novorossiysk debía ser una amenaza invisible, y como se descuiden igual acaba siendo un cadáver flotante a la espera de autopsia. Y mientras las miradas se centran en el estrecho de Gibraltar, en Moscú se esquivan las preguntas acerca de cuántos otros submarinos están igual de dañados, o cuántos más navegan sin repuestos. Su flota de submarinos hace aguas. Con sus 74 metros de acero herido, no solo se ha averiado. Ha revelado, sin querer, lo que el Kremlin más teme: que su fuerza, bajo el agua, podría ser solo una ilusión.

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