La Casa Blanca abre la veda de tiro al blanco contra las narcolanchas en sus costas
El disparo a los motores es una técnica menos letal que los misiles Hellfire

Francotirador de la Guardia Costera de EEUU.
La escena podría arrancar como en una novela de Tom Clancy. En plena noche, en la costa sur estadounidense, un helicóptero de la Guardia Costera avanza a pocos metros sobre las olas. A bordo, un equipo especializado sigue el rastro de una embarcación sospechosa. La lancha no responde a señales de alto ni a advertencias visuales. La tripulación de la aeronave está convencida de que se trata de un transporte de droga. Un francotirador apunta su arma y ejecuta la misión para la que fue entrenado. Dos, puede que tres balas del calibre 7,62 convierten en chatarra los motores del bote, que queda a la deriva para solaz de unos narcos que acabarán conociendo a un juez de Florida.
Los transportistas de la droga que sube hacia Estados Unidos por vía marítima, ya sea por el golfo de México o por la costa del Pacífico, se han convertido en un pato de feria. Drones y cazas de combate les lanzan misiles Hellfire que hacen volar todo por los aires y se les pone muy cuesta arriba lo de poder contarlo. Sin embargo, si tienen suerte, la mala tarde en que sean atrapados puede que les toque la lotería y solo les disparen con un rifle.
EEUU designó más grupos terroristas en 2025 que la suma de los últimos diez años, con diecinueve adiciones a la lista de Organizaciones Terroristas Extranjeras (TFO, por sus siglas en inglés). La Casa Blanca ha iniciado una guerra contra el narco y la ha militarizado. Si es para derrocar el gobierno de Nicolás Maduro o no, es algo que dirá el futuro. Pero de lo que no hay duda es que a las narcolanchas que transportan droga hacia el mercado más grande del mundo les llueve fuego desde el cielo, algo que nunca antes les había pasado.

Si la fuerza bruta es la que caracteriza a las actuaciones de la Armada estadounidense en estas lides, los guardacostas son los cirujanos de la pólvora, y más en concreto el escuadrón HITRON. Esta unidad creada para interceptar narcolanchas administra un uso más gradual y reglado de su capacidad desde plataformas aéreas. Su objetivo no es impactar a las personas, sino detener las embarcaciones mediante fuego de precisión sobre sus motores.
La secuencia de actuación sigue un protocolo estricto. Primero se establece la identificación y seguimiento de la lancha mediante sistemas optrónicos, radar o la información facilitada por aeronaves de patrulla marítima. Un helicóptero se aproxima y emite señales acústicas y visuales. Si la embarcación no se detiene, se efectúan disparos de advertencia con una ametralladora ligera. Solo cuando esas opciones fracasan se activa la opción de tiro de precisión contra sus propulsores.
El armamento empleado es de dos tipos: el M110 SASS, un fusil semiautomático en calibre 7,62 × 51 mm OTAN, y el M107 Barrett de mayor calibre, que usa el poderoso proyectil .50 BMG. La elección depende del tipo de embarcación y de la distancia al objetivo. El M110 permite una mayor cadencia con buen control, menor retroceso y es muy útil en movimiento. El Barrett, por su parte, ofrece mayor energía en el impacto, adecuado para atravesar carcasas reforzadas de motores de alta potencia, pero es más pesado y complicado de manipular.
La munición utilizada está seleccionada para minimizar desviaciones erráticas, y los proyectiles buscan romper estructuras críticas como el bloque del motor, su transmisión o el sistema de refrigeración. Se evita en lo posible el rebote en el agua, lo que obliga a disparar con un cierto ángulo descendente. El punto de impacto no es un blanco pequeño: la bancada de motores ocupa buena parte de la popa de la lancha, pero su resistencia exige precisión.
El tirador opera desde la puerta lateral del helicóptero, sujeto con arneses y acompañado por un observador que marca distancia, deriva y resultado de los impactos. El fusil está conectado con sistemas de amortiguación para reducir el efecto de las vibraciones. Las miras suelen tener aumentos bajos, suficientes para una distancia que fluctúa entre los 50 y 100 metros. En esas condiciones, la rapidez en adquirir el blanco y la estabilidad de la plataforma importan más que el aumento óptico.

