Tic y tac, tic-tac hace el reloj de cucú de la Moncloa. Con cada golpe del segundero, se aproxima un pasito más el horizonte judicial de nuestros felones gobernantes. La justicia es lenta pero segura, y, aunque ciega, camina con paso firme. O al menos eso es a lo que nos aferramos, porque es la única esperanza que nos queda a la inmensa mayoría de españolitos para que desalojen de los salones palaciegos, de las alfombras rojas y de los jets privados a esta minoría absoluta que nos desgobierna con tanto ahínco.
Y resulta que quien tiene la llave que da cuerda al reloj no es otro que uno de los múltiples socios del Gobierno. No es el socio exterrorista, tampoco el socio comunista. No es el socio separatista (que también). Es el socio prófugo, el socio golpista. Tiene en su mano El Puchi, con su pelambrera beatle tan trasnochada y demodé como la del espantapájaros del Mago de Oz, la llave con la que dar cuerda al reloj o cruzarse de brazos y pararlo. La herramienta con la que abrir la puerta de Moncloa para que salga el cuco camino de un banquillo y, a su paso, cerrársela de un sonoro portazo para siempre.
Lamentable perspectiva. Ese privilegio, el de largarlo de una patada en el esbelto trasero, debería corresponderle colectivamente a los españoles de a pie. Pero no, no nos va a quedar ni ese gusto, solo un mal regusto. Qué triste que nuestros designios, fortunas y desventuras dependan de semejante personajillo.
En estos días agoniza otro golpista. Es el teniente coronel Tejero, un golpista más tosco y también menos cínico. Incluso más honesto.
