Venezuela, una crisis que traspasa fronteras
Es imposible enmarcar la crisis de Venezuela en un sólo año, pero sí es cierto que la trayectoria de los acontecimientos se ha ido degenerando en los últimos 12 meses. Económicamente hablando, la enorme riqueza del país en materias primas como petróleo, minerales o madera no ha servido de mucho. La inversión extranjera (incluida la española) ha disminuido de forma progresiva desde que Maduro se hiciera con el poder, y la caída de los precios del crudo ha provocado situaciones nada favorables como la cancelación de vuelos al país. La realidad a pie de calle se traduce en una insoportable escasez de comida y medicamentos, que desatan violentas escenas detrás de cada esquina. En España se han organizado múltiples campañas de recogida de alimentos y medicinas para enviar a Venezuela, pero la colecta rara vez llega a su destino. De hecho, Maduro decretó el estado de excepción y de emergencia económica en mayo, una medida que en principio iba a durar dos meses pero que finalmente se alargó varias veces más. La Asamblea Nacional venezolana, de mayoría opositora, ha intentado frenar las decisiones de Maduro en numerosas ocasiones, pero el líder chavista ha apuntalado sus poderes gracias al Tribunal Supremo. La posibilidad de un referéndum revocatorio del mandatario, respaldada por el propio Parlamento, ha quedado paralizada por la justicia. El número de presos políticos se ha incrementado sin descanso, a pesar de los últimos esfuerzos del Gobierno por rebajar la tensión con los partidos opositores liberando a varios de ellos. De Leopoldo López, quizá el más célebre de los presos antichavistas, incluso se llegó a temer por su vida. La Asamblea Nacional ha acusado a Maduro, a la vista de sus tácticas políticas, de intentar un golpe de Estado, lo que ha terminado de desencadenar las hostilidades parlamentarias. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), principal alianza opositora, ha impuesto una serie de condiciones al Gobierno para seguir adelante con el diálogo y no convertir el país en una olla a presión. Si es que no lo es todavía.
A Nicolás Maduro no le ha resultado nada fácil llevar el timón del país latinoamericano a lo largo de 2016. La inestabilidad política, marcada por el creciente enfrentamiento entre Gobierno y oposición, ha hecho tambalear al chavismo más que nunca. La situación económica ha adquirido tintes dramáticos, con un aumento desproporcionado de los casos de corrupción y la inflación. La hambruna se ha convertido en una terrible constante diaria para los venezolanos. Y rectificar el rumbo parece una solución bastante lejana en el tiempo.
Es imposible enmarcar la crisis de Venezuela en un sólo año, pero sí es cierto que la trayectoria de los acontecimientos se ha ido degenerando en los últimos 12 meses. Económicamente hablando, la enorme riqueza del país en materias primas como petróleo, minerales o madera no ha servido de mucho. La inversión extranjera (incluida la española) ha disminuido de forma progresiva desde que Maduro se hiciera con el poder, y la caída de los precios del crudo ha provocado situaciones nada favorables como la cancelación de vuelos al país.
La realidad a pie de calle se traduce en una insoportable escasez de comida y medicamentos, que desatan violentas escenas detrás de cada esquina. En España se han organizado múltiples campañas de recogida de alimentos y medicinas para enviar a Venezuela, pero la colecta rara vez llega a su destino. De hecho, Maduro decretó el estado de excepción y de emergencia económica en mayo, una medida que en principio iba a durar dos meses pero que finalmente se alargó varias veces más. La Asamblea Nacional venezolana, de mayoría opositora, ha intentado frenar las decisiones de Maduro en numerosas ocasiones, pero el líder chavista ha apuntalado sus poderes gracias al Tribunal Supremo. La posibilidad de un referéndum revocatorio del mandatario, respaldada por el propio Parlamento, ha quedado paralizada por la justicia.
El número de presos políticos se ha incrementado sin descanso, a pesar de los últimos esfuerzos del Gobierno por rebajar la tensión con los partidos opositores liberando a varios de ellos. De Leopoldo López, quizá el más célebre de los presos antichavistas, incluso se llegó a temer por su vida. La Asamblea Nacional ha acusado a Maduro, a la vista de sus tácticas políticas, de intentar un golpe de Estado, lo que ha terminado de desencadenar las hostilidades parlamentarias. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), principal alianza opositora, ha impuesto una serie de condiciones al Gobierno para seguir adelante con el diálogo y no convertir el país en una olla a presión. Si es que no lo es todavía.