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El portaaviones Harry Truman ha marcado un extraño récord: tres aviones en el fondo del mar

Por separado, podrían entenderse como desafortunados, pero juntos revelan un patrón inquietante

El portaaviones Harry Truman ha marcado un extraño récord: tres aviones en el fondo del mar

USS Harry S. Truman. | Armada de los EEUU

Hay muchas formas de medir el éxito de un despliegue naval. Perder tres aviones de combate sin fuego real de por medio en un solo ciclo operativo no es una de ellas. El portaaviones USS Harry S. Truman regresó del mar Rojo con una estadística impropia de una superpotencia: tres F/A-18 Super Hornet menos en el arsenal del tío Sam, tres aparatos que ahora yacen en el fondo del mar.

Que haya algún incidente de seguridad en un despliegue es relativamente habitual. Tampoco es de extrañar, aunque poco frecuente, que se pueda perder algún avión en combate. Pero tres, ninguno derribado por un enemigo, y dentro de un único periodo de servicio, es un récord que la Marina estadounidense y su comandante no van a olvidar con facilidad. Esto es lo que ha ocurrido entre diciembre de 2024 y mayo de 2025. Los últimos informes han sido publicados a primeros de este mes de diciembre y desvelan un panorama inusual.

Cada Super Hornet —los tres aparatos siniestrados— tiene un precio estimado de entre 60 y 75 millones de euros. Si se aplica el cambio actual y se considera la cifra más baja, el balance económico se sitúa por encima de los 180 millones de euros perdidos en menos de seis meses. Si, por contra, se toma la horquilla alta, la cifra roza los 225 millones. Todo ello sin contar los costes logísticos, daños colaterales, activación de equipos de rescate o el parón operativo de las unidades implicadas. Lo que no tiene un precio, aunque sí valor, es el daño reputacional de unos hechos que, vistos por separado, podrían entenderse como desafortunados. Juntos, revelan un patrón que inquieta al Pentágono.

El despliegue del Harry Truman formaba parte del dispositivo de presencia norteamericana en Oriente Medio tras el estallido de la guerra entre Israel y Hamás. El objetivo era disuadir a Irán, contener a los hutíes, asegurar las rutas comerciales del mar Rojo y reforzar el flanco sur del Mediterráneo oriental. En términos diplomáticos, se trataba de una demostración de fuerza con sus 103.900 toneladas de acero.

Lo que debía ser una exhibición de músculo militar de Washington ha terminado convertido en un caso de estudio sobre los límites de la maquinaria bélica moderna. Todo apunta a que estas pérdidas, por fortuna sin daños personales, se deben al sobreesfuerzo ante los problemas planteados.

El primero de los incidentes, ocurrido el 22 de diciembre de 2024, día de la lotería, golpeó de lleno el prestigio de la Armada. Un misil lanzado desde el crucero USS Gettysburg derribó por error a un caza propio que patrullaba las inmediaciones del grupo de combate. El antipremio gordo que le tocó a la desafortunada aeronave fue un acto de fuego amigo, generado por la saturación de amenazas reales en un escenario tan caliente como el mar Rojo en aquellas fechas.

La patrulla aérea era rutinaria; la respuesta del sistema Aegis no lo fue. El transpondedor del avión, el sistema que se autoidentifica como amigo, falló durante unos segundos. La cadena de comunicación se colapsó. Y el operador, ante un posible ataque de drones hutíes, decidió disparar.

La secuencia refleja un entorno donde las rarezas se convirtieron en rutina. La región había sido escenario de múltiples ataques con misiles antibuque y drones. La amenaza era constante, y el estrés, acumulado. El informe posterior, redactado con la habitual retórica técnica, habla de «fatiga cognitiva», «degradación situacional» y «errores de identificación».

Los dos aviadores lograron eyectarse y fueron rescatados. El avión, en cambio, quedó reducido a un puñado de restos sumergidos. El sistema, concebido para reaccionar en segundos, no tolera el fallo, pero en diciembre falló, y lo hizo de manera catastrófica. El regalo, en unas navidades de caras largas y explicaciones, fue que los pilotos salieron ilesos.

No es la primera vez que una unidad de combate estadounidense derriba por error a uno de sus activos, pero sí es una de las pocas ocasiones en que sucede en un entorno donde la superioridad tecnológica era abrumadora.

