Kathryn Bigelow, la cineasta que provoca ardores de estómago a la CIA y el Pentágono
La premiada directora agita la conciencia pública ante ficticios fallos en la defensa de su país

Escena de 'Una casa llena de dinamita', la nueva película de Kathryn Bigelow. | Netflix
Se ponen malos. Cada vez que en la CIA o el Pentágono escuchan el nombre de Kathryn Bigelow, sus mandamases se agitan en sus asientos. La multipremiada directora de cine fue bienvenida durante un tiempo en estos estamentos, pero ya no tanto. La razón es sencilla: desde la ficción, les destapa las vergüenzas.
La cineasta norteamericana no busca el escándalo, pero su cine lo provoca. No falla: cada una de sus películas, centradas en el poder militar y los aparatos de inteligencia, ha tensado los cimientos de las instituciones más sensibles del gobierno de su país. Reconocidas con premios y aclamadas por la crítica, sus obras suscitan recelo entre quienes preferirían que ciertos detalles operativos o dilemas éticos no escapasen del ámbito confidencial, ni siquiera como mero entretenimiento imaginario.
Desde la guerra en Irak o hasta la operación para darle pasaporte a Bin Laden, Bigelow ha logrado lo que pocas figuras en Hollywood: molestar a los altos mandos sin perder el respeto del público. Su última jugada se centra en un hipotético fallo en el escudo nuclear norteamericano, una hipotética situación que podría estar relacionada en la realidad con el proyectado escudo antimisiles soñado por Donald Trump. No es la primera ni la segunda vez que Bigelow le pisa el callo a los militares.
Cuando estrenó En tierra hostil en 2008, la crítica alabó su realismo y su tensión dramática. Basada en las vivencias del periodista Mark Boal junto a un equipo de artificieros en Irak, la película evitaba el tono triunfalista y mostraba la guerra como un escenario caótico, riesgoadicto y repleto de fracturas emocionales. Ganó seis Oscars, incluidos los de Mejor Película y Mejor Dirección. Fue la primera ocasión en la historia en la que la Academia entregó el galardón a mejor director a una directora.

El Departamento de Defensa (el Ministerio de Defensa yanqui) cooperó en sus inicios, pero la relación se fue enfriando cuando el guion comenzó a incluir elementos no aprobados. La oficina de enlace con la industria cinematográfica retiró su apoyo al proyecto tras detectar que las premisas del film no coincidían con la imagen que el Departamento deseaba proyectar. Altos mandos, como el director de medios de entretenimiento del Departamento de Defensa, expresaron su rechazo al tono general de la cinta, y algunos cuerpos decidieron no involucrarse.
La película no alcanzó la dimensión polémica de las siguientes, pero estableció el estilo Bigelow: cercanía a la acción real, nada de adornos heroicos, y un retrato incómodo que muestra la fricción entre humanidad y doctrina militar. Ese enfoque ya incomodaba a quienes consideran que la narrativa oficial debe tener un mayor control sobre lo que Hollywood muestra. Sin embargo, fue a más.
En 2012, Kathryn Bigelow volvió a situarse en el ojo del huracán con la excelente La noche más oscura. La película dramatizaba la cacería montada para atrapar —más tarde liquidar— a Osama bin Laden, desde la recopilación de inteligencia hasta su abatimiento por los Navy SEAL en Abbottabad. El guionista, Mark Boal, se benefició de un nivel de acceso inusual a fuentes dentro del Pentágono y la CIA. Los cineastas visitaron instalaciones reservadas, entrevistaron a operativos implicados y mantuvieron reuniones con altos cargos.
Pero lo que desató la verdadera polémica fue su representación de las llamadas «Enhanced Interrogation Techniques», o técnicas de interrogatorio mejoradas. El filme sugiere que la tortura fue una herramienta utilizada para obtener información decisiva, una tesis rechazada por organismos, políticos y amplios sectores de la población. Varios senadores enviaron cartas a la CIA solicitando explicaciones sobre la cooperación prestada a los cineastas, lo que causó cierta inquietud a sus responsables.
La CIA, bajo presión, afirmó en un comunicado que la película contenía licencias dramáticas y no reflejaba la realidad. Por su parte, el Departamento de Defensa abrió una investigación interna para determinar cómo habían conseguido ciertos detalles operativos, en teoría muy bien ocultos. La tensión institucional fue palpable. Bigelow no había traicionado ningún secreto, pero sí desvelado la contradicción entre el discurso público y las prácticas reales.
Vuelve la directora al trigo
En 2025, Bigelow ha vuelto a provocar revuelo con Una casa llena de dinamita, producida por Netflix sin el respaldo del Pentágono. Esta vez no hubo solicitud de cooperación. La directora dejó claro desde el inicio que quería independencia total. La película narra un inventado ataque nuclear contra Estados Unidos, y el relato sigue en paralelo las reacciones de la Casa Blanca, el Pentágono y el Mando Estratégico encargado de neutralizar la amenaza. Pero lo que de verdad perturbó a los expertos fue su mensaje implícito: el sistema de defensa antimisiles estadounidense puede fallar.
La Missile Defense Agency (MDA), la entidad real encargada de vigilar los cielos estadounidenses para estos casos, emitió un comunicado de aclaración/protesta. En él criticaba la representación del fallo en la interceptación y aseguraba que sus ensayos mostraban un cien por cien de eficacia. Sin embargo, expertos como Laura Grego relativizaron esa supuesta perfección y recordaron que en escenarios reales —con múltiples salvas o contramedidas— la tecnología no ofrece garantías absolutas.
Con una narrativa fragmentada y un desenlace que no aporta un final claro, Bigelow obliga al espectador a enfrentarse a una pregunta incómoda: ¿qué sucede si el sistema no funciona? Su intención, según declaró, no era alarmar sino provocar en el mejor sentido político del término.
Cineasta comprometida
Las tres películas de Bigelow comparten una constante: agitar a los mecanismos del poder militar e institucional desde una perspectiva crítica, sin caer en el panfleto. En En tierra hostil muestra la adicción al combate en un entorno sin reglas claras; en La noche más oscura plantea el dilema moral de la tortura bajo la presión de lograr resultados a tiempo; en Una casa llena de dinamita apunta a la falibilidad del sistema más vigilado del planeta. En cada caso, la directora no retrata el heroísmo que tanto gustaría a espías y militares, sino las fisuras de un sistema discutible.
El patrón también es evidente en las respuestas que recibe. En las dos primeras hubo una cooperación inicial que terminó en desencanto o investigaciones; en la tercera ni siquiera hubo intento de coordinación. Bigelow ha comprendido que su estilo, muy documentado y realista, entra en conflicto con el deseo de control por parte de los organismos retratados. No desvela secretos operativos, pero sí fuerza a las instituciones a explicar sus relatos oficiales.
Si en los años finales del XX e inicios de este XXI el encargado de arrinconar al poder fue Oliver Stone, la que parece haber heredado su cetro es Kathryn Bigelow. El Pepito Grillo que toca las narices a los que mandan ahora es mujer. Los tiempos cambian, pero las costumbres de los que mandan son las mismas.
La película Una casa llena de dinamita está disponible en la plataforma Netflix desde el pasado 24 de octubre.