Disparar desde un helicóptero exige un alto grado de sincronía con el piloto. Es este último quien debe colocar la aeronave en una posición constante, paralela a la lancha y con una trayectoria estable. Cualquier desviación afecta al ángulo de tiro y complica la corrección de impactos. El tirador, por su parte, mantiene una cadencia controlada si son necesarios varios disparos. Es común que los primeros sean de tanteo, con ajustes en función de los resultados visibles, porque no siempre se logra alcanzar el objetivo al primer intento.
Poca munición, mucha precisión
En algunas ocasiones bastan cuatro o cinco tiros para desactivar uno de los motores. En otras, en especial con mar agitada o movimientos erráticos, se necesitan dos o tres cargadores. Los tiradores están entrenados para adaptarse a las condiciones cambiantes sin perder la concentración ni comprometer la seguridad y atienden las indicaciones del observador con indicaciones claras: altura, dirección, impacto o desvío.
El objetivo no es hundir la lancha, sino privarla de su capacidad de huida. Una vez neutralizados los motores y con la embarcación sin fuerza motriz, el helicóptero se mantiene en el espacio de cobertura mientras una patrullera se aproxima para ejecutar el abordaje. Es en ese momento cuando el equipo de superficie toma el control y procede a la incautación de carga y detención de los ocupantes.
El HITRON se ha consolidado como una referencia técnica en este tipo de operaciones. Desde su fundación ha participado en más de mil intervenciones con éxito. Sus métodos han sido estudiados por otras fuerzas de seguridad, incluidas algunas europeas. En zonas como el Estrecho de Gibraltar o el Atlántico sur, donde las narcolanchas superan con frecuencia a las embarcaciones policiales, el uso del helicóptero como plataforma de interdicción es una herramienta válida, aunque no se llega a este uso de la fuerza.
Dificultad del disparo en movimiento
Disparar a una embarcación desde el aire implica riesgos técnicos: vibraciones, visibilidad reducida, cambios en la velocidad relativa y condiciones meteorológicas. También existen límites legales: cada intervención está documentada y todo disparo debe justificarse. Aunque el objetivo sea mecánico, se considera un uso de fuerza potencialmente letal, regulado dentro de un marco de actuación estricto.
La tecnología también evoluciona. Están en estudio sistemas de ataque no cinéticos para desactivar motores mediante pulsos electromagnéticos o láseres de potencia limitada. Se ha iniciado hace no mucho la utilización de drones como plataformas de seguimiento o incluso de acción directa. Algunas miras incorporan ya compensación de movimiento y asistencia digital, aunque en la práctica actual sigue siendo el piloto quien define el éxito y el tirador quien ejecuta la última maniobra.
En paralelo, el número de incautaciones sigue creciendo. Las cifras más recientes superan ampliamente las de años anteriores. La Guardia Costera estadounidense, desbordada, reclama más medios, más patrulleras, más aeronaves y más personal para mantener el ritmo. También ha invertido en vigilancia electrónica, con el despliegue de sistemas no tripulados capaces de cubrir amplias zonas marítimas durante horas.
El método aplicado se ha convertido en una herramienta eficaz para frenar embarcaciones que antes eran inalcanzables. Con un equilibrio entre eficacia operativa y control de la fuerza, el disparo al motor se ha asentado como una solución intermedia: suficiente para detener, pero diseñada para no hacer más daño del necesario, algo que los narcotraficantes casi agradecen. Si te pillan los buenos, mejor que sean estos, que la Armada tiene menos miramientos. Si los Marines te ponen en su punto de mira, lo de ir a conocer a un juez en Miami sería casi una bendición.