Derrapando en el mar

El segundo accidente, fechado el 28 de abril de 2025, tuvo lugar en circunstancias casi absurdas. Durante una maniobra evasiva ante una posible amenaza de misil, el portaaviones realizó un giro brusco. Sobre su cubierta, un Super Hornet estaba siendo remolcado y no hubo tiempo de asegurar su posición. El avión, con problemas previos en los frenos y en una zona de vulnerabilidad operativa, se deslizó y cayó por la borda igual que cuando, en el autobús, te deslizas por no ir agarrado. Un error muy caro propio de una serie de dibujos animados.

La Marina reconoció fallos de mantenimiento y una fatiga operativa que afectó a la coordinación. La escena, registrada por las cámaras internas del Truman, no ha sido divulgada, pero en los despachos se habla de un error grave que pudo evitarse. Mover un avión en cubierta mientras el barco maniobra en zonas de combate es una operación sensible.

Este tipo de maniobras, aunque habituales en escenarios de combate, requiere una sincronización precisa entre puente de mando, cubierta de vuelo y control aéreo. La rotura de uno solo de estos eslabones puede desatar una reacción en cadena. En este caso, el sistema no falló: simplemente no pudo reaccionar con la rapidez necesaria. El resultado fue un avión menos y la confirmación del nivel de saturación alcanzado por la tripulación. Con un grado menor de presión, es muy probable que no hubiera ocurrido.

Echarles un cable

El tercer incidente, el más preocupante a ojos de la propia Armada, tuvo lugar el 6 de mayo de 2025. Un F/A-18F aterrizó sobre el portaaviones, enganchó el cable de detención asignado y, por un instante, todo parecía normal. El incidente se produjo décimas de segundo más tarde, cuando el cable de detención que retiene las aeronaves entrantes se rompió. Los pilotos, siguiendo el protocolo, se eyectaron unos segundos antes de que el avión se precipitase al mar. Y tercer avión que va a conocer la casa de Bob Esponja.

El análisis posterior fue concluyente. La fatiga del metal, no detectada durante las inspecciones previas, había provocado una rotura estructural. El ritmo operativo del Truman, con tomas y despegues constantes durante semanas, aceleró el deterioro del sistema. Se trataba de un fallo previsible si se hubieran respetado los ciclos de mantenimiento, pero no se hizo. Las consecuencias fueron inmediatas: revisión urgente de todos los sistemas de detención, ampliación de los protocolos y un debate sobre la sostenibilidad del despliegue.

A diferencia de los dos casos anteriores, este accidente apunta al sistema logístico de mantenimiento. Las roturas estructurales en elementos críticos como los cables de detención no son accidentes, sino advertencias. Son síntomas de una flota forzada más allá de sus márgenes de tolerancia.

Un buque tocado

Los tres accidentes comparten una raíz común: el desgaste, tanto físico como técnico. El Truman ha operado en un entorno de hostilidad constante, bajo una alta presión estratégica. Las amenazas hutíes, la necesidad de mostrar presencia y la saturación del sistema han creado un caldo de cultivo propicio para el error. Ninguno de los fallos, por separado, escandaliza, pero en conjunto trazan un patrón que los responsables no pueden ignorar y del que otras armadas deberían tomar nota.

El portaaviones que zarpó como símbolo de poder naval ha regresado con un inventario aligerado y una factura difícil de justificar. La pérdida de tres cazas en un solo ciclo operativo es un hecho insólito para la Marina estadounidense. La situación plantea un escenario obvio: hacen más de lo que pueden, y a veces se encuentran desbordados ante el exceso de actividad.

Incluso la mayor armada del planeta puede tropezar tres veces con la misma ola. Lo grave es que, en cada tropiezo, ha dejado millones de euros en el fondo del mar y un mensaje incómodo para los estrategas del Pentágono. La lección es clara: el poder proyectado sin pausas ni revisiones se desgasta. El músculo militar, por entrenado que esté, necesita mantenimiento y sus tripulaciones, descanso.

Exceso de tareas

El USS Harry S. Truman ha demostrado que el verdadero peligro no siempre viene del enemigo. A veces se oculta en las decisiones aceleradas, en los ciclos de despliegue acortados y en los sistemas que, operando sin descanso, terminan por fallar. La historia tiende a recordar más los errores no corregidos que los aciertos rutinarios.

Ese va a ser el sino del penúltimo comandante del USS Harry S. Truman, Dave Snowden, destituido no tras la primera pérdida de un aparato, sino por un choque posterior contra un mercante; un cuarto incidente. El siguiente se sabe en una situación parecida y cruza los dedos de no acabar de igual manera. Los Village People cantaban In the Navy, y tras los incidentes nadie canta nada. Todos se encogen de hombros y esperan no repetirlos.

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