Venezuela enseña a manejar drones a sus soldados con un videojuego de cuatro euros
Los simuladores de combate más avanzados son sistemas muy sofisticados y muy lejos de éstos

FPV Kamikaze Drone.
Resulta chocante. El videoclip fue grabado en la sede de la Academia Militar del Ejército Bolivariano, y en él varios cadetes en uniforme de gala ejecutan maniobras de ataque virtual ante las cámaras oficiales. Lo que chirría es que no lo hacen ante complejos sistemas de realidad virtual, sino con las manos pegadas a una máquina de recreativos propia de los años 90.
En la grabación distribuida por las redes sociales, varios cadetes, serios y con gesto solemne, operan máquinas que simulan ser estaciones de combate. Manipulan joysticks, bolas de seguimiento y pantallas planas como en los videojuegos de tipo arcade comunes en establecimientos públicos en la era previa a las videoconsolas.
Sin duda la escena está cuidada: camuflaje digital, disposición en fila y la seriedad propia de un grupo de combate en pleno entrenamiento. Si el mensaje que se quiere transmitir es que Venezuela entrena a sus soldados con tecnología de vanguardia, lo que se percibe es la precariedad y la escasez de brillo al usar juegos sacados de una plataforma accesible con un iPhone.
Según los observadores militares y analistas de diversos medios como Business Insider, la simulación que se muestra en los vídeos difundidos por el régimen guarda un parecido casi absoluto con un videojuego comercial de bajo coste. Por apenas cuatro euros, cualquier ciudadano con conexión a internet puede descargar en su casa el mismo software con el que Caracas instruye a sus operadores de drones. Su nombre es FPV Kamikaze Drone. Ha sido desarrollado por HFM Games y fue lanzado el 15 de diciembre de 2023 en la plataforma Steam.
Este juego permite al participante controlar un dron en primera persona a través de escenarios bélicos. Su misión es la de eliminar objetivos enemigos mediante ataques directos, explosivos o colisiones suicidas. Su propuesta se aleja de los juegos clásicos, centrados en la infantería o vehículos blindados, y apuesta por la simulación de un arma capaz de infiltrarse entre defensas enemigas.
La mecánica del juego reproduce con relativa fidelidad la experiencia de pilotar un dron FPV (visión en primera persona). El jugador debe navegar entre obstáculos, sortear sistemas antiaéreos y manejar cargas explosivas con cierta precisión. En su última versión, incluye cinco mapas y un entorno de entrenamiento. En los foros especializados se dice que sus opciones multijugador están poco desarrolladas, y la exigencia técnica se limita a lo que puede ofrecer un entorno de juego comercial.
A pesar de ello, ha despertado interés en ciertos nichos, con picos de hasta 400 usuarios diarios. Pero sus límites como herramienta de instrucción son evidentes, ya que no se trata de una herramienta militar especializada, ni de un desarrollo propio adaptado al terreno. Se trata de un producto de entretenimiento, diseñado para simular ataques con drones kamikaze en escenarios genéricos, con gráficos rudimentarios y una interfaz pensada para que jóvenes —y cada vez más mayores— pasen un rato jugando con sus teléfonos.
El hecho no solo plantea cuestiones como la imagen de simpleza que proyecta, sino por lo que desvela acerca del estado real de las capacidades militares venezolanas. El simulador no recrea condiciones reales de combate en selvas tropicales, entornos urbanos densos o una geografía montañosa. Reproduce campos abiertos, pueblos genéricos y objetivos estáticos. La física del vuelo está simplificada, y la respuesta de los controles es la propia de un juego, no de un sistema de armas convencional y de uso en combate.
El entrenamiento con este tipo de herramientas puede servir como introducción o entretenimiento, pero muy difícilmente serviría como preparación para un escenario de combate real. Sin embargo, las autoridades del país lo presentan como un avance decisivo. Un alto mando del ejército proclama que sus jóvenes están «listos para destruir al enemigo», mientras la cámara enfoca la pantalla del supuesto simulador, donde un dron avanza en línea recta hacia un objetivo indefenso.
Sistema rudimentario
La escenografía debería transmitir confianza, resolución y dominio tecnológico, pero resulta evidente que lo que transmite es la pobreza del método. La imagen mostrada contrasta con la realidad operativa de un ejército que ha visto mermadas sus capacidades durante años por la falta de mantenimiento, formación y equipamiento.
Los ejércitos modernos, incluso en contextos de bajo presupuesto, invierten en simuladores adaptados, con entornos realistas y condiciones específicas. La guerra con drones, que ha transformado el conflicto en Ucrania, exige conocimientos técnicos precisos, capacidad de adaptación y, sobre todo, una doctrina clara de empleo. Ninguna de esas variables se construye con un juego descargado de internet.
La formación de operadores de drones requiere algo más que familiaridad con un mando a distancia. Les resulta necesario conocer los principios de navegación, lidiar con interferencias, operar sensores, ejecutar maniobras evasivas y coordinarse con unidades sobre el terreno. Implica también volar en condiciones cambiantes, resolver fallos técnicos y actuar con precisión. Todo eso queda fuera del ámbito de un videojuego comercial, por muy envolvente que sea su interfaz. Para obtener resultados serios, solventes y con capacidad de emular una realidad palpable, son necesarias otras herramientas.
Videojuegos contra conflicto real
Que un país entrene a sus soldados con un producto recreativo de bajo coste puede interpretarse como síntoma de ingenio o de decadencia. En el caso venezolano, parece más bien lo segundo. No se trata de rechazar la simulación como herramienta —más bien todo lo contrario— sino de señalar que su eficacia depende del nivel de realismo, exigencia y conexión con la realidad. Lo que en otras fuerzas armadas es una fase preliminar, aquí se presenta como doctrina completa. Lo que en otros ejércitos es entrenamiento básico, en Caracas se celebra como despliegue tecnológico.
En un momento de tensiones regionales, con crecientes fricciones diplomáticas y discursos sobre soberanía, el uso de estos simuladores responde más a una necesidad de escenificación que a una preparación real. El mensaje no va dirigido al adversario potencial, sino al interior del propio régimen, y el mensaje parece ser «estamos listos, estamos preparados, tenemos herramientas». Aunque esas herramientas cuesten cuatro euros y estén disponibles para cualquier usuario doméstico.
Una formación mejorable
La paradoja es que los drones FPV sí han demostrado ser armas eficaces en conflictos recientes. Su bajo coste, versatilidad y capacidad de impacto han cambiado la dinámica de la guerra terrestre. Pero precisamente por eso requieren operadores bien formados, sistemas bien integrados y una doctrina clara. Ninguna de esas condiciones se alcanza con un simulador diseñado para entretener.
La digitalización del combate es un hecho, y la simulación es ya parte esencial de la instrucción militar. Reducir esa instrucción a la descarga de un videojuego barato no es una modernización. El resultado no es una fuerza más preparada, sino una narrativa más pulida. Buen intento, pero queda solo en un par de fotografías sin demasiada utilidad real.
