The Objective
Tecnología

Cinco daños colaterales de ChatGPT, el nuevo «amigo» para todo

Parejas que rompen basándose en el algoritmo, usuarios que se enamoran de la máquina… todo es posible con el chatbot

Cinco daños colaterales de ChatGPT, el nuevo «amigo» para todo

Ilustración con el logo de ChatGPT. | Ahmed Fesal Bayaa (Zuma Press)

Incorporar masivamente una herramienta a la rutina humana implica a veces superponer una capa de cambios psicológicos al zócalo social. Desde la adopción universal del coche deparada por el fordismo hasta la creación del primer individuo biónico con la introducción del teléfono inteligente, cada hito depara no solo algunos de los beneficios anunciados, sino también fenómenos inesperados y no siempre favorables. El caso de ChatGPT, producto estrella de la californiana OpenAI, es digno de estudio. 

Más allá de los flujos de trabajo, donde cientos de miles de personas se apoyan ya en los algoritmos para redactar documentos, resolver dudas y crear imágenes, ChatGPT ha abierto una enorme grieta en el corazón del usuario o, dicho de otra forma, ha permitido a ese ciudadano frustrado, desubicado e incapaz de sostener una mirada interior recurrir a la máquina para sustituir el consejo de un amigo, la terapia de un profesional e incluso el debate franco y constructivo con la pareja. 

Diversos medios apuntan, por ejemplo, en la dirección de la terapia. La generación Z, marcada por el contraste económico con hornadas precedentes, recurre al producto americano para obtener respuestas que no puede pagar, aunque esas respuestas deriven a menudo, paradójicamente, en el consejo estrella: «Deberías acudir a un psicólogo». Se repite aquí una pauta muy instalada entre los más jóvenes, quienes se sienten seguros si interactúan con una IA, pues la IA no juzga. Así lo explicaba Álvaro Martínez Higes, CEO de Luzia, cuando apuntaba al extraordinario éxito que su chatbot made in Spain tiene como confidente. 

Más ilustrativo todavía, ChatGPT emerge poco a poco como el nuevo terapeuta sentimental-matrimonial, hasta el punto de que la gente siente tanta confianza en sus reflexiones (basadas —no se olvide— en las matemáticas) que una decisión tan drástica como la ruptura puede depender de ellas. Se convierte en práctica habitual, de hecho, el copiar y pegar conversaciones enteras de WhatsApp para que la herramienta emita su veredicto. ¿Quién dijo privacidad? 

Otra turbiedad opera en la esfera de las apps de contactos tipo Tinder, donde los ciberdelincuentes pueden dejar en manos del chatbot la creación de diálogos tendentes a un timo en forma de robo de información. También ocurre que personas con escasas habilidades comunicativas se encomiendan a ChatGPT para elaborar diálogos ingeniosos. Llevado al extremo, célebre es el caso del informático ruso Aleksandr Zhadan, quien tuneó el software de OpenAI con la idea de orquestar un supercasting de 5.000 mujeres en busca de su alma gemela. Al final, se casó con una de ellas. 

Por si fuese poco, ese intercambio constante, siempre disponible y afable, ha obligado al propio Altman a aclarar a cierta masa de usuarios que ChatGPT no puede ser el novio o la novia de nadie y que expresiones como «cariño» o «mi amor» son recibidas con más frialdad gracias a una reprogramación donde, al parecer, Silicon Valley sí muestra cierta empatía más allá del dólar. En Japón, un país donde aún puede verse la extrañísima dualidad entre las tradiciones más hermosas y el capitalismo más salvaje, se hizo viral el caso de un hombre que contrajo matrimonio (simbólicamente) con un holograma generado con IA, aunque el final de la historia fuese tan frío como la propia tecnología que propició el romance.  

Terrorífica fue, por último, la trama protagonizada por el estadounidense Adam Raine (16 años), quien planeó durante meses, con la ayuda de ChatGPT, su propio suicidio. Tras el luctuoso suceso, OpenAI se limitó a admitir que debe incluir garantías para desmotivar a los chavales cuando insistan en tomar la dirección incorrecta. Quien siga las intervenciones de Altman, un ser camaleónico que sabe decir a su público lo que quiere escuchar, sabrá también que, al igual que Mark Zuckerberg o Elon Musk, su catadura moral es, cuando menos, dudosa. Aguardar un cortafuegos milagroso en ChatGPT es como confiar en que el Alcorcón gane la Champions. 

Publicidad