Hoy os voy a recomendar una película que muchos de vosotros ya habéis visto. Me refiero a «American Psycho».
Y os quiero hablar de ella no solo por lo bien que marida con la rigurosa actualidad, como posible lectura metafórica del protagonista absoluto de la semana, Pedro Sánchez, sino porque este segundo visionado que os propongo en el caso de aquellos que, efectivamente, la vierais en su estreno allá por el año 2000 anima a una reflexión interesante.
Y es que lo que en el 2000 podía parecernos el retrato afilado e irónico de una sociedad que nos resultaba ajena e incluso estrambótica, hoy se nos antoja pavorosamente reconocible. Y, lo que es peor, cercana.
Vamos, que si se titulara European Psycho, lo único extraño en el paisaje serían los rascacielos, porque todo lo demás nos encajaría como posible, veraz… y hasta cotidiano.
Aunque su título invita a pensar en el género de terror, y por más que su protagonista parezca cometer algún que otro crimen brutal, lo cierto es que la película juega en el terreno de la abstracción. Es una deconstrucción de la realidad, un retrato a lo Francis Bacon que, desde la deformación, profundiza en lo que no puede verse a simple vista.
Las claves del género hacen imposible no entender la película como una descripción del modelo narcisista que se había instalado en la sociedad americana… ¿Solo allí? Veamos.
La película arranca con un éxtasis culinario, una suerte de platos perfectos que hablan de la obsesión por lo sublime. De nuevo, lo que antes era algo exótico para el espectador nacional, excesos de cuatro locos neoliberales de Wall Street, hoy forma parte de la cultura aspiracional de un país como España.
Rodeados por esa sofisticación, encontramos a un grupo de yuppies, entre los que destaca el protagonista: Patrick Bateman, un tipo apolíneo, de formas perfectas y dentadura impoluta, vestido con un traje de varios miles de dólares.
Y lo más revelador, no hay que perder detalle: tan solo unas secuencias más allá, Bateman nos sorprende con un emotivo speech sobre la necesidad de construir una sociedad de valores, preocupada por jóvenes, ancianos y desfavorecidos, donde nadie quede atrás… ¿Les suena? Desde luego, no parece un discurso salido de la Escuela Austriaca, precisamente.
Bueno, con esas breves pinceladas, ya está presentado el universo de la película: una sociedad preocupada por las formas pero sin contenido, una mascarada. La obsesión del protagonista es encajar en esa sociedad. Él no la construye, solo desea ser amado y glorificado en ella.
Por lo tanto, todo lo que le vemos hacer hay que leerlo como lo que él cree que va a ser aprobado por los demás.
Es decir, en su afán de notoriedad, el psicópata se revela, en el fondo, como una perfecta oportunidad para que la sociedad que lo engendra, más allá de lanzarse al linchamiento con fruición, como si el narcisista le fuera ajeno, reflexione sobre sus propias debilidades.