Un equipo internacional —en el que participan las universidades Rovira i Virgili (Tarragona), Grenoble (Francia), Saarland (Alemania) y RMIT (Australia)— ha investigado el uso de nanopartículas de oro como alternativa a los antibióticos. En un mundo en el que las bacterias son cada vez más resistentes a los antibióticos, y en el que cada año fallecen más de 25.000 personas por estos microorganismos, este estudio abre la puerta al desarrollo de nuevos materiales bactericidas.
En contexto: el oro es un material químicamente inerte —no reacciona ante organismos vivos—, se usa en medicina desde el antiguo Egipto y, actualmente, sirve para visualizar tumores, entre otras aplicaciones.
Los investigadores han demostrado que, pese a ser inertes, las nanopartículas del oro no son inofensivas para las bacterias y pueden destruirlas gracias a un mecanismo físico que deforma su pared celular. Para ponerlo en aplicación han fabricado un modelo artificial de membrana celular bacteriana y han evaluado cuál era su respuesta cuando entraba en contacto con las mismas nanopartículas de oro de 100 nm —unas ocho veces más pequeñas que el diámetro de un cabello—.
«Observamos que el modelo se autocontrajo de forma espontánea hasta que colapsó completamente y esto validó la hipótesis de que se debió a un estiramiento mecánico aplicado por las nanopartículas en la membrana celular de las bacterias», ha apuntado un investigador del Departamento de Ingeniería Química de la URV, Vladimir Baulin. El científico ha detallado que la muerte bacteriana parecía haberse producido tras una fuga masiva, «como si la pared celular de las bacterias hubiera explotado de forma espontánea».
Los resultados de la investigación se han publicado en la revista científica Advanced Materials. Según la URV, esta conclusión supone «un paso adelante a la hora de comprender los efectos antibacterianos de las nanopartículas para tratar de encontrar nuevos materiales con propiedades bactericidas». Este descubrimiento, que se ha comprobado tanto en el modelo bacteriano desarrollado en laboratorio como en el sistema bacteriano real, sugiere que se pueda aplicar el mismo mecanismo a una amplia gama de nanopartículas.